Bilbao llega a su techo de gente sin hogar
La pobreza crónica y la migración duplican en seis años el número de personas que viven en la calle. Unas 300 personas duermen al raso o en cajeros
Son las diez de la noche de un martes y el frío aprieta en el centro de Bilbao, más bonito que nunca con sus adornos ... de Navidad. La gente se está marchando a casa. Quedan algunas personas de camino y las que se preparan para pasar la noche bajo los puentes o en los cajeros. Ahora se hace visible esa realidad de la que se suele apartar la vista. La oscuridad convierte en protagonistas de las calles a las personas sin hogar y a sus profundas heridas de abandono y soledad. Se estima que el número de ciudadanos obligados a dormir a la intemperie o en albergues y otros recursos ha alcanzado su techo en Bilbao, una de las ciudades con mayor calidad de vida de Europa. El Ayuntamiento y el Gobierno vasco están ofreciendo un récord histórico de recursos y de plazas en dispositivos de urgencia permanentes y habilitados por la pandemia, pero colectivos sociales como Cáritas, Bizitegi y el propio Consistorio reconocen que no hay capacidad para acoger a todo el mundo que lo requiere. El sistema está saturado y hay una falta crónica de camas que va a ir a más si otras instituciones no se implican.
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La gente sin hogar se ha duplicado en seis años en Bilbao, según el estudio sobre la situación de las personas en exclusión residencial grave que realizó el Centro de Documentación sobre Servicios Sociales y Política Social, SIIS, que se basa en el recuento realizado el año pasado en una veintena de municipios vascos durante el confinamiento, cuando todas estas personas fueron acogidas. El censo fue un sopapo de realidad y sacó a la luz que había muchas más personas en esta situación de lo que se creía. La capital vizcaína estaba dando cobijo a 694 de las 1.468 que se localizaron en toda la provincia. En 2014, el mismo recuento contabilizó 328 en albergues y en las calles de Bilbao.
En la actualidad, el número de personas en exclusión residencial supera el del año pasado, según los colectivos sociales, aunque muchos pernoctan en dispositivos públicos. En noviembre, 206 dormían en los cuatro albergues municipales o conveniados (SMAN de Uribitarte, Elejabarri, Hontza y Lagun Artean). Aparte, los equipos de calle del Ayuntamiento, de la Asociación Bizitegi, los que mejor conocen la realidad de las calles de la ciudad, detectaron a 248 al raso o en cajeros, aunque creen que unos 300 pasaban la noche a la intemperie por elección, -que también los hay- o por falta de plazas. Otro gran número (290 en enero) seguían un itinerario formativo y vivían en alojamientos de media y larga estancia gracias a los programas extraordinarios puestos en marcha desde la pandemia por diez entidades sociales y cofinanciados por el Ayuntamiento y el Ejecutivo autonómico.
La demanda es tan alta que es difícil cubrirla aunque se dupliquen las camas, según las asociaciones. El Ayuntamiento amplió desde el 1 de diciembre el número de plazas estables en 150: ahora hay 356 para todo el año en once emplazamientos. Por ejemplo, se ha habilitado el albergue Montaño, del que se ocupa Cruz Roja. El número es mayor porque las organizaciones sin ánimo de lucro ofrecen más financiadas por entidades privadas, por ejemplo.
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Pero siguen siendo insuficientes, pues en el incremento del número de personas en exclusión residencial en Bilbao influyen dos cosas. Primero, que la capital vizcaína ofrece la mayoría de plazas de acogida nocturna del territorio -sólo Barakaldo cuenta con un albergue municipal, según las entidades sociales- y del presupuesto para atender a personas sin hogar, según explica el concejal de Acción Social, Juan Ibarretxe. Los comedores ofrecen 800 menús al día, también para personas que viven en pensiones sin derecho a cocina o sin dinero para comer. Todo eso produce un «efecto llamada» de la gente que lo está pasando mal en otros municipios de Bizkaia, donde apenas hay recursos pese a que están obligados a prestarlos por la Ley cartera de servicios sociales. Les derivan a Bilbao. «Si otros ayuntamientos cumplieran, el sistema de atención no estaría tan saturado y no habría 200 personas en lista de espera para un alojamiento», explica Gemma Orbe, educadora social y responsable del área de Personas Sin Hogar de Cáritas.
La ciudad, en segundo lugar, tiene fama de ser un lugar próspero en el que hay trabajo y en el que se ayuda a la gente, así que se ha convertido en el destino de ciudadanos que llegan directamente desde Marruecos, Polonia o Rumanía que empiezan o acaban en la calle. Y de los conocidos como JENAS, jóvenes extranjeros que a los 18 años son expulsados del sistema de protección de menores. «Muchos proceden de otras comunidades y les dicen que vengan a Bilbao, a donde llegan con la expectativa de alojamiento», asegura Ibarretxe. Así que el perfil tradicional de la persona sin hogar, el de un nacional de más de 45 años con problemas de consumos y trastornos psiquiátricos, ha cambiado de forma radical. Ahora, éstos son la minoría. Cada vez hay más jóvenes (el 40% tienen menos de 30 años). Y 75 de cada cien son extranjeros, sobre todo de origen magrebí, aunque también latinoamericanos y europeos.
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«El Ayuntamiento ha hecho un esfuerzo muy importante, pero sigue habiendo mucha gente en la calle porque todos los días llegan nuevas personas en precario», dice Amaia Porres desde el albergue Lagun Artean de Deusto, que cuenta con 32 plazas en las que el año pasado se cobijaron 400 personas distintas. Cuando bajan las temperaturas, durante las olas de frío, los equipos de calle y la Policía Municipal ofrecen plazas en albergues, pensiones o incluso hoteles a todas las personas que duermen en la calle. Ahí sí se acoge a todo el mundo. El resto del tiempo es «imposible, porque solos no podemos dar una respuesta adecuada a todos», reitera el concejal Ibarretxe.
Necesidades distintas
Unai Lizarraga, coordinador de los equipos de intervención de calle de la Asociación Bizitegi, aboga además por ofrecer respuestas distintas a las realidades que conviven en las calles de Bilbao para no mermar la efectividad de la intervención social. «Aunque abran más plazas, nunca serán suficientes porque en Bilbao no se puede arreglar lo que pasa en otros países. La migración debe abordarse a nivel de país por el Gobierno vasco o por el estatal y dejar a los ayuntamientos y a la Diputación ocuparse de la gente en exclusión crónica, de la que tiene problemas de salud o de consumos...», opina.
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Ahora, la realidad es que todos comparten los mismos albergues y comedores, aunque unos están en la calle porque llegan para empezar una nueva vida y otros porque la suya se desestructuró o están deteriorados por consumo de sustancias o enfermedades psiquiátricas. Los primeros necesitan formación y ayuda para regularizar su situación. Los segundos, intervenciones en integración social, atención médica, ingresos en residencias o en otros recursos... El resultado es que «muchos chavales que comienzan a buscarse la vida en las calles terminan entrando en la rueda de los consumos y trastornos mentales» dice Orbe.
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