El cartel dice que va lleno, pero está vacío. Es una de sus paradojas. Otra es que, estando en plena forma, apenas puede recorrer cinco ... metros. Lo que mide su cable. Pero sueña con largos viajes por raíles infinitos. Desde que lo jubilaron dos han sido sus únicas aventuras. Una hace 20 años con la inauguración de su heredero. Y en 2007 por una película. Hablamos del tranvía de Bilbao. El viejo y pequeño con formas rectas y de color mostaza. El que duerme en el Museo del Ferrocarril de Azpeitia y algunos bilbaínos quieren que regrese, al menos de vez en cuando, a las calles de nuestro Botxo. Una idea tan atinada que merece estas humildes líneas.
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Empezaremos por situar al protagonista. Este tranvía nace en Zaragoza en 1932. Hubo otros antes y después, pero él tenía algo que lo hacía especial. Quizá su porte y elegancia. Los que le otorgó el diseño que crearon en Carde y Escoriaza, mítica empresa maña de ferrocarriles. Su llegada a nuestra villa fue ese mismo año. Circulaba desde San Antón a Basurto, pasando por San Francisco y Autonomía. Pero todo tiene su final y el suyo fue en 1955. Aunque en realidad se trataba de un simple cambio de aires. Vendido junto a otro gemelo, llegó a Mallorca para hacer el recorrido Palma-Sóller. Empeñado en seguir en activo no paró hasta 1999. Fue tan querido allí como lo había sido aquí. Prueba de ello fue que el Gobierno vasco lo trajo de vuelta para que formara parte de la colección del mencionado Museo de Azpeitia.
Gracias a los dineros de BBK y Euskaltel pudo ser rehabilitado hasta el más mínimo detalle. Contaron para ello con José María Valero, amante de los ferrocarriles y principal artífice de su actual estado. Este arquitecto también es maño, como quienes lo construyeron. Y de alguna manera, esa constancia que algunos llaman cabezonería ayudó a que hoy luzca tan espléndido. Por eso es una pena que no siga activo. Y por eso surgió esta idea que nos traslada la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Bilbao, con su presidente Kepa Elejoste al frente.
El plan es tan simple como atinado. Que vuelva a recorrer las vías que utiliza su hermano menor y moderno. Por ejemplo, los domingos. Y que sirva como una atracción turística más, amén de opción emotiva para los autóctonos. Su belleza y su historia podrían así tener una utilidad más allá del actual. Ganaríamos todos. Bilbao al contar con un atractivo más, los bilbainos por recuperar a un antiguo paisano y el Museo de Azpeitia por la publicidad que haríamos de él ante los curiosos y amantes de los transportes históricos en general y de los raíles en particular.
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Ojo de un cíclope
Los vascos podemos presumir, deberíamos hacerlo más, de nuestro evidente peso en el mundo del ferrocarril. Y Bilbao no debería olvidar que contó con la primera compañía de tranvías eléctricos de toda la Península. Ni los portugueses, famosos aún en día por ellos, nos adelantaron en esto. Un hecho que no solo aplaudimos nosotros. El director del Museo del Transporte de Londres y presidente de la Asociación de Museos del Transporte de Europa, Sam Mullins, designado Oficial de la Orden del Imperio Británico por su labor, lo subrayó en su visita a la estación de Atxuri y el día en que se fotografió ante este tranvía en Azpeitia.
El U52, con su foquito delante como el ojo de un cíclope que busca su senda al caer el sol. Sabiendo que es el rey de la calle. El señor ante el que todos se detienen. Desde el coche más lujoso hasta el camión más poderoso. Nunca tuvo rival. Hubo un intento de que Bilbao contara con tranvías de vapor. Pero en las pruebas murió una persona y la idea se descartó. Apostaron por la electricidad. Y por la estirpe de este pequeño, que sería bueno ver de nuevo por aquí. Por todo lo dicho y por algo más. No hay mejor forma de respetar nuestro pasado, cuando es bueno, que convertirlo en presente. Y así poder subir de nuevo, un domingo cualquiera, al viejo tranvía color mostaza.
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