Los pioneros del nuevo Zorrozaurre
Están «en medio de la nada», soportan ruido de obras, disfrutan del silencio nocturno y han contratado un servicio de seguridad
Al pasear por Zorrozaurre, uno tiene la impresión de que un niño gigante y travieso ha volcado de una vez todas las piezas de sus ... juegos de construcción. O quizá la comparación se quede corta, y en realidad aquello se parezca más a uno de esos videojuegos en los que el objetivo consiste en levantar una civilización desde la nada. La isla que fue península sigue en el ajetreado limbo de la transformación urbanística: hay un montón de zonas que ya no son viejas pero tampoco pueden llamarse todavía nuevas, atrapadas en ese paréntesis fastidioso de las obras, que tantas veces se cierra más tarde de lo previsto.
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Pero arriba del todo, en la punta norte, existe ya lo que podríamos llamar una isla dentro de la isla: ahí se encuentra la primera promoción del moderno Zorrozaurre que ya ha recibido sus primeros residentes, algo así como colonos de una nueva frontera. Uno cruza el Puente de San Ignacio, enfila la calle Sabina de la Cruz y casi se espera una señal de que es obligatorio ponerse el casco: a la derecha, se afanan dos excavadoras y un 'dumper'; a la izquierda, un grupo de personas con chalecos reflectantes examina un solar con montones de tierra y gravilla, mangueras que serpentean por el suelo y una apisonadora lista para actuar; al frente, más allá de los bloques habitados, destaca otra promoción muy avanzada por la que hormiguean máquinas y operarios. «Antes todo esto era campo», bromea Asier Garma, que está paseando a sus perras Sombra y Asia, galga española la una y galga afgana la otra.
Asier y su pareja, Aitziber Ayala, forman parte de esos pioneros que ya se han afincado en los tres inmuebles terminados, de vivienda protegida en régimen de cooperativa. Y, aunque parezca mentira en mitad de este estruendo de perforaciones y golpeteos metálicos, asegura que algo de aquel espíritu campestre permanece: «Es todo aún un poco raro, pero se vive tranquilo, sin ruidos. Bueno, ahora mismo no, claro: están las obras y todo el lío de gente instalando cocinas y haciendo reformas, pero por la noche esto es silencioso a más no poder. No hay nada de tráfico», explica. Las perras corretean («ellas están encantadas de la vida») y Asier contempla la otra ribera, la de Zorroza, dominada a esta altura por las instalaciones de Profersa, a las que los vecinos suelen referirse con el nombre entre poético y crítico de 'la fábrica de los humos'.
- ¿Y no les queda todo demasiado lejos?
- ¡Qué va! Hacemos la compra en el Eroski o el BM de San Ignacio, que están a cinco minutos: es cruzar y ya está. Al metro tardo ocho minutos exactos.
Todos los vecinos se apresuran a corregir esa percepción errónea de que nos encontramos en un lugar aislado, como un remoto confín: lo sería, claro, si no existiese el puente, porque las primeras casas de La Ribera de Deusto (lo que algunos llaman ya el Casco Viejo de Zorrozaurre) quedan a unos diez minutos andando a través de la nada. Pero, en fin, para que los vecinos corrijan la percepción, primero hay que dar con ellos, y eso no resulta tan sencillo con los actuales niveles de ocupación. En este tramo de la avenida Galleteras se alinean, eso sí, las furgonetas de gremios: marmolería, muebles de cocina, decoración, pladur, puertas acorazadas, telecomunicaciones... Los currantes hacen viajes bien cargados y vuelven de vacío. Al visitante también le llama la atención la presencia de una vigilante de seguridad: los propios vecinos han decidido contratar el servicio para ahorrarse sobresaltos después de algún intento de robo y también por ese desasosiego del aislamiento junto a una zona con pabellones abandonados, donde se han instalado numerosas personas sin hogar. «Estos días hay aquí mucha actividad, un montón de gente trabajando a toda pastilla», comenta Guruzne Egia, la vigilante de Bilbo Guardas, que supera con creces los veinte mil pasos diarios en su ronda entre estos bloques. ¿A ella que le parece el sitio? «Es gloria. ¡En realidad no está nada a desmano!».
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Jóvenes, niños y mascotas
Poco a poco, van apareciendo representantes de esta avanzadilla del nuevo Zorrozaurre. «Yo estoy encantada con mi casa, claro. Echo de menos más transporte público. Pasa el autobús A4: lo cogí el otro día y me dijo el conductor que era la primera que subía en esta parada. La seguridad también me genera un poco de inquietud», dice una vecina que prefiere no identificarse. «¡Aquí estamos, abriendo la veda! Para tomar un café o ir al súper cruzamos a San Ignacio, qué remedio, pero es un peaje que asumes: no te sorprende, porque es algo con lo que ya contabas. Yo salgo de casa, arranco la moto y me marcho», comenta Íñigo Hernández, que también trae a colación el vestigio rural, ese inesperado redescubrimiento del silencio: «De noche parece un pueblo. De día hay obras, pero eso es bueno: lo jodido sería que no hiciesen ruido, porque eso significaría que están paradas». Rubén Gómez está esperando a que le traigan una encimera y aprovecha para pasear en el carrito a su hija Nora, de siete meses, una de las criaturas de esta barriada con proporción elevada de parejas jóvenes, niños y mascotas: «Locales tenemos de sobra: de momento están todos vacíos, pero imagino que irán abriendo». Y, acompañado por la perrita Cora, Ibon Erdozain redondea una buena síntesis de la situación: «Esto todavía se ve un poco desolado: estamos en medio de la nada más absoluta, pero de noche es una maravilla, no se oye nada. Yo vengo de Barakaldo: allí tenía el supermercado a tres minutos. Aquí es solo un poco más, pero las distancias parecen diferentes porque no hay nada: mentalmente todo parece más lejos».
Aquí y en cualquier otro sitio, la condición de pionero implica siempre un juego entre la ilusión y el descubrimiento, entre las expectativas y las posibles decepciones, entre los proyectos y los tozudos ritmos de la realidad. Eneko Alicante ya lleva un mes instalado aquí y va teniendo claras las necesidades de este barrio aún embrionario: «Yo echo de menos más transporte público, porque el autobús hace una ruta turística, da la vuelta a la isla y no conecta con otros transportes. Hemos reclamado también algún tipo de BilbaoBizi y contenedores de residuos orgánicos. No hay ninguna perspectiva de que nos aclaren cuestiones de guardería, colegio o ambulatorio, porque además dependemos de Deusto y no de San Ignacio. Y tenemos algunos vecinos preocupados por la seguridad», repasa, además de expresar su deseo de que vayan surgiendo iniciativas de barrio e incluso de que se implante un enlace de gasolino con Zorroza, a la espera del futuro puente que tanto echan en falta a aquel lado. Y también él se despide con una evocación que parece incongruente entre el estrépito de la construcción: «De noche -dice- escucho ranas y patos. Y me encanta oír el ruido del club de remo entrenando, que hace eco contra los edificios».
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- ¿Cómo se imaginan esto dentro de diez años?
- A mí me da miedo que se convierta en un avispero con demasiada gente en poco espacio -admite Ibon.
- Aquí habrá un monton de barecillos, el supermercado y... el tranvía, aunque cada vez lo alargan más -pronostica la vecina que no da su nombre-. Nosotros somos VPO y esta de al lado es vivienda tasada, pero, en cuanto empiece a venir la gente de las casas de lujo, todo mejorará más deprisa. ¡A ellos les van a hacer más caso!
- Yo me imagino una mezcla entre Abandoibarra y Miribilla -visualiza Íñigo-. Muy paseable, con muchos servicios... La gente muchas veces prescindirá ya de cruzar el puente.
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