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Pilotos, tenistas y moteras de hace un siglo: cuando la igualdad era para unas pocas
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Pilotos, tenistas y moteras de hace un siglo: cuando la igualdad era para unas pocas

Herederas de aquellas mujeres que rompieron moldes analizan cómo sus predecesoras abrieron camino, pero ellas se han encargado de abrírselo también a las generaciones que vendrán

C. Benito, S. Echeazarra, J. Méndez. A. de las Heras, I. Ibáñez, T. Basterra

Viernes, 8 de marzo 2024, 01:10

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Mirando viejas fotos de un libro dedicado a mujeres del pasado siglo, muchas de ellas en plena dictadura, vemos varias 'afortunadas', con un trabajo remunerado en lugares habituales para su género: escuelas, fábricas... Quién sabe cuánto les duró, ¿hasta que tuvieron hijos? Hay incluso condenadas a muerte con la cabeza afeitada, sin derecho a cuenta en el banco pero aptas para la pena capital. Y las que aprendieron a ser buenas esposas gracias a la machista Sección Femenina. Descubrimos una aviadora, una conductora de tren, tenistas, estudiantes de Medicina... Las menos. Hoy es fácil encontrarlas, están aquí para jugar al antes y el después, hablando de avances, de sus vidas tan distintas a las de esas imágenes en sepia viradas al morado por el Día de la Mujer. La mayoría quedó en puertas del salto en igualdad por haber nacido un par de décadas antes. Pero... ¿Qué realidad desnudarán las fotos dentro de 20 años? (Instantáneas de 'Un largo camino hacia la igualdad: las mujeres en Euskadi en el siglo XX', editado por Mario Onaindia Fundazioa y Ayuntamiento de Donostia).

«Aún nos queda un largo camino por delante»

Ane Mintegi Tenista

«Aún nos queda un largo camino por delante»

Una mujer juega al tenis en el Vitoria Club en 1913. La fotografía, de T. Alfaro, procede de los fondos del Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz. T. Alfaro/Archivo Municipal de Vitoria-gasteiz y cedida por Ane Mintegi
Imagen - Una mujer juega al tenis en el Vitoria Club en 1913. La fotografía, de T. Alfaro, procede de los fondos del Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz.

Da ternura ver a nuestra tenista de 1913, brincando en la cancha con un vestido que también le valdría para cualquier reunión de sociedad. Pero, pese al siglo que la separa de Ane Mintegi, lo cierto es que también esta tiene bastante de pionera: probablemente, a aquella deportista audaz y elegante del Vitoria Club no le resultó más difícil practicar el tenis que a Ane en su pueblo, la localidad guipuzcoana de Idiazabal. Empezó, de hecho, jugando a pelota contra los chicos: «Yo era zaguera, pero llegó un momento en el que ellos tenían más fuerza», evoca. El entrenador sugirió entonces probar con el tenis, pero en Idiazabal no había ninguna pista: «Iba un día a la semana al club de Ondarreta, en San Sebastián. Y, cuando llovía, nos poníamos en el frontón, marcando la pista con esparadrapo».

En aquellos comienzos, Ane ni siquiera disponía de modelos en los que inspirarse. «Desconocía el tenis y no tenía referentes. Pero desde pequeña vi a Lara [Arruabarrena] y siempre les decía a mis padres que algún día me gustaría ser como ella. Estaban Lara, Carla Suárez...». Las condiciones naturales y el esfuerzo de Ane pronto hicieron despegar su carrera: con 14 años marchó al Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat («fue un poco duro dejar lejos a la familia, pero es importante salir de tu entorno y luchar por tu sueño», relata) y dos años después ya estaba disputando el Open de Australia 'junior'. En 2021 hizo historia al convertirse en la primera española que ganaba el torneo 'junior' de Wimbledon: «Todas las victorias te dan disfrute, pero aquella fue especial. Es un torneo que muy pocas jugadores pueden disfrutar, fue un privilegio».

Una lesión de codo la ha mantenido diez meses en el dique seco. «Pero ya es pasado, tienes que mirar hacia adelante y sacar provecho incluso de las lesiones», plantea. Ahora, con 20 años, ha vuelto a su estricto régimen de preparación, allá en Barcelona: se levanta a las seis y media y entrena de ocho a doce y de tres y media a cinco: «No me cansa, ¡es lo que me gusta! ¿Mi sueño? Llegar a ser 'top ten' y alzar la voz por la justicia climática y contra la desigualdad que hay en este mundo». Y, hablando de desigualdad..., ¿cómo ve las diferencias entre hombres y mujeres en el deporte? «Ha habido un cambio a mejor, pero todavía nos queda un largo camino por delante. Comparativamente, se puede decir que el tenis está más o menos bien: sí que tenemos menos torneos y los salarios todavía no son iguales, pero el tenis femenino tiene mucha visibilidad».

«Cada vez somos más mujeres en la aviación

Paula Moyano Piloto

«Cada vez somos más mujeres en la aviación

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Aunque la historia de la aviación se ha escrito con nombres masculinos, las mujeres tuvieron también su papel desde los inicios. Raymonde de Laroche y María Bernaldo de Quirós y Bustillo son ejemplos de ello. Hay muchos más. Está Amelia Earhart –primera en volar sola por el Atlántico– mientras Hanna Reitsch, con más de 40 récords mundiales de altura y velocidad, o Maureen Dunlop (entrenada para pilotar 38 tipos de aeronaves), además de jugarse la vida, presumieron de galones y condecoraciones en sus respectivas fuerzas armadas. «Las mujeres empezaron a volar a la par que los hombres. Todos fueron pioneros».

Una sentencia con la que Paula Moyano, piloto de 25 años que se ha abierto camino en un sector tradicionalmente capitaneado por hombres, busca rebatir esa creencia. Lo dice una joven que protagonizó su despegue en Foronda, tierra del histórico aviador Heraclio Alfaro Fournier, donde rompió un particular 'cielo de cristal' al convertirse en la primera instructora de vuelo del aeroclub que lleva el nombre del pionero de la aeronáutica en España. Pese a ello, ha visto que la presencia casi aplastante de varones ha sido una constante en su carrera. Lo corroboró en la pista de La Llanada, donde todos eran chicos, «tanto alumnos como trabajadores». Ya como piloto de aerolínea, durante su formación para ponerse a los mandos de los Boeing 737-800, la estampa fue la misma. Un panorama que Paula y otras compañeras están cambiando. «Las que estamos dentro de la profesión vemos como algo normal la presencia de mujeres, pero desde fuera a la gente le causa sorpresa», comenta. De hecho, «tengo muchas amigas que son pilotos, las he conocido en mi carrera y en el trabajo».

Jamás ha sufrido actitudes machistas, insiste en subrayar. «Siempre me han tomado en serio y nunca he sentido ningún desprecio». En los procesos de formación y selección «se hacen las mismas pruebas para todos», por lo que optar a un puesto «es una cuestión de capacidades mentales y de habilidades manuales, pero todo se puede practicar, como conducir». «Súper orgullosa» de ostentar el honor de ser la primera 'profesora' a los mandos de un avión del Aeroclub vitoriano, Paula insiste en cuestionar esa idea de que pilotar es cosa de ellos. «Cada vez somos más», destaca mientras repasa su agenda semanal de vuelos a Bruselas, Dublín, Milán, Lisboa, París... La superioridad de varones en las plantillas «no es lo que se ve en Europa y EE UU; y por ejemplo en Asia hay muchísimas mujeres pilotos en compañías aéreas».

«No es cuestión de género sino de esfuerzo»

Zuriñe García Chef Hotel Puente Colgante

«No es cuestión de género sino de esfuerzo»

El aprendizaje de la cocina doméstica era una de las misiones que asumía la Sección Femenina; aquí en el Colegio de la Vera Cruz, en 1948, con cocinas económicas. Yvonne Iturgaiz
Imagen - El aprendizaje de la cocina doméstica era una de las misiones que asumía la Sección Femenina; aquí en el Colegio de la Vera Cruz, en 1948, con cocinas económicas.

Zuriñe García García (Galdakao, 1980) ha sido la primera cocinera con estrella de la hostelería vizcaína, en Andra Mari, que la consiguió en 1983. Hace un par de años, tras 22 temporadas de trabajo en el caserío de Galdakao, Zuriñe decidió dar un paso al lado y tomarse la vida con un poco más de calma. Ahora ha regresado a primera línea y dirige las brigadas de cocina del Hotel Puente Colgante y de El Paladar, en Portugalete. Zuriñe García reflexiona en voz alta para EL CORREO sobre su carrera como mujer y sobre su vida.

«El camino de la cocina sigue siendo difícil para la mujer, es cierto. Yo he llegado a donde estoy por mis ganas de trabajar. Hay que decirlo claro: no es cuestión de género sino de horas, de voluntad, de esfuerzo. Detrás de cualquier éxito o progreso siempre hay un gran impulso por llegar arriba. Yo he tenido que trabajar a tope, que meter muchas horas. Creo que, en mi oficio, hay mujeres que no quieren ascender por la carga de responsabilidad que comporta. ¿Que es duro? Claro. Yo di el callo a tope. Y no seguí en cocina ni llegué a ser jefa en Andra Mari por nada ligado a mi género sino por mis ganas de trabajar. Yo no he visto nada diferente en los fogones por ser mujer, lo digo con el corazón en la mano. Cuando me quedé embarazada, mis compañeros me ayudaban, tiraban la basura o cargaban con lo más pesado. Por respeto a mi embarazo, por camaradería», señala.

«La cocina ha sido siempre una cosa de mujeres, es verdad. Yo lo veía en casa con mi madre y con mi abuela, Antonia y Felisa. En la Escuela, en Galdakao, era igual. Apenas había cuatro o cinco hombres en mi clase, de los cuales, ninguno está ahora en cocina. Y, de las chicas, menos de la mitad siguen en este oficio. Pocas hemos tirado para adelante. Cuando entré en las partidas de Andra Mari, con Eneko Atxa y Josemi Olazabalaga, todas las brigadas eran masculinas. La única chica joven que había en Andra Mari estaba en Pastelería. Ni una en Carnes ni en Pescados, en las zonas calientes. Era la única mujer allí. Lo cierto es que pensaba a menudo en esa circunstancias. Hoy ya no es así. Claro que hay broncas y cabreos en las cocinas, pero no por ser mujer. Cuando era la jefa de cocina una mirada me bastaba para hacerme entender ante mis compañeros. Jamás he tenido una falta de respeto. Tal vez porque ejercer la autoridad no me ha costado nunca», dice Zuriñe García que, en su nuevo trabajo en El Paladar (donde recupera platos de cuchara en la mejor tradición vasca) disfruta de más tiempo con su hija Alize.

«Ellas lucharon antes y ahora nos toca»

Maite Ferreira Operaria de Trust

«Ellas lucharon antes y ahora nos toca»

Obrera de la fábrica de cartuchos Orbea de Vitoria-Gasteiz en 1964. Debajo, Maite Ferreira, de la empresa Trust, en Eibar. Ignacio pérez / Archivo Municipal de Vitoria-gasteiz
Imagen - Obrera de la fábrica de cartuchos Orbea de Vitoria-Gasteiz en 1964. Debajo, Maite Ferreira, de la empresa Trust, en Eibar.

Hija de inmigrantes gallegos en Eibar, Maite Ferreira, de 47 años, lleva 22 como operaria en la empresa de cartuchos Trust, de Eibar. Vio cómo su madre tuvo que dejar de trabajar en el servicio doméstico cuando le llegó el segundo hijo, conviertiéndose en una de tantas en abandonar su puesto remunerado para cuidar de la familia, algo bastante habitual entonces. Mirando las dos fotos, lo más evidente es que la tecnología ha cambiado bastante, hoy los cartuchos salen ya hasta empaquetados, ni se ven en la imagen, pero hay que comprobar que todo esté correcto. Como una metáfora, mientras antaño la desigualdad por cuestión de sexo era mucho más evidente, hoy resulta difícil de detectar y quizás haga falta mirar dos veces.

Pocas diferencias más a simple vista entre las dos instantáneas. Y aunque no sabemos qué fue de aquella trabajadora sin identificar en la foto de archivo, conocemos qué solía pasar. «En Eibar tradicionalmente siempre ha habido muchas mujeres en las fábricas. Y solía suceder que estaban allí empleadas un tiempo hasta que se casaban, y les daban una dote para dejarlo, creo». Sí, así fue durante mucho tiempo según el Fuero del Trabajo dictado en 1938, que prohibía a la mujer casada seguir en su puesto laboral a partir de determinados ingresos del marido;y desde 1942, al contraer matrimonio debía abandonar su trabajo a cambio de la llamada 'dote nupcial'. Cosas invisibles en las fotos, pero están ahí. En la que le hemos sacado a Maite hoy también las hay: «A ver, somos muy potentes porque estamos trabajando en una empresa y también en casa, pero en el tema de la familia seguimos llevando el peso, ¿eh? Porque yo tengo una hija y por mucho que quieras delegar y compartas tareas de casa y todo eso, parece que, a mí me pasa, es imposible dejar de estar controlando. Así que aquí estamos trabajando, pero en casa seguimos cumpliendo».

Mirando esa imagen de los años 60, quiere imaginar a esa obrera jubilándose felizmente en su puesto, «y con sus nietos». Valora a todas esas mujeres que tuvieron que pelear por emanciparse, por trabajar y ganar su dinero, su independencia económica. «Aunque cada etapa va teniendo sus necesidades. Ellas tuvieron que luchar, pero ahora nosotras también tenemos que pelear. No hemos terminado», afirma, haciendo hincapié en una realidad que muchas veces permanece silenciada hasta que uno empieza a rascar, como quien manipula un explosivo y le estalla en las manos de repente.

«Las médicas somos igual de eficientes»

Amaia Fernández Jefa del servici ode Urgencias en Cruces

«Las médicas somos igual de eficientes»

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Han pasado 92 años desde que Ticiana Iturri se colegiase en el Colegio de Médicos de Bizkaia. Ella fue la primera mujer facultativa del territorio. Abrió camino en un mundo de hombres. A día de hoy son muchas las que han seguido su estela. El 64% del personal médico de Osakidetza son mujeres. En algunos servicios esta proporción es aún mayor. El de Urgencias del hospital de Cruces es ejemplo de ello. 36 de sus 46 facultativos son féminas. Amaia Fernández es su jefa.

Esta doctora tenía claro desde niña que quería ayudar a la gente y consideró que la medicina era una buena forma de conseguirlo. Estudió la carrera en la UPV/EHU y se especializó en Medicina de Familia. La residencia la hizo en el hospital de Cruces y, tras una etapa de seis años de ejercicio en Cataluña, regresó en 2005 al mismo hospital en el que se había formado. Lo hizo además a un nivel asistencial, el de las urgencias, «que siempre me ha gustado».

A nivel laboral Fernández indica que a día de hoy «no existen desigualdades» por razón de género en cuanto al trato entre los compañeros o la valoración. «Las mujeres somos igual de eficientes, inteligentes, profesionales y buenas compañeras que los hombres. Los resultados están ahí y son los mismos», recalca. Tampoco hay diferencias de salarios en Osakidetza por el hecho de ser varón o fémina.

En cambio sí percibe que a nivel social queda camino por avanzar. Le sucede que cuando está de viaje o conoce a alguien y le preguntan en qué trabaja. Casi siempre le sucede lo mismo. «Yo digo que soy sanitaria en el hospital de Cruces y normalmente dan por hecho que trabajo como enfermera. A la gente le cuesta todavía normalizar que una mujer pueda ser médico», explica.

Sin embargo esa percepción no la ve en los enfermos en el hospital cuando lleva la bata puesta. «Cuando era joven, en mi etapa de residente, sí recuerdo que algún paciente me preguntaba cuándo iba a venir el médico a verle y se sorprendía cuando le respondía que la médico era yo. Ahora eso ya no pasa», cuenta.

Fernández destaca el papel de aquellas mujeres que «pelearon» durante las pasadas décadas por lograr la equidad dentro de la medicina. Le vienen a la memoria algunas que ocuparon puestos de responsabilidad en su propio servicio y de las que pudo aprender. Fueron sus referentes. «Las nuevas generaciones no son conscientes de lo que costó lograr la igualdad. No debería olvidarse. Habría que incluirlo en la Facultad en alguna asignatura de Historia de la Medicina».

«Con ocho años cogía la moto de mi hermano»

Estíbaliz Novo Motera

«Con ocho años cogía la moto de mi hermano»

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Estíbaliz Novo empezó a andar en moto con ocho años. Su padre, también aficionado a las dos ruedas -pilotaba una Sanglas-, le había comprado una 'Cady' a sus hermanos mayores y ella la cogía en el camping de Oriñón donde veraneaban. «Me encantaba derrapar y subir y bajar escaleras. Hacía mis pinitos de motocross y eso que me pesaba mucho y no llegaba con los pies al suelo». Le sirvió para coger destreza. Corrían los años 80 y «entonces no había muchas chicas con moto. En mi cuadrilla, ninguna». Como las mujeres de la foto con sus 'Vespas' y sin casco, que montaban de lado porque llevaban falda, Esti ha sido también pionera, aunque un siglo después. «Me hubiera gustado jugar a fútbol en el cole, pero no había equipo, así que me hice karateca. Me llamaban marimacho porque era muy activa y competitiva». Cuando se sacó el carné a los 18, aprendió a usar las marchas con la 'Yamaha SR 250' también de su hermano. Y con sus primeros sueldos se compró «un pepino», una 'Suzuki Bandit 600'. Después ha probado distintos modelos, 'Bmw 1200', 'Ducati'...

Su pareja, Tino, también es motero. «Empecé a montar cuando la conocí. Pensé 'o me uno o la pierdo'», sonríen. Esti pilota ahora una flamante 'Triumph Tiger 900' de color rojo, con el asiento rebajado. «Es perfecta para mi talla». De corpulencia menuda y estatura normal para una mujer, no podría con el peso de una moto más grande, por lo que perdería su ansiada independencia al necesitar «ayuda para subir y bajar».

No usa la moto como medio de transporte sino «para divertirme». «Me gusta salir a 'curvear'. La autopista es aburrida y un peligro. La gente no respeta a las motos». Su «paraíso» está cerca. Una ruta por La Granja, Ramales, la cascada del Asón, Lunada o Vega de Pas» sintiendo el calor del sol, el aire fresco y en plena naturaleza «es la gloria». «No te encuentras ni un coche. En Bizkaia el tráfico es endemoniado». «Se me pone la sonrisa y me acuerdo cuando, de niña, andaba en moto en el camping. Es un momento que te estás dedicando a ti, la libertad».

Esti y Tino son padres de un chaval que está a punto de cumplir los 15 años y que les reclama moto. «No le podemos decir que no», asume sin ocultar un sentimiento protector. «Soy amatxu y me tira el crío más que mi hobby». Por eso, y porque es «friolera», no se anima a rutas largas. «Hay motos para cada momento. Me veo viejita y llevando mi 'vespita' a hacer los recados».

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