Las lonjas juveniles van a la baja
El parón de la pandemia y la pujanza de lo 'online' han reducido el porcentaje de jóvenes que cuentan con un local de este tipo
Durante décadas, las lonjas han sido un rasgo distintivo de la juventud vasca, hasta el punto de que llegaron a ser mayoría quienes pertenecían a alguno de estos locales (y el uso del verbo 'pertenecer' por parte de los sociólogos da buena idea de su arraigo) o deseaban contar con un espacio de estas características. El propio Gobierno vasco dedicó estudios a este fenómeno y destacó su «práctica inexistencia en el resto del Estado, si excluimos Navarra y alguna otra comunidad del norte», una circunstancia en la que influían factores como la meteorología adversa o la tradición de los txokos. Pero, sin embargo, en los últimos años se está constatando que esta modalidad de ocio ha entrado en una fase de claro declive: según las encuestas del Observatorio Vasco de la Juventud, en 2016 se declaraba miembro de una lonja el 20,3% de los jóvenes entre 15 y 29 años (una proporción que se elevaba hasta el 28,3% en el caso de los varones), mientras que, cinco años después, el porcentaje se había desplomado hasta el 5,7%.
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En medio de ambas cifras, cómo no, estuvo la pandemia, el abrupto parón que redibujó algunas partes de nuestra sociedad. Las lonjas habían llegado a 2020 sin perder ese tirón extra que adquirieron en la primera década de este siglo, cuando la crisis económica obligó a buscar nuevos usos 'de emergencia' para locales que se habían quedado vacíos. Según algunos estudios, hasta el 28% de los jóvenes llegaron a frecuentar alguna lonja todas o casi todas las semanas. «La pandemia afectó sobremanera a este tipo de locales, que permanecieron cerrados durante más de un año. Eso trajo un descenso considerable en el porcentaje de pertenencia», apunta el Observatorio Vasco de la Juventud. Aquel periodo de clausura forzosa aceleró algunas tendencias que ya se detectaban en este grupo generacional: en esa especie de competición entre lo presencial y lo virtual como maneras preferidas de relacionarse, la imposibilidad de reunirse se convirtió en el argumento definitivo. Hubo, además, cuadrillas que se disgregaron y personas que no quisieron retomar el compromiso anterior en el alquiler y el mantenimiento de la lonja.
«Han evolucionado a la baja. Cambian los tiempos, las necesidades, las perspectivas... Con las redes, ya no necesitan tanto estar juntos, pueden interactuar 'online'», resume Saray Muñoz, concejala de Portugalete, el ayuntamiento pionero en establecer canales directos de comunicación con las lonjas. «Llevamos más de veinte años con este programa. Tenemos una coordinadora que se encarga de ir a las lonjas, estar con los jóvenes... En caso de alguna incidencia con los vecinos, se realiza una mediación. No se trata de control, es una colaboración: les escuchamos, que es algo que agradecen mucho, y nos suelen aportar ideas sobre temas inesperados», expone. En sus comienzos, el programa llegó a superar las sesenta 'lonjas colaboradoras', mientras que ahora se han quedado en veintiséis.
Campo de pruebas
«Hubo un momento en el que la demanda de lonjas para jóvenes afloró mucho. Se alquilaban un montón de locales que no tenían otro destino. Pero aquella demanda se ancló y hoy no existe, no está en cartera, y por otra parte hay propietarios que no quieren cuadrillas: se ha convertido en un producto residual», analiza José Manuel González, presidente del Colegio Oficial de Agentes de la Propiedad Inmobiliaria de Bizkaia. Las cosas se complicaban particularmente en el caso de los menores, ya que los padres solían echarse atrás en cuanto surgía algún problema, y en algunos casos las ordenanzas municipales también han dificultado este uso.
Los conflictos con las comunidades de vecinos, esa sombra que acompaña desde siempre la existencia de las lonjas juveniles, llevan a plantearse una pregunta final: ¿es bueno o malo que estos espacios vayan a menos? Sin duda, muchos vizcaínos habrán aplaudido la desaparición de los bulliciosos inquilinos del bajo, pero, en su visión de conjunto, las autoridades tienden a contemplarlas con buenos ojos. «Este fenómeno ha resultado positivo y pacífico en la mayoría de los casos», hizo constar el Ararteko en el informe que dedicó a este asunto, mientras que, hace una década, el Gobierno vasco elogiaba su papel como «campo de pruebas de una autonomía que cada vez se alcanza más tarde». Muñoz, en vista de los resultados de su programa municipal, no alberga dudas: «Nosotros queremos más».
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Una tarde en la lonja
«Nosotros queremos aguantar y seguir como txoko, con los niños»
Lo primero que llama la atención al entrar a la lonja es que está muy limpia, pero eso tiene trampa, claro: como buenos anfitriones, los miembros de esta cuadrilla de Portugalete le han dado un repasito antes de recibir a las visitas. Al fin y al cabo, Gaizka Carnero, Guillermo Prieto, Alba Martínez, Eneko Candanedo y Marcos Abascal –más los amigos que se irán incorporando a medida que avance la velada, más todos esos otros que faltan hasta completar la veintena larga– son veteranos en esto de las lonjas. «En esta vamos a hacer ya seis años y es la cuarta. La mitad, una docena o así, estamos desde el principio», calculan. Y, por mucho que la tendencia social marque otras modas, tienen intención de continuar: «Hay gente que lo deja a los 30, pero nosotros queremos aguantar y seguir como txoko: nos vemos con 40 años, con los niños... No se trata de liarla y ya está».
Los 40 son un horizonte muy lejano aquí, donde todos andan entre los 23 y los 25 años. Las paredes están decoradas con grafitis (el del equipo de fútbol Manchester Pity, con pe; el de la serie 'Rick y Morty', otro de su amiga tatuadora @teta.tuooo...) y con un incongruente salvavidas que heredaron de las anteriores inquilinas de la lonja, una pandilla de chicas. Hay tres sofás y un sillón, aunque siguen teniendo más culos que asientos, una tele «comprada de primera mano», un par de microondas (que les amargan la vida cuando un colega se empeña en preparar unas palomitas con queso que «huelen a pie») y el esencial altavoz para la música, que suele tirar hacia el reguetón. En el pasado llegaron a disfrutar de lujos suntuosos, casi decadentes, como un futbolín y una mesa de pimpón, pero los dos pasaron a mejor vida.
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Esta es una lonja de uso diario: «Después de trabajar o de estudiar, venimos todos los días. A lo mejor nos juntamos ocho o nueve. La lonja ayuda a hacer grupo: sin esto, entre semana a lo mejor nos veíamos tres», plantea Guillermo. Aquí lo mismo se sigue atentamente 'La isla de las tentaciones' que se compite al 'beer-pong', el juego de beber que consiste en encestar una pelotita en unos vasos. Los viernes toca laaarga timba de póker: «Hace un par de años empezamos a jugar cuatro o cinco y se han acabado metiendo todos», explica Eneko. Y, por supuesto, los días de fiesta la cuadrilla se reúne aquí.
La droga de llevar las cuentas
Analicemos los tres puntos clave. Lo primero, el coste: pagan 410 euros mensuales, a 18 por barba y todavía les queda algo de bote. «Antes llevábamos las cuentas un mes cada uno, pero era un lío. Me tocó a mí, no me pareció para tanto y se ha acabado convirtiendo en una droga, ¡no puedo dejarlo!», comenta Gaizka, mientras los demás bromean sobre la sospechosa cantidad de tatuajes que ha podido pagarse desde que ejerce de tesorero. Segundo punto: la limpieza está organizada por estrictos turnos, en grupos de seis. «Pero la gente se intenta librar. Si se pueden escaquear, se escaquean. ¡El día siguiente a una fiesta esto es horrible!», suspira Alba. Y queda otra cuestión decisiva: las relaciones diplomáticas con los vecinos. «Tuvimos un incidente por ruido: ¡como llevamos tantos años aquí...! Pero liarla, liarla, nunca la hemos liado», aseguran. Tienen la suerte de que, justo encima, el almacén de un bazar chino les sirve de bendita insonorización.
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Todos ellos elogian el programa del Ayuntamiento de Portugalete que establece un diálogo continuo con las lonjas juveniles y les brinda una mediadora en caso de conflicto. «Eso ayuda bastante. En Bilbao tenemos amigos que, en cuanto les ha surgido algún problema con la comunidad, se han tenido que ir». De hecho, esa comunicación con los responsables municipales ha animado a Gaizka y Guillermo a poner en marcha su proyecto PuntoNorte920 de 'batallas de gallos', los duelos entre raperos.
Más allá de las palomitas con queso, sus peores experiencias han sido los robos. «Una lonja es carne de cañón. Esa puerta se fuerza con nada: con un alicate rompes la cerradura –aclara Marcos, mientras los demás hacen risas a cuenta de sus conocimientos sobre esas técnicas–. Nos entraron y se llevaron la 'play', los juegos de mesa, unas tiendas de campaña... Nos desvalijaron y encima nos dejaron los sofás patas arriba». Marcos, que trabaja de electromécanico, es el manitas del grupo, una figura esencial para no gastar en reparaciones. ¿Él también ve la lonja como un futuro txoko familiar? Echa una mirada alrededor y asiente: «Sí, me imagino remodelándola entera».
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