No es de ternura. Con frecuencia tiramos de ella para juzgar cuerpos y mentes mayores. Lo de Virumbrales es otra cosa. Le ha parado balones ... a Iribar, a sus 94 años, asomado a un balcón. Fue uno de los protagonistas del anuncio del Athletic. «Repetimos la toma mucho, así que me empleé a fondo», desvela con una retranca que crece al comentar. Le vi mayor al Txopo. Casi un siglo de vida y el aitite es el otro. Advierto ya que hablamos de alguien txirene. Juan Antonio Virumbrales Rodríguez, socio número 1 del Athletic Club.
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«Nacido, bautizado y casado en Begoña», proclama, con naturalidad botxera. «Por entonces era república independiente», nos advierte y recuerda los cambios de la villa. Ha sido testigo de muchos. Es lo que tiene nacer el 28 de julio de 1926. Fue junto a las escuelas de Uribarri. «Cuando estalla la Guerra, para no perder clases, iba a Matiko. Al acabar paso a los Maristas de la Plaza Nueva». Lo mismo habla de la contienda que de las tardes jugando en la campa. O de los jueves cuando subían a Santutxu para darle al balón, hasta que lo urbanizaron y optaron por la Peña. «El barro era rojo y te ponías perdido. Para ir montábamos en el tren de Arratia. Te hablo de los 40». Juan Antonio, que no para de recordarme que somos tocayos, no se deja un dato y repasa retales del ayer. Lo hace con la flema que otorga haber vivido mucho. Como al responder sobre su familia. Sus padres, Fermín y Julia, tuvieron tres hijos. Solo queda él. «Mi hermano murió hace diez años y mi hermana el 6 de diciembre pasado por covid».
No puedo quitarme de la cabeza a Virumbrales asomado al balcón. Hemos perdido a demasiada gente. Y en frustrado silencio. Por eso, alivia que nos lleve de nuevo hasta tiempos remotos. «En el 44 terminé peritaje mercantil. Luego hice el profesorado, la mili en Monte la Reina y en Ceuta». En este punto habla de la zona occidental de Marruecos y de lo que suponía vestir caqui en aquél lugar y años. No disimula su orgullo al subrayar que sacó la oposición a los 18 y que no ha parado de trabajar hasta que se jubiló en 1990. En un lugar, por cierto, a un minuto de casa y cerca de La Catedral. Pero eso nunca fue excusa. Ya en los tiempos de Begoña bajaba con su padre para ver a los leones. Como apuntaba a cita habitual, el 1 de septiembre de 1939 le hacen socio. La fecha aparece en la placa que recibió en 2014. Se empeña en leerla. «Espera que encienda otra luz. 'A don Juan Antonio...'. Así arranca y, entre frase y frase, nos guía por los aromas a lúpulo y cebada de la Cervecería la Salve en el Campo Volantín, lugar de trabajo del padre. O de los días en que jugaba partidos contra el anterior número 1.
Federico Urieta. «Él iba al Santiago Apóstol, así que éramos amigos y rivales», desvela cómplice y sigue con la placa. «Por su apoyo en estos 75 años». Todo en él suena a Historia con mayúsculas. Pero repasada de forma sobria. Así descubrimos que se casó en 1953 con Arancha Rivero Igartua, que tuvieron una hija a la que llamaron María Concepción y, al hacerlo, ahonda en el origen del nombre Arantzazu. No se olvida de sus nietos, Estíbaliz y Aingeru. Los ve poco desde que llegó el virus. Viven enfrente. Así que no se siente solo. De hecho, se las arregla muy bien. Aunque tiene ganas de viajar con su actual pareja. Como aquella vez que pasaron por Cieza, Murcia, y athleticzales de la zona les invitaron a todo.
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Mientras llega ese día, sigue fuerte como un roble. «Me cuido, pero el vinito no lo perdono. Una botella me dura dos días. Ojo, que cumplo con la dosis», advierte. No lo discutiré. Otro día hablaremos de su habilidad en internet o del control que tiene de los jugadores actuales. Seremos tocayos, pero daría lo que fuera por compartir algo más. Su admirable pila vital. Virumbrales no solo es el número 1. Es el jefe de San Mamés.
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