América latina teme una marcha atrás
Es pronto para ver por dónde irá la política del futuro presidente, pero el temor y la incertidumbre se han instalado en las presidencias y cancillerías
El triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos estuvo acompañado en sus horas iniciales por diversos conceptos como desconcierto o incertidumbre. Inclusive ... se ha instalado un cierto nerviosismo frente la llegada del nuevo inquilino de la Casa Blanca. La sensación de estar al borde de lo desconocido, de un viraje radical, de grandes transformaciones o de una marcha atrás en las conquistas de las últimas décadas aumenta en lo relativo a la política exterior, a partir del énfasis puesto durante la campaña en la promoción de un mayor aislamiento internacional o la oposición al libre comercio y a los macro tratados en fase de ratificación o negociación, como el TPP (Acuerdo Transpacífico) o el TTIP (Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión).
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Un mayor ensimismamiento de EE UU y un cierto repliegue de la escena internacional darían nuevos bríos a Rusia y China y reforzarían su presencia mundial. Es el mejor camino para empequeñecer a Estados Unidos y no «para hacer grande nuevamente a América», como apuntaba el principal eslogan de la campaña de Donald Trump. Uno de los terrenos donde seguramente se visualizará ese enfrentamiento será América Latina, considerada durante mucho tiempo su patio trasero, y que recientemente había conocido un desarrollo autónomo importante. Sin embargo, la presencia de importantes actores extrarregionales complica enormemente las cosas. Rusia ya tiene un importante despliegue militar en Nicaragua y busca reforzarlo también en Cuba y Venezuela, mientras China intentará potenciar sus negocios en la región.
Dentro de la política exterior de Washington se repite la cuestión de qué ocurrirá en sus relaciones con América Latina. Con México a la cabeza, las peores pesadillas que suponía un triunfo electoral de Trump se están cumpliendo, y en todos y cada uno de los países emerge la pregunta de cómo afectará la nueva coyuntura a sus propias relaciones bilaterales. Por eso, los distintos gobiernos están intentando recomponer, o al menos mantener en estándares de cierta normalidad, unas relaciones cruciales para su futuro.
La situación de México es peculiar desde diversos puntos de vista. Para comenzar por la nutrida colonia de mexicanos y sus descendientes viviendo legal e ilegalmente en EE UU, y que han sido atacados directamente por el candidato republicano triunfador. Y también por la extensa frontera común entre ambas naciones, donde Trump ha manifestado la intención de construir un muro de separación a costa del contribuyente mexicano. La amenaza del futuro presidente de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte puede impactar dramática y negativamente sobre la economía de México, muy vinculada a su vecino del Norte.
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Los insultos y descalificaciones contra los mexicanos se extendieron a toda la comunidad latina. Por eso se pensó que esta minoría, cada vez más importante en la nueva demografía estadounidense, iba a ser determinante en la elección, lo que finalmente no ocurrió. De todos modos, la solidaridad con México se convirtió en norma regional, y afectó al posicionamiento de los diversos gobiernos latinoamericanos.
La llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, ocho años atrás, había provocado un cambio radical en la percepción que las opiniones públicas regionales tenían de EE UU y su presidente, muy deterioradas por la política de George Bush y la guerra de Irak. Puede ocurrir que la presencia de Trump dé un nuevo golpe de péndulo y haga resurgir fuertes sentimientos antiimperialistas en América Latina, algo que beneficiaría a los gobiernos y movimientos populistas bolivarianos.
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Junto a lo que pueda ser el marco general de la política de EE UU hacia América Latina hay algunas cuestiones puntuales, como la relación con Cuba o Venezuela, que también están demandando respuestas. Lo paradójico es que la deriva antiglobalizadora y anti libre comercio de la nueva Administración coincide con el cambio de tendencia que ha comenzado en América Latina, donde países como Argentina o Brasil habían adoptado una postura más abierta y favorable a la globalización y a los tratados comerciales.
La relación bilateral entre Cuba y Estados Unidos sufrió una gran transformación tras el anuncio de Obama y Raúl Castro de diciembre de 2014 del inicio de un diálogo que llevaría en pocos meses a la apertura de sendas embajadas. Sin embargo, la política poco ambiciosa de los cubanos, especialmente en materia de libertades políticas y de derechos humanos, permite suponer que es bastante posible una cierta reversión de los acuerdos alcanzados hasta ahora por las partes. De ser así, tendría grandes repercusiones sobre el conjunto de la relación con América Latina. En Venezuela, Obama había decidido apoyar el diálogo impulsado por el Vaticano. Habrá que ver si la nueva Administración decide seguir por este camino o reforzará el enfrentamiento con el Gobierno de Caracas.
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Todavía es pronto para ver por dónde irá la política latinoamericana de Trump, pero de momento el temor y la incertidumbre se han instalado en las presidencias y cancillerías de la región. En todos ellos prima la cautela frente a una relación que todavía sigue siendo crucial para América Latina, una región que Estados Unidos podría comenzar a perder si el nuevo Gobierno tensa demasiado la cuerda. México y el famoso muro serán uno de las primeras pruebas en esa dirección.
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