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Modelo en un desfile de Gucci.

¿Por qué nos gusta lo feo?

La moda y el estilo de vida actual imponen el mal gusto como un gran negocio con tendencias que explotan el lado oscuro

Luis Gómez

Martes, 4 de octubre 2016, 18:06

Del mismo modo que la maldad fascina hasta límites insospechables, rayando en la obsesión, a literatos y cineastas, la moda mantiene un permanente idilio, casi eterno, con la fealdad. Resulta curioso, por no decir grotesco, que la industria que vive de la exaltación de la belleza, se deje llevar por la tentación de su cara opuesta. De esa en la que a casi nadie le gusta verse reflejado. Desde que llegó a los altares de Gucci, una de las casas legendarias de las pasarelas, Alessandro Michele, con su aspecto de literato extravagante, ha mostrado una especial inclinación por modelos, masculinos y femeninos, a los que transforma en seres extraños y despoja de todo atractivo. Son los clásicos tipos que recuerdan a los típicos chicos que en los institutos ya les colgaron el cartel de raritos. Lo llamativo del caso es que una propuesta estilística nada glamurosa ha acabado imponiéndose. ¡Qué bello es lo feo!, piensan algunos modistos. Afortunadamente, esta tendencia nunca ha llegado a traspasar la frontera de las pasarelas. O, al menos, lo ha hecho de forma muy tenue. Sin embargo, casi todos los colegas le han seguido el juego. ¿Por qué este deseo de vestir a hombres y mujeres de forma estrafalaria y absolutamente decadente?

«El mercado está evolucionando de una manera muy extraña en todas partes, aunque entiendo que la gente quiera ver solo el lado pijo. La moda es como la religión. Algo sagrado. Mi deseo es producir cosas que la gente ansíe comprar», esgrime este peculiar director creativo, convencido de que lo más bello es «aquello que realmente no entiendes». Y no le falta parte de razón cuando artistas como Lady Gaga y Marilyn Manson se han elevado a categoría de iconos por sus espectaculares y siniestros maquillajes o por sus vestidos confeccionados con carne cruda. Con un añadido, a su perfil intencionada y provocadoramente feísta suman un componente terrorífico. Es la exaltación del horror, lo desagradable, en dos palabras.

A esta estampa han contribuido de forma muy decisiva las modelos que han desfilado en las últimas campañas para marcas como Christian Dior, Louis Vuitton y Marc Jacobs. Las maniquíes aparecen transformadas en samuráis de piel de marfil o refinadas pandilleras. Miguel Salmerón, profesor de Estética de la Universidad Autónoma de Madrid, sostiene que la erotización de la «mujer mala se genera con el romanticismo y se consolida con el decadentismo». En esas andaríamos en estos momentos. Pero la pregunta es inevitable: ¿por qué precisamente ahora se impone la cultura del feísmo? ¿Por qué la estética plantea la vuelta del lado oscuro con la sofisticación como consigna? ¿Por qué los looks de pésimo gusto se erigen en una alternativa 'cool'? ¿Por qué los diseñadores lanzan cada verano la estomagante idea de combinar sandalias con calcetines que no entran ni con calzador?

Es verdad que cada cierto tiempo los diseñadores se sacan de la manga propuestas con las que provocar y escandalizar. Muchos viven del coqueteo con el escándalo. Tanto en los 80 como en los 90 bastantes creadores callejearon e impusieron el look indigente. Alternativas pobres llenaron los roperos de prendas con remiendos que lucían falsos mendigos que se pagaban a precios estratosféricos. Porque es lo que tiene el lujo. Pura apariencia, salvo cuando toca pasar por caja. Pero lo de esta vez es diferente.

Como fuerza de denuncia social

La periodista Empar Prieto defiende que la atracción por las cosas estéticamente «horrendas parece intrínseca a la existencia de la belleza y a su culto». Fueron, en su opinión, las vanguardias artísticas del siglo XX, expresionistas y surrealistas, las que aceptaron plenamente la fealdad como «modelo de belleza, por su fuerza de denuncia social y su impacto perturbador al oponerse al estereotipo clásico y biempensante. Bello en toda su deformidad», apostilla. La industria de la cosmética se ha sumado también de forma descarada a esta corriente. La empresaria australiana Poppy King, creadora de la gama Lipstick Queen, lanzó hace un par de temporadas una línea labial en tonos berenjena bautizada 'Bête Noir'. «Todos tenemos un lado oscuro y cuando lo asumimos podemos transformarlo en algo hermoso», reflexiona.

El escritor Luisgé Martín mantiene una particular teoría según la cual hay deportes en los que triunfan los guapos y otros en los que triunfan los feos. Los tenistas, pilotos de motos y saltadores de trampolín, que suelen labrar «musculaturas prodigiosas», inspiran, en su opinión, una «lujuria mucho mayor» que los atletas, ciclistas o jugadores de baloncesto, entre los que no abundan los figurines ni los donjuanes». Prieto, que no tiene ningún pudor en confesar su fascinación por lo feo, cree que los conceptos de belleza y fealdad son «ambivalentes» y dependen de la cultura, de la época y la sociedad donde se den. Pone de ejemplo los «'plataformones'» de 19 centímetros con los que Marc Jacobs eleva sus «andamios góticos» o los 14 de las mosqueteras de Balenciaga. «Su desproporción puede resultar espantosa y no serán plato fácil para muchas mujeres, aunque sean fans de Lady Gaga», matiza.

Todo depende, en cualquier caso, de los ojos con los que se mire. Prieto recuerda que existe en Viena un singular paseo cuyo recorrido se culmina votando por los edificios más horribles de la ciudad. Porque no sólo la moda siente inclinación por lo feo. En 1993 echó a andar el Museum of Bad Art de Massachusetts, una institución privada fundada en un sótano que se dedica a la colección, preservación, exhibición y celebración del arte malo en «todas sus formas y toda su gloria». Sus colecciones incluyen retratos «involuntariamente monstruosos, paisajes incongruentes y desnudos perturbadores en su fealdad». Las páginas de Tumbir recogen también portadas de libros y discos «apasionadamente malas». Lo feo está de moda.

Los expertos dan algunas claves. El feísmo deliberado ha adquirido cierto prestigio y, según Xabier Rubert de Ventós, catedrático de Estética en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, es un «complemento perfecto al glamourismo». El fotógrafo Joan Fontcuberta justifica la atracción por la «fealdad y lo fallido» en la existencia de una «cierta nostalgia» de épocas en las que la uniformización «todavía no se había producido. Si Photoshop, los filtros de Instagram y los dispositivos móviles han imposibilitado en la práctica la producción de imágenes «fallidas», los nuevos tiempos han erradicado la singularidad, individualidad y, también, por qué no decirlo, una fealdad que a tanta gente le resulta hasta bella. El sociólogo y escritor Enrique Gil Calvo, autor de 'Máscaras masculinas. Héroes, patriarcas y monstruos' concluye que el interés de la moda por este estilo obedece a que los modelos clásicos ya no sirven en el mundo de las apariencias. «Lo inimitable está en la explotación de lo feo, en crear una copia sin par, ya que la belleza es fácil de imitar».

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