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Julián Mari toca la pandereta ante el grafiti de su caserío. Maika Salguero

¿El pueblo más feliz? «¡Claro que sí!»

Una visita a Gautegiz Arteaga, el pueblo de Urdaibai al que han colgado esa etiqueta: «Las condiciones las tenemos y, de hecho, con el covid se ha vendido aquí todo lo vendible»

Lunes, 18 de septiembre 2023, 00:53

Cuando uno llega a Gautegiz Arteaga, el que dicen que es el pueblo más feliz de Euskadi, lo primero que se encuentra es a una ... docena de operarios sudando la gota gorda en las obras de la carretera que atraviesa el casco urbano. Y eso está muy bien, claro, porque todos sabemos que el trabajo suele ser condición indispensable para el bienestar, pero tampoco encaja en lo que uno se esperaría como póster de la felicidad. Menos mal que esa primera impresión se compensa al llegar a la plaza: allí está 'Aisialdi', es decir, 'Tiempo de ocio', un insólito ejemplo de escultura que muestra a un ser humano plácidamente tumbado a la bartola.

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En realidad, la famosa etiqueta de la felicidad no tiene nada que ver con el trabajo, aunque la tasa de paro del 5% ayuda lo suyo, sino que es el resultado de una curiosa combinación de ciencia y ocurrencia. Primero llegó un estudio de la universidad alemana de Kiel que relaciona el bienestar de las personas con la diversidad de aves que habitan en su entorno. Y, de ahí, alguien dio el salto lógico: a ver quién puede competir en ese tipo de fauna con Gautegiz Arteaga, en pleno Urdaibai, con esas marismas donde las especies de pájaros se cuentan por cientos. Por supuesto, como siempre que manejamos este tipo de conceptos, hablamos más de condiciones para la felicidad que de felicidad en sí misma: quizá sea difícil sentirse dichoso en el infierno, pero todos sabemos que se puede ser radicalmente desgraciado en un paraíso.

Belén con la peluquera, Margari Basterretxea. Jon e Ignacio charlan con la farmacéutica, Marta Uribe. El perro del vecino interrumpe a Ander en la observación de aves. Maika Salguero

Uno se espera que, al plantearles lo del pueblo feliz, los vecinos de Gautegiz Arteaga reaccionen con cierto distanciamiento, pero lo cierto es que muchos de ellos abrazan sin rodeos la sonriente coletilla que le han colgado al municipio. En una encuesta callejera, va apareciendo de todo, pero predomina lo positivo. «El más feliz, ¡claro que sí! Es que tienen toda la razón. Yo no me voy a pirar de aquí hasta que la muerte me separe», aprueba Jon Etxebarria. «Yo llegué hace catorce años y me sentí muy arropada: el pueblo es precioso y la gente muy agradable», asiente la brasileña Janaine. «¡Superfeliz! Yo aquí he nacido. Qué naturaleza tenemos: voy a la parte de abajo y me siento como si estuviese sola en el mundo, con la marisma y el monte atrás», celebra Belén Ozamiz, de 90 años «y medio», que se está poniendo todavía más guapa en la peluquería. «Condiciones hay y, de hecho, con el covid se ha vendido aquí todo lo vendible. Eso sí, lo de los pájaros... ¡Cómo me ponen el balcón!», relativiza una mujer que pasea con el marido. Y, por fin... «Yo hoy estoy muy cabreado, y supongo que aquí habrá tantos cabreados como en otros sitios. ¡No sabes el cachondeo que aguanto en Bilbao con lo del pueblo feliz! Y, además, ahora hay menos aves que antes», refunfuña un hombre. Su señora madre, que lo acompaña, lo observa con aire de reprobación: «Aquí no hay cruz, la mar de bien vivimos», le replica.

El billlete más pequeño

En el bar Egala, el tema de la felicidad desencadena una tertulia medio en serio, medio en broma. El hostelero, Alfonso Aberasturi, ejerce de maestro de ceremonias a base de ironía: «Ya te digo, aquí hay una felicidad de la leche. El billete más pequeño que me traen es de 50. Yo creo que en eso de la felicidad influye que tenemos un porcentaje altísimo de jubilados». Mónica, que se está tomando el café de media mañana, sopesa pros y contras: «Es cierto que tenemos alrededor toda esta naturaleza y eso ayuda... Nos falta algún comercio. Y también el autobús cada media hora, como en verano, y no cada dos horas».

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–De cero a diez, ¿ustedes qué nota se pondrían en eso de la felicidad?

–Yo un 10 –interviene una vecina que ha entrado a por el pan y el periódico.

–Yo un 8 o un 9 –duda Mónica–. Eso sí, luego te acostumbras a esa felicidad, vas a Bilbao y te asusta el mogollón de gente. Coges el mismo paso que llevan ellos y acabas agotada.

–Yo un 7 –rebaja el hostelero–. Otros son más felices porque libran sábado y domingo. Yo no libro ni un día: cuando libre, subiré al 8.

Para mucho forastero apresurado que lo cruza en coche, Gautegiz Arteaga no pasa de ser una carretera con casas a ambos lados, pero ahí se están perdiendo la esencia del pueblo, porque esos edificios disimulan los encantos que quedan detrás. En el paseo desde la calle principal hasta las marismas, se recorre una zona de caseríos primorosos donde no cuesta imaginarse razonablemente –o incluso locamente– feliz. Un poni y una cabra pastan juntos en un campo, un border collie contempla perezosamente a los forasteros –parece imitar a la estatua de la plaza– y, por todas partes, una asombrosa diversidad de grafitis colorea el itinerario, porque el pueblo es sede de una dinámica bienal de arte urbano. Julián Mari Uriarte tiene un dibujo bien grande y bien bonito en la parte trasera del caserío donde vive, el mismo en el que nació: «Lo principal de este pueblo es que es muy tranquilo y tiene cantidad de paseos. Todos los días andamos por los senderos», resume este hombre animoso que ha tocado la pandereta por buena parte de la geografía vasca. ¿Lo que falta? De nuevo el transporte: un horario de buses como el del verano o ese tren que envidian a los de enfrente, los de la otra margen de Urdaibai. «Aunque igual es mejor así –medita otro vecino–, porque a lo mejor estaríamos petadísimos».

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Aeropuerto internacional

En el Urdaibai Bird Center, el «museo vivo de la naturaleza» que sirve de «aeropuerto internacional para aves», Ander Zabala anda controlando las plantas invasoras. Si los eruditos de la Universidad de Kiel tienen algo de razón, este bermeano que reside en Gautegiz Arteaga y trabaja con vistas a la marisma ha de ser un tipo jubilosísimo. ¿Y qué tal? «Pues para mí sí es un pueblo feliz: playa, montaña, frontón, skatepark... Y muchas horas de luz, porque aquí nos llega hasta el último rayo de sol. Yo tengo un terrenito, cultivo mis cuatro pimientos, y eso también ayuda. Eso sí, te tiene que gustar la tranquilidad, porque el que quiera movida a lo mejor no es tan feliz». El cisne que tienen estos días en el centro, entre las habituales fochas y zampullines, parece escucharle desde lejos, como para decidir si se queda o no.

En fin, en Gautegiz Arteaga hay farmacia y en la farmacia de Gautegiz Arteaga, como en todas, se venden cada vez más antidepresivos y pastillas para dormir. Pero justo allí está Ignacio Mateo, que ha venido a comprar un colirio: es extremeño de La Cumbre, cerca de Trujillo, pero lleva 60 años en Euskadi. «Soy de aquí también», proclama.

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–¿Y qué tal de felicidad?

–Yo he estado feliz en Bermeo, en Gernika, en Llodio, en Arteaga, en todas partes. Mientras haya amigos...

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