¿Y si los británicos se quedan con el himno de la UE?
La Novena de Beethoven fue encargada, y pagada, por la Sociedad Filarmónica de Londres
César Coca
Miércoles, 21 de septiembre 2016, 00:23
Los divorcios no son precisamente sencillos. Seguro que entre los lectores de este texto habrá quienes tengan experiencia directa de ello. Aunque no sea así, más o menos todos conocemos casos y sabemos que la discusión entre los miembros de la pareja rota por el reparto del patrimonio común puede alcanzar altos grados de tensión cuando no de violencia. Y no hace falta llegar a 'La guerra de los Rose'.
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Viene esto a cuento de que algún día el Reino Unido y la UE tendrán que sentarse a una mesa a discutir los términos de la separación, aprobada en un referéndum el pasado junio (abro aquí un paréntesis para comentar que no pocos especialistas en los asuntos de Bruselas tienen dudas de que realmente eso vaya a suceder, la ruptura, pero ese es otro asunto). Funcionarios de la UE estiman que el estudio detallado de las consecuencias de la salida del Reino Unido y el proceso en sí hasta la separación definitiva puede llevar cerca de una década. Así que podemos hacernos una idea de su complejidad.
Dicho todo eso, ¿y si la reclamación de Londres contiene, además de los temas más crudamente económicos, otros aspectos de carácter simbólico? ¿Y si el Reino Unido quiere quedarse con el himno de la UE? ¿Un disparate? No del todo. Porque quien encargó y pagó la Novena Sinfonía a Beethoven y el himno europeo no es más que un arreglo de esa obra realizado por Herbert von Karajan fue la Sociedad Filarmónica de Londres.
Veamos qué dice la Historia. Ludwig van Beethoven (1770-1827) es, en términos estrictos, el primer músico libre. El primero que logra liberarse de la servidumbre a una parroquia como le sucedió a Bach y a tantos otros o de un aristócrata de los que obligaban a trabajar a destajo como Haydn con el príncipe Esterházy. Encarna el espíritu del Romanticismo, ese ímpetu liberador que le permite escribir música para el público y que por tanto solo a él se debe. Mozart también trató de hacerlo: rompió con Colloredo y luego la corte vienesa rompió con él, así que tuvo que organizar sus propios conciertos y trabajar para teatros populares. 'La flauta mágica' es fruto de uno de esos encargos. El genio salzburgués se esforzó en ello, pero murió en el intento.
No es el caso de Beethoven. Él sí lo logró. Por eso, en la cima de su popularidad, recibía numerosos encargos muy bien remunerados. Entre esos ingresos y los derivados de la edición de sus obras logró hacerse con un patrimonio que le permitió vivir con desahogo hasta el fin de sus días (añádase a esto que según las crónicas era muy tacaño, así que acumuló un capitalito). Cuando en 1817 recibe el encargo de Londres, ha estrenado ya ocho sinfonías, todos sus conciertos para piano, el de violín, el triple, 28 sonatas para piano En ese momento se halla enfrascado en la composición de la Nº 29, la 'Hammerklavier', y en una serie de variaciones para piano y flauta de escasa relevancia dentro de su catálogo.
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El sordo de Bonn ahora se puede decir con todo rigor, porque apenas era capaz de oír nada construyó una obra absolutamente innovadora, con un coro para el movimiento final, algo insólito en su tiempo. Lo curioso es que llevaba muchos años trabajando en algunos apuntes que ya recogían esa posibilidad. Incluso había hecho una especie de ensayo general: nueve años antes, estrenó la Fantasía para piano, coro y orquesta, en la que no solo juega con la combinación de un coro junto a una gran formación instrumental en la parte final de la obra cuando ya el piano ha perdido todo protagonismo sino que la melodía es de un gran parecido con el Himno a la Alegría.
La composición de la Novena le tuvo ocupado siete años. Parece que la dificultad mayor fue cómo encajar la Oda de Schiller en la música del cuarto movimiento de la obra. Por supuesto, como hacen todos los compositores, en todo ese tiempo se dedicó a escribir otras muchas piezas, algunas tan relevantes como la Misa Solemnis, las Variaciones Diabelli o las tres últimas sonatas para piano. Mientras, recibía discretos mensajes procedentes de las islas en los que se interesaban por la marcha de la composición.
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Como es lógico, el encargo incluía que el estreno debía hacerse en Londres. Algo natural si se tiene en cuenta además que la Sociedad Filarmónica de Londres había sido creada en 1813 y para su primer concierto, en el que contaron con la participación de Clementi como solista, habían incluido obras de Haydn y el propio Beethoven a quien terminarían encargando varias oberturas además de la sinfonía. Sin embargo, el compositor se sentía libre también para estrenar la obra donde quisiera. Su primera intención fue hacerlo en Berlín, puesto que en Viena, donde residía, consideraba que se había impuesto el gusto por la música italiana. Sin embargo, un grupo de prohombres de la capital austriaca, admiradores de su obra, presionaron para que el estreno se hiciera allí. Y lo consiguieron: la primera vez que se escuchó en público la Novena fue el 7 de mayo de 1824 en el Kärntnertortheater, un teatro hoy desaparecido que se encontraba donde ahora se levanta el hotel Sacher; es decir, al lado de la Ópera de Viena. El estreno de la obra fue un éxito y se realizó con la sala llena, en parte porque muchos sabían que podía tratarse de la última aparición pública del compositor, cuyo estado físico ya no era bueno. Y así fue. Apenas salió de su casa en los tres años de vida que aún le quedaban.
El resto es historia, desde la crítica muy negativa que recibió por parte de gente tan aparentemente cualificada como Ludwig Spöhr o el escaso público que asistió al segundo concierto en que fue interpretada hasta su declaración como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2001. En 1972 una versión reducida y arreglada fue adoptada como himno del Mercado Común, como entonces se le llamaba. Al año siguiente se incorporó al club el Reino Unido. ¿Y si al marcharse reclama el himno? Al fin y al cabo, pagaron la obra de Beethoven y no es seguro que este, sin ese encargo, hubiese compuesto nada igual. Sin duda, en muchos divorcios hay reclamaciones de bienes con menos fundamento.
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