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Park City, el pueblo del milagro. Voluntarios del festival montan guardia ante un cine de Main Street.

El secreto mejor guardado de Utah

El festival Sundance se celebra en Park City, una pequeña ciudad del Oeste americano que muda de piel para atraer a cineastas, esquiadores y estrellas en busca de descanso

Mikel labastida

Miércoles, 25 de enero 2017, 02:53

En un país con las dimensiones e iconos históricos de Estados Unidos, una localidad como Park City, con poco más de 8.000 habitantes, una superficie de apenas 24 kilómetros cuadrados, sin ningún monumento relevante, estaría condenada a pasar inadvertida. Y sin embargo este lugar del Estado mormón de Utah ha sabido como pocos explotar sus posibilidades para obligar a miles de personas a situarlo en el mapa.

¿Su secreto? Es capaz de reconvertirse, de mudar de piel para servir a intereses de distinta índole. Esta semana, cinéfilos, culturetas y curiosos en general observan in situ o desde la distancia lo que se cuece allí. La ciudad al completo -es literal: cada recoveco, cada local, cada habitante- se ha puesto al servicio del festival Sundance, el más importante de cine independiente en el mundo.

La 34 edición del certamen atraviesa su ecuador y confirma una excelente salud. Casi 14.000 piezas enviadas desde 147 países han tratado de formar parte de la programación, de las que se han seleccionado unas 200. El interés por participar es lógico, es un escaparate excepcional. Actores, directores, productores, periodistas o agentes se reparten entre pases, ruedas de prensa, coloquios, eventos y fiestas privadas que se organizan en cada rincón, obligando a un trasiego continuo que no siempre resulta sencillo por el clima. Hace mucho frío, varios grados bajo cero, pero se soporta, Sundance lo merece. Es un must para la industria cinematográfica, dicen.

La actividad es trepidante y la ciudad donde se celebra se esfuerza para estar a la altura. No es para menos, el evento genera un impacto económico de 143 millones de dólares al año en el Estado. La cifra convence a cualquiera, por lo que los vecinos dejan de lado sus comodidades, sus ideologías o sus prejuicios y se empeñan en transformar Park City. No vaya a ser que alguien eche de menos Nueva York, San Francisco o Londres, que estarían encantadas de contar con un evento de estas características.

La fiebre del oro

A los que les cueste ubicar este lugar han de buscarlo en el Oeste del territorio norteamericano, a 30 minutos del aeropuerto internacional de Salt Lake City, capital de Utah. Como casi todo en ese estado, debe su concepción a los mormones, que se guían por unas doctrinas bastante fundamentalistas. Aunque en Park City en concreto han tenido poco predicamento, en parte debido a los mineros que contribuyeron a su fundación, que no estaban dispuestos a renunciar al alcohol y otros placeres. Y esa excepción se ha mantenido hasta la fecha.

La fiebre del oro y sobre todo de la plata atrajo a los buscadores al valle alrededor de 1850 y estos minerales dieron de comer durante un siglo a centenares de familias. Muchos edificios recuerdan todavía hoy esta labor, pero ahora están dedicados a otros menesteres. Park City no olvida, pero no se estanca tampoco. La oficina del sheriff del condado en Main Street es ahora una tienda de ropa de tendencia, donde también se arreglan barbas y se sirven zumos y cafés. Un negocio moderno que colinda con otros más clásicos, como el No Name Saloon, bar epicentro de la fiesta local abierto desde 1903, donde la cerveza cuesta seis dólares y no te puedes ir sin probar la hamburguesa de búfalo. En la convivencia de puntos opuestos Park City es experta. Un paseo por el festival permite contemplar lo bien que convergen personas de diferentes estilos y gustos.

La climatología y la ubicación geográfica han dado a los habitantes de este territorio un buen modo de ganarse la vida. La nieve, que cuaja muy bien allí -y eso es un valor-, se convirtió en la nueva plata. Y buscándola aparecen cada semana decenas de aficionados al esquí para disfrutar de las tres estaciones dedicadas a este deporte -Deer Valley, The Canyons y Park City, en el extremo de las Rocosas- y de los deslumbrantes resorts. Por algo es la villa norteamericana con mayor concentración de hoteles de lujo. Los esquiadores disponen en la zona de más de 10.000 hectáreas con 500 pistas durante la temporada, que dura hasta abril. A finales de enero es habitual el cruce entre gafapastas pendientes del iphone y de las pelis y deportistas provistos de tablas, bastones y botas.

El resto del año se potencian propuestas en torno a la montaña o la bicicleta para que los turistas no dejen de acudir. La calma reina en un enclave sin rascacielos, sin tráfico atropellado, sin saturación sonora, en el que los viandantes se saludan entre sí y muchos llevan botas y sombrero de cowboy, y en el que las distancias son relativamente cortas. Este sosiego solo se rompe durante diez días al año, cuando Park City pierde su nombre y se rebautiza como Sundance. De pronto por sus tranquilas calles transitan 46.000 personas.

Estufas en las paradas

Robert Redford lo creó en 1978, bajo el nombre Utah Film Festival, para promocionar el talento independiente y cintas con difícil salida comercial. En 1985 cambió de nombre y comenzó a crecer hasta los límites de hoy en día en que surgen voces que cuestionan si este rincón de Utah se ha quedado pequeño ya. Pero será difícil que lo dejen escapar. «Tenemos que ver cómo hacernos grandes sin salir de aquí», manifestó Redford en la inauguración.

La mejor selección

  • EL CERTAMEN

  • Nadie puede dudar del ojo certero de los seleccionadores de este certamen, que supieron ver el valor de títulos como Reservoir Dogs, París-Texas, Donnie Darko o Memento, que se presentaron allí y después conquistaron la cartelera. El canal Sundance TV ofrece hasta el día 29 la posibilidad en España de revisar algunas de las producciones más célebres del festival, como Pi, Secretary, Humpday o How to dance in Ohio.

Park City pone todo de su parte para ser la perfecta anfitriona, con pequeños detalles como dotar de transporte gratuito o llenar de estufas las paradas de bus y entradas a recintos, y con acciones más relevantes como que algunos cines fueran construidos solo para que funcionen durante esos días, o que los negocios se pongan a la completa disposición de lo que necesiten las productoras y firmas. Este año marcas como Youtube, The IMBD o Canon han podido pagar más de un millón de dólares por alquilar locales por una semana en Main Street y transformarlos en vanguardistas emplazamientos por los que pasan cientos de personas para probarse gafas de realidad virtual, escuchar DJs o tomar un capuchino.

El éxito reside en que todos los agentes implicados colaboran. Los lugareños se transforman en cicerones para los visitantes, las estrellas se muestran cercanas al público y un montón de voluntarios se trasladan para poner en marcha el engraaje. En esta edición se han acercado 1.977, casi la mitad de fuera del Estado. Ellos mismos buscan la manera (en ocasiones, hasta con campañas de crowfunding) de costearse el alojamiento y el viaje. No reciben honorarios, lo hacen para conocer la industria o ver películas.

Redford tuvo claro hace muchas décadas que este lugar merecía la pena y se construyó un rancho al que escapar de vez en cuando (hasta abrió un hotel). Después le han imitado figuras como Will Smith, Lisa Kudrow y Kevin Bacon, con residencia de descanso en la rocosa Utah. En una Utah conservadora a la que no le molesta el ambiente liberal que se respira durante el festival; en una Utah tradicional que participa en fiestas y abarrota los pases de filmes; en una Utah republicana (incluso con un Trump que menospreció a los mormones) que no se rasga las vestiduras por el carácter social y aperturista del cine que proyecta Sundance. Por eso Park City se ha ganado su sitio en el mapa, por su asombroso poder de adaptación a las circunstancias.

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