Salvar al soldado Acaiturri
Sobrevivieron a Pearl Harbor, desembarcaron en Normandía, bombardearon Alemania... Un historiador vizcaíno recopila por vez primera las biografías de 213 vascos de Nevada que lucharon en la Segunda Guerra Mundial
Josu García
Domingo, 23 de octubre 2016, 02:53
Corría la segunda semana de diciembre de 1944. La vizcaína Aurora Plaza se preparaba un té en su pequeña casa de Paradise Valley, en el estado de Nevada. Hacía frío. La Navidad estaba cerca y la guerra que desengraba al mundo continuaba con toda su crudeza en Europa y el Pacífico. Sonó el timbre de la calle rompiendo el sepulcral silencio en el que estaba sumida la vivienda. Al abrir, la mujer se encontró a un oficial del ejército de rostro circunspecto, con un telegrama en la mano. La pesadilla de toda madre estadounidense de la época llamaba a su puerta. Un trance que más de una vez había imaginado y maldecido. El cable informaba de que el bombardero de su hijo Joe 'Dudley' Echevarria había sido abatido cuando sobrevolaba Alemania. 'Desaparecido en combate', se podía leer en la penúltima línea.
Aurora cayó de rodillas y se echó a llorar. Durante más de medio año, el pensamiento de que su pequeño había fallecido le rondó la cabeza en más de un millón de ocasiones. Una lenta agonía que se transformó en alegría infinita cuando otro telegrama llegó a su domicilio a comienzos del verano de 1945. ¡Estaba vivo! Joe había saltado en paracaídas. Fue hecho prisionero y recluido en un campo de concentración, pero había sobrevivido a todas las penalidades y ya estaba de regreso al hogar. Echevarria fue uno de los cerca de 220 vascos de Nevada que participaron en la Segunda Guerra Mundial. Once de ellos fallecieron o desaparecieron sin dejar rastro. Fue el luctuoso tributo de la diáspora euskaldun residente en aquel estado del oeste americano a la lucha contra el fascismo nazi e italiano y el imperialismo japonés.
Más de 70 años después, el historiador Guillermo Tabernilla, de Trapagaran, ha rescatado del olvido la memoria de 213 de aquellos jóvenes y ha plasmado sus biografías en un minucioso trabajo publicado este mes en la revista digital Sabigain. «Están casi todos. Los pocos que faltan espero que vayan saliendo a medida que el estudio se dé a conocer», afirma. El pasado miércoles, por ejemplo, la investigación fue presentada en la Universidad de Reno.
El trabajo de Nevada es sólo la primera parada de un proyecto a más largo plazo: The Fighting Basques. Su objetivo es recopilar la vida de los aproximadamente 1.000 combatientes que la emigración vasca (en su mayoría vizcaína) aportó a la maquinaria militar estadounidense entre 1939 y 1945. Sin olvidarse del resto de ciudadanos de Euskadi que se enrolaron en otros ejércitos que tomaron parte en la gran contienda mundial.
Tabernilla ha dedicado dos años de su vida a esta primera entrega. Su principal fuente de información han sido varias bases de datos en internet (censos, partidas de defunción, papeles de alistamiento...). Ha cribado a mano miles de páginas buscando nombres y apellidos de origen vasco. «Ha sido laborioso», reconoce. «Pero muy enriquecedor», añade orgulloso.
También ha rastreado la prensa local publicada en Nevada durante algo más de un siglo (1900-2010). En las páginas de estos diarios se pudo informar, por ejemplo, de la trayectoria vital de Julián Aramburu. Nacido muy cerca de Lekeitio, en Ea, perdió la pierna en una batalla en Filipinas. Estuvo tres años postrado en la cama de un hospital para pasar después a una silla de ruedas, como se podía ver en la fotografía publicada por un periódico de Norfolk, a propósito de su condecoración. Finalmente, hizo de la necesidad virtud y se convirtió en un conocido y reputado ortopedista.
La historia de estos 213 soldados vascos tiene un origen común. En su estudio, Guillermo Tabernilla describe, con la ayuda del investigador Pedro J. Oiarzabal, cómo llegaron aquellas familias al Oeste americano. «La mayoría procedía de las comarcas de Busturialdea y Lea Artibai. El otro gran grupo era originario del País Vasco francés», cuenta. En un primer momento, su modo de vida fue el pastoreo. Se dedicaban al cuidado de las ovejas, en un contexto en el que había una alta demanda de lana para la fabricación de todo tipo de prendas. Era el periodo de entreguerras.
«El trabajo era duro, pero no tardaron en prosperar. Y, lo más importante, consiguieron darle a sus hijos una buena educación», afirma Tabernilla. «La mujer fue clave. Todo el peso de la familia pivotaba sobre ella. El hombre se quedaba cuidando el ganado, mientras los pequeños y la madre se trasladaban a las capitales de los condados para que pudieran ir a la escuela y el instituto». En pequeñas poblaciones como Elko o Winnemucca, se crearon las denominadas Ostatuak o casas de acogida. «Por allí pasaba mucha gente en dirección a California y necesitaban parar a descansar. Las mujeres vascas vieron la oportunidad y alquilaban habitaciones a los viajeros».
«El 70% de los jóvenes vascos que se alistaron había acabado el instituto y unos 25 estaban en la Universidad, lo que puede considerarse un notable éxito para el hijo de un ovejero», valora el historiador de Trapagaran, miembro de la Asociación Sancho de Beurko. Además de sus cualidades intelectuales, muchos descendientes de vizcaínos y vascofranceses destacaron en los deportes. Fue el caso del campeón de boxeo Louis Acaiturri. También el de Paul Aznarez Etulain, un polivalente joven capaz de dominar el fútbol, el salto de longitud, la pértiga o el baloncesto, disciplina en la que formó equipo con Mitch Cobeaga y John Michael Etchemendy. Otro buen deportista fue Manuel Barrenchea, gran jugador de fútbol americano, al igual que John Francis de Arrieta -dicen que el mejor atleta juvenil de Nevada en aquel momento-, que acabó sirviendo como preparador físico para las tropas que asaltarían las islas Gilbert, Marshall y Okinawa.
Pearl Harbor
Y llegó la guerra. Se acabaron los días de vino y rosas. Las bombas y torpedos japoneses incendiaron Pearl Harbor y golpearon el orgullo de un gigante dormido. En la base de Hawaii se encontraba Domingo Amuchastegui. Sus compañeros del navío 'Pellias' lograron derribar un avión torpedero nipón. Aquel mismo día se alistó Joe 'Dudley' Echevarria. «Es una pena, pero no hemos podido determinar quién se presentó como voluntario y quién fue reclutado». Lo cierto es que los cerca de 220 chavales vascos de Nevada se dispersaron en los cuatro cuerpos del Ejército americano, siendo destinados a los principales teatros de operaciones de la Segunda Guerra Mundial. Participaron en todas las grandes batallas que libraron los estadounidenses: Guadalcanal, Normandía, Las Ardenas, Midway... En todas hubo presencia de vascos de Nevada.
El grupo conservaba sus raíces. Muchos hablaban euskera y compartía lazos de amistad y fraternidad. «Había varios primos y, sobre todo, muchas sagas de hermanos». Ahí estaban, por ejemplo, los Acaiturri. Un caso excepcional: cinco hermanos, uno más que los Ryan de la archiconocida película de Steven Spielberg y Tom Hanks. También combatieron tres hermanos de las familias Solaegui, Albisu, Azparren, Goikoechea o los Etchemendy.
Los vascos de Nevada vivieron momentos de gloria, pero también se enfrentaron al fracaso, la desesperación y la muerte. Hubo 11 fallecidos o desaparecidos en combate: John Archabal, Joe Gabica, Jess Gastelecutto, Mateo Marcuerquiaga, Adrian Mariluch, John Montero (desaparecido mientras sobrevolaba el Himalaya), Laurence Olaeta, Pete Zubieta, Paul Indart, Joseph Plaza y Daniel Solaegui, que, paradojas del destino, se había alistado en la Marina Mercante pensando que sería menos peligroso. Un submarino alemán U-516 torpedeó mortalmente su barco en el Pacífico.
La otra cara de la moneda la constituyen los triunfadores y los afortunados. «Hubo auténticos héroes de guerra», afirma Tabernilla. Entre ellos destaca al ya citado 'Dudley' Echevarria, distinguido con la segunda máxima condecoración de EE UU. Sobrevivó a más de 25 misiones de bombardeo sobre Alemania en un B-17 (avión conocido como 'fortaleza volante'). Era artillero. Cada día, uno de cada cinco aparatos que despegaban para atacar al Reich no regresaban. «Eso significa que puedes empezar un lunes y sabes que lo más probable es que no llegues al fin de semana».
La vuelta a casa y la desmovilización no fue algo traumático. Más bien todo lo contrario. «Esa generación fue la que contribuyó a convertir Estados UNidos en una gran potencia. Fueron bien recibidos». La práctica totalidad triunfó en lo que se propuso: los negocios, el ejército o la política.
[Las fotografías que acompañan este artículo pertenecen aTobe Solaegui, Yearbook de la Universidad de Reno, yearbook de la high school de Elko 1942, The Bronxville Review press, Anuario High School Humboldt, www.myheritage.com, http://398th.org/, www.geni.com]
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