Al comienzo de temporada el Athletic sólo nos planteaba un interrogante: cómo respondería a un calendario más exigente. Todos los comentarios giraban en torno a ... si Valverde tenía plantilla suficiente para encarar la aventura del regreso a Europa. ¿Funcionarían las rotaciones, que esta vez no iban a ser un recurso posible sino una obligación? Las respuestas eran más o menos optimistas, pero abundaban los indecisos. Y tenía su lógica. Al fin y al cabo, la última experiencia europea quedaba lejos, a seis años vista, y una mayoría de los jugadores no la habían vivido. La Europa League, en fin, tenía en agosto algo de misterio, de terra incógnita para los rojiblancos.
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Recuerdo algunas charlas en agosto, tras el comienzo de Liga. Los resultados no fueron buenos y el Athletic dio la sensación de estar todavía en pretemporada, retrasado en su puesta a punto. El equipo se había ganado el crédito suficiente como para confiar en él mucho más allá de cuatro jornadas en plena canícula, pero el estreno en Europa se acercaba y algunos expresamos entonces una inquietud que nos rondaba: si la defensa del Athletic iba a poder mantener el excelente nivel que ofreció la campaña anterior, en la que fue la segunda menos goleada de Primera (37) tras el Real Madrid (26). Del centro del campo y del frente de ataque no nos preocupábamos, la verdad. Es más, cuando nos mirábamos en ese espejo, marcábamos bíceps. La retaguardia, sin embargo, nos preocupaba.
Esa inquietud, por supuesto, procedía del cambio de escenario con el trajín de los dos partidos por semana. Valverde iba a tener que hacer rotaciones en una retaguardia que funcionó como un reloj sin apenas cambios: la formada por De Marcos, Vivián, Paredes y Berchiche. Los dos laterales intervinieron en 33 partidos cada uno y los dos centrales, en 40. Ahora bien, como no tenía sentido pensar que esos dos veteranos mantendrían ese nivel siendo un año mayores y con un calendario más duro, ni tampoco que Vivián y Paredes volverían a sostener ellos solos el eje de la zaga, el Athletic se protegió. Fichó a Gorosabel, subió a Adama Boiro y recuperó a Unai Nuñez. Y seguramente mandó encender velas a la Virgen de Begoña para que Yeray dejara de lesionarse y volviera a ser el que fue. A su mejor nivel, un titular indiscutible.
La retaguardia es con diferencia la línea en la que mejor han funcionado las rotaciones
Pues bien, seis meses después podemos decir que estamos de enhorabuena. La retaguardia rojiblanca no sólo ha mantenido su gran nivel, que era de lo que se trataba y aquello por lo que nos hubiéramos dado con un canto en los dientes el pasado verano, sino que incluso ha conseguido elevarlo un poco en la Liga. En las primeras 23 jornadas lleva un gol menos que el curso pasado (20) y es el tercer equipo menos goleado del campeonato.
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¿Cómo ha sido posible? Hay dos razones que lo explican y ambas saltan a la vista. Por un lado, que en el Athletic defender es una responsabilidad colectiva que comienza en una feroz presión adelantada que es uno de los principales mandamientos de este equipo. En la tropa de Valverde todos dan el callo. No hay estrellitas que se desentienden del juego cuando pierden el balón y, a partir de ahí, hasta que sus compañeros lo recuperan, pueden tumbarse a mirar las nubes o salir a coger mariposas como Nabokov. La segunda razón es que la defensa ha sido la línea en la que mejor han funcionado las rotaciones. Y esto ha sido posible porque Gorosabel y Adama Boiro han aprovechado sus oportunidades –el chaval no deja de crecer–, porque Unai Nuñez ha sabido cumplir su papel de cuarto central con el oficio que se le supone y, sobre todo, porque Yeray Álvarez ha vuelto a ser el de la temporada 2022-23. En fin, que no sería muy exagerado decir que en esta temporada del regreso a Europa, tan dura y exigente, la defensa no es que se haya convertido en un problema sino que sigue siendo la solución.
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