«Queda esperanza. Esta Aste Nagusia lo he visto. Una criatura dando el suyo a Pitxitxi, entre aplausos». Era la sentencia del profe, colega y ... bilbainólogo Iñaki Murua, que nos había lanzado una pregunta vía X. Si se mantenía la vieja costumbre de que los pequeños aferrados al chupete dejaran de usarlos, tras entregarlos a esos Gigantes que siempre van con sus amigos Cabezudos. Una tradición que también se da en Navarra y en Cataluña. Como nos gustan los retos más que una ronda de txikitos, decidimos llamar a quienes acompañan a esos seres. Un par de paisanos que tuvieron la buena idea de escribir 'Gigantes, Cabezudos y Gargantúa en Bilbao'. Un recorrido por una vida con más dudas que certezas, siendo ambas apasionantes.
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Borja Romero Landeta y Aitor Santamaría Zuluaga son dos bilbainos de Indautxu y de Abando, que dirían en el 'Un, dos, tres'. El primero nació en la clínica San Francisco Javier y el segundo en la deustoarra del Doctor San Sebastián. Se conocen antes de ser conscientes de ello. Desde los días en que sus aitas les llevaban a hombros a ver a los Gigantes y a esquivar a los Cabezudos. Los años pasaron, Aitor estudió ingeniería informática y acabó como profesor de matemáticas en Avellaneda, Sodupe, y Borja Recursos Humanos y es administrativo en el IMQ. Pero les une la misma pasión. La música. La que fluye de la gaita, el txistu y el tambor. La que suena a diana, baile y fiesta.
A tanto llega esa afición que, junto a Joselu Angulo, forman parte del trío instrumental que acompaña a esos personajes infinitos. Quizá por ello escribieron el libro. En él cuentan que los Gigantes empezaron su existencia en Europa con el Corpus Christi. Pero hay referencias sobre ellos en rincones de África y América. Si hablamos de Bilbao, el primer dato lo encontramos en 1654, sobre unos gastos de la procesión del Corpus. Cita a cuatro Gigantes y no se lee más. El documento está roto a partir de ese punto. Lo que sí se sabe es quiénes son los más veteranos. Don Terencio y Doña Tomasa.
La leyenda oficial apunta a un corregidor de Bizkaia y a su mujer. Los nombres los puso el pueblo. Pero existe otra versión. Romero y Santamaría hablan de un irlandés rico, corredor de navíos, que era muy popular en nuestra villa allá por el 1700. Y añaden que el relato oral cambió corredor por corregidor. Es lo que tiene Bilbao. Por cada pregunta mil respuestas. Más fácil es el origen de Pichichi y su mujer Lina. Aparecieron en 1998, gracias a la buena gente de Moskotarrak. Pero no acaban aquí los guiños al Athletic. Hay un cabezudo que es un fiero león. No tiene nombre. Los seres de gran cabeza carecen de él. Los Gigantes si los tienen. Gracias a ello sabemos que esos dos son el Inglés y la Bilbainita, aquellos Zumalacárregui e Isabel II y los de más allá el Ferrón y la Cigarrera, el Marino y la Carguera y los dos Aldeanos. Catorce en total. Cabezudos nueve. Y dos Gargantúas. No deja de ser curioso, y gratificante, que en estos tiempos virtuales sea cuando más público acude a verlos. Esa es su grandeza. No solo resisten. Amplían poderío. Cierto que los Cabezudos ya no pegan tan fuerte. Ahora todo es light. Pero siguen imponiendo. Y eso que salen lo justo. Aste Nagusia, Carnavales y poco más.
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El resto lo pasan en un sueño extraño, como de princesa de cuento. Los Gigantes en el almacén municipal de Elorrieta y los Cabezudos en Rekalde. Los imagino hoy así. Arropados por el silencio del mayor lunes de todos. El primero tras la semana más grande. El que aún huele a fuegos artificiales, txosna y gaupasa. Cuando el pañuelo se lava y se guarda hasta el próximo chupinazo. El día en que Joselu, Aitor y Borja dejan de abrirles paso por las calles de Bilbao. Se han despedido hasta la próxima. Es la hora del merecido letargo de los Gigantes. Y el momento, según nos cuentan, en que algunas criaturas dejan para siempre su chupete.
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