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Abraham Cupeiro, el gallego de 'Gladiator', salta a la arena en un Bilbao que oculta el precio de los conciertos
El multi-instrumentista lucense, respaldado por la Banda Municipal, imaginó viajes globales en una Plaza Nueva que ofrece la programación más rematada de una Semana Grande donde no se sabe lo que cuestan las cosas
Hacía muchos años, acaso lustros, que no nos quejábamos del nivel medio de los conciertos de la Semana Grande en el programa oficial. Lo apechábamos ... con resignación cristiana tratando de disfrutar. Pero lo de este verano extraña por el relativo interés general de los nombres contratados y por la abundancia de grupos locales, vascos. De este modo las fiestas no son en absoluto extraordinarias, aunque caras parece que sí: en Bilbao hay presupuestado para el centenar de actuaciones de la programación oficial una partida de 1.050.000 euros. Sale a 10.000 el bolo, y se supone que los cachés de los grupos locales del Bilborock no son tan altos. Es el mismo dinero que en 2024, cuando no nos contaban que se pretendía que hubiera poco público en los conciertos, que es lo que sucedió en los de Abandoibarra.
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Dejando al margen la cuestión esencial de por qué los ayuntamientos han de gastar nuestros impuestos en tantos conciertos, verbenas y ahora también festivales musicales, y postergando para otra ocasión la cuestión de que la fórmula de las fiestas de Bilbao está más que agotada, la gran pregunta es: ¿por qué no se explicita pormenorizadamente a los contribuyentes a cuánto suben los cachés? Es dinero público y tenemos derecho a saberlo.
En otras capitales de provincia se anuncian los cachés, a los que habría que sumar el montaje del escenario, el sonido, a veces los impuestos, etc. Por ejemplo, en Huesca esta misma semana los bolos han costado lo siguiente: La La Love You 75.020 euros (¡doce millones y medio de pesetas!, ¡carísimo!, aunque barato si lo comparamos con los 83.000 € que costó el mismo grupo en las últimas fiestas de Barakaldo), Café Quijano 48.400 euros (hum…, barato, los hermanos leoneses vinieron por su cuenta en abril al Euskalduna e ingresaron mucho más), Mägo de Oz (35.090, barato), Vicco (31.460) y Don Patricio (24.200, pues si no trae músicos y va en playback, quizá caro).
Y el Ayuntamiento de Valladolid explicita hasta el IVA de los bolos de sus fiestas de septiembre, las de la Virgen de San Lorenzo: Barón Rojo 36.300 € (IVA incluido; estarán tocando este martes en una txosna de Bilbao), el flamenco José Mercé 65.340 € (IVA incluido), Beret 80.000 euros (96.800 € con IVA), Dani Fernández 100.000 € (más 21 % de IVA sale a 121.000 €), y Vanesa Martín 87.000 € (105.700 € con IVA).
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En Burgos, hace casi dos meses La MODA cobraron 70.000 de caché, y el ayuntamiento aireaba que las 70 horas de música de sus sampedros salían a 701.000 euros, a diez mil la hora, o sea caro contando la multitud de otros grupos locales que cobraban sólo 500 euros. ¿Cuánto cobrarán los grupos contratados para Abandoibarra? De los ocho días, dos son para actuantes madrileños y los seis restantes de vasco-navarros.
Venga, al lío. Este sábado en la programación del ayuntamiento de Bilbao había tres conciertos a la misma hora, otro defecto empecinado de la organización: de modo increíble se suspendió el de Abandoibarra, con tres chicas vascas, la sosita o digamos tímida Olatz Salvador, la reguetonera a la que el público local da la espalda Kai Nakai, y la maja Maren, que se haya en una encrucijada artística, la de si se atasca o rompe su techo definitivamente (por cierto, se mantiene en duda la celebración del concierto de Janus Lester el domingo en Abandoibarra por el mismo presunto problema con el escenario); el más barato de los tres sería el show llamado Décadas 70/80, albergado en La Pérgola; y en la Plaza Nueva teníamos a la Banda Municipal de Bilbao con el solista Abraham Cupeiro, el gallego loco (lo dice él) que se ha hecho famoso por participar en la banda sonora de 'Gladiator 2' y por sus instrumentos antiquísimos y naturalistas recreados y fabricados por él mismo.
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Un concierto divulgativo
Vimos en febrero al arqueólogo sónico Abraham Cupeiro (Sarria, Lugo, 1980; «en Sarria hay buenos chorizos también», recomendó espontáneo en una ocasión) actuando en el Euskalduna con la BOS (la Sinfónica de Bilbao), representando su disco 'Mythos' (2024), inspirado en leyendas que van desde Irlanda hasta la India, y este sábado regresó a Bilbao con el repertorio de su disco 'Pangea' (2020; el mismo febrero lo recreó en Galdakao) para dar un concierto divulgativo de 10 temas en 69 minutos, recorriendo el álbum al completo y regalando un bis con un junkeriano arreglo de 'Urkiola' soplando dos albokas a la vez, una Cupeiro y la otra el invitado bilbaíno Iván Txistuman, que salió a escena en bermudas, para distinguirse del sobrio negro de los músicos de la Banda Municipal, imaginamos.
Fue un encuentro divulgativo porque Cupeiro explicó de dónde salían los instrumentos y qué inspiraba sus composiciones de este 'Pangea', o sea la tierra primigenia con los continentes aún unidos. En La Plaza Nueva, el espacio reservado para las denominadas Músicas del Mundo (o sea el folk de toda la vida, desde el flamenco hasta el góspel, pasando por el reggae; la de aquí es la programación institucional en principio más igualada, aunque se pueden tener dudas sobre la cita itálica de hoy domingo), el bueno de Cupeiro repasó íntegramente los diez cortes del disco (unió 'Norteamérica' y 'Suramérica', o sea que podríamos decir que fueron 11 temas en 69 minutos) en una cita que sonó de cine, tuvo la plaza llena, la luminotecnia no estuvo mal, y él se combinó muy bien con la banda al soplar una gran cantidad de instrumentos de viento, desde una suerte de gaita hasta una caracola.
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Dijo solemne en su presentación: «'Pangea' busca unir la Tierra a través de la música, utilizando instrumentos construidos con materias naturales: cornamentas, cañas, calabazas o una caracola como la del viaje submarino a 'Oceanía'», un prólogo subacuático éste que sonó a melodías de un Morricone étnico antes de seguir viaje por China y sus tres semillas sagradas, «pino, ciruelo y bambú», para una postal como las de los chinos Shen Yun, y bajando de la flauta de los indios opi de las llanuras de Norteamérica a los sonidos ornitológicos de la Amazonia y los Andes, aquí con la banda empujando cual orquesta jazz.
Abraham Cupeiro, que solo tuvo dos momentos populistas (unas palmas al principio y por la mitad unos grititos del público que se dejó pastorear), continuó con su trabajo de guía, afirmando que «la música puede llevarnos a cualquier confín del planeta sin dejar huella de carbono» (con 'Mythos' en el Euskalduna dijo que «el poder de la música es sobrenatural, es la única que te puede trasladar al pasado, es la única máquina del tiempo posible»), y así nos trasladó al río Níger de África (la flauta de la tribu nómada fulani, con la Banda Municipal de Bilbao creciendo como Hans Zimmer en Sudáfrica), recreó la exótica arábiga de toda la vida en 'Mar de arena' (antes de esto afirmó que la calima del Sáhara cruza el océano y fertiliza el Amazonas), ponderó el duduk de Armenia («donde se juntan Oriente y Occidente, Europa y Asia») y presentó la 'gaida' búlgara, una suerte de gaita con la que hizo el tema optimo, con la banda brillando cual orquesta de Dimitri Tiomkin en una escala céltica.
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Acabó en falso con 'Costa atlántica' y la banda en tarea percusiva y gradación junkeriana, el primer bis fue para 'Lamento' y su altísimo cuerno de metal, «un instrumento de guerra de la Edad del Hierro, pero nuestra guerra es cuidar de nuestra casa y salvar nuestro planeta»), y el segundo bis fue el citado y aún más junkeriano 'Urkiola', última escala de un viaje muy cómodo, agradable y corto, donde el lucense jaleó «aúpa Euskald Herria» y se despidió diciendo «eskerrik asko, Bilbo, ha sido un auténtico placer, ¡hasta siempre!».
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