El autocar del 'Glorioso'
El autocar del Deportivo Alavés, decorado desde abril de 2019 con el lema 'El Glorioso nunca se rinde', fue también protagonista, aunque en este caso ... uno descapotable tuneado para la ocasión, del reciente recibimiento a la plantilla en la plaza de la Virgen Blanca con motivo del ascenso a Primera división. Muchos autobuses han sido también testigos mudos de los 102 años de historia albiazul, pero solo desde hace relativamente poco se trata de un vehículo propio, pintado con los colores del club.
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Al principio, los futbolistas se desplazaban fuera de Vitoria en tren o en autobús de línea. Sin embargo, enseguida la entidad deportiva comenzó a alquilar un ómnibus -como se decía entonces- para realizar esos viajes. Inicialmente, la empresa elegida fue la Compañía de Automóviles de Álava, de cuyo consejo de administración formaba parte Federico del Campo, futuro presidente del Alavés. Es posible que uno de los autos que llevó al equipo a partir de 1923 fuera el que en Vitoria se bautizó con gracia como 'el Titanic'. Era un «Dion Bouton enorme, 50 60 HP, admirablemente carrozado por la casa Maguregui de Bilbao», se relató entonces. «Tiene 44 asientos interiores y 20 en la Imperial. Lleva tres faros; uno de mil bujías y los dos restantes de menos intensidad, produciéndose la luz mediante una dinamo acoplada al motor. La velocidad que puede desarrollar es de más de 40 kilómetros por hora y en las pendientes puede llevar una media de 28 o 30».
Con este u otro similar, el Alavés realizó sus primeros desplazamientos kilométricos, parando a pernoctar, en su estreno en la Liga en 1929. Los periodistas locales iban también en el autocar e incluían el viaje en sus crónicas sobre el partido. Por ejemplo, del traslado a Vigo para jugar contra el Celta 'La Libertad' destacó que se hizo «a una media de 45 kilómetros por hora, que ya es correr para un autobús». Aprovechando el viaje a Sevilla, 'Heraldo Alavés' elogió las «maravillosas carreteras» que indicaban «el progreso evidente» de España. Insólitamente, en 1931 el Alavés y el Arenas compartieron vehículo cuando iban a jugar el mismo día contra sendos equipos de la capital catalana (el F.C. Barcelona y el Europa). El bus salió de Getxo y recogió a los jugadores babazorros en Vitoria antes de continuar camino para dormir en Zaragoza. La prensa habló de este «autobús-botijo» como símbolo de la solidaridad entre las provincias vascas.
Al principio, el Alavés viajaba en tren o autobús de línea. Hacia 1923 estrenó un Dion Bouton de 44 asientos interiores
En los años cincuenta, los autobuses aún eran prehistóricos comparados con los actuales. Como no había tabletas para ver series ni cascos para escuchar música individualmente, los futbolistas convertían el transporte en un espacio de sociabilidad: por ejemplo, jugando a las cartas. Javier Cameno cuenta que el sempiterno masajista del Alavés, Fernando Muñoz, «era un hombre muy cordial, que se llevaba muy bien con los jugadores y era tartamudo. En una ocasión, viajando con el equipo, jugaba al tute frente a Erezuma y Primi. Al cantar las 40, dijo: 'Cua, cua, cua…'. Y sus contrincantes, le advertían: «Que no Muñoz, que no valen, que tienes que cantarlas». El masajista cada vez se ponía más nervioso y enseñó las cartas boca arriba. Primi y Erezuma, siguiendo con el cachondeo, le insistieron: 'Que no vale enseñar las cartas, Muñoz, que hay que cantar las cuarenta'. Y el bueno de Fernando, ante el atrancamiento que tenía con las «cua, cua, cua…», lo que hizo fue abrir la ventanilla del autobús y tirar las cartas a la carretera».
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Los autocares alavesistas han protagonizado también eventos menos edificantes, pues esporádicamente han sido objeto de ataques, casi siempre sin mayor trascendencia. Pero es significativo que muchos jugadores rememoren los traslados por carretera como momentos emotivos, de unión de la plantilla, aunque materialmente dejaran mucho que desear. Andoni Zubizarreta, por ejemplo, explicaba en una entrevista posterior lo que recordaba del Alavés: era la época de «los salarios impagados, el agua fría tras los entrenamientos, los viajes en autobús con bocadillo; pero también del valor de una caseta, de competir por encima de todo, de hacer equipo para afrontar las adversidades».
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