Los últimos txikiteros de Vitoria
De 8 a 12 rondas. Un puñado de cuadrillas mantiene una tradición en horas bajas
No se consideran jubilados porque siguen muy activos: «Somos profesionales del txikiteo», afirman con sorna. Lo cierto es que razón no les falta a estas cuadrillas para las que el vino es su particular gasolina. Ese carburante -más bien excusa- que les empuja a completar a diario la misma ruta de tabernas. Uno se los encuentra acodados en la barra y pegados a un vaso de vino. Cómo no, siempre medio lleno. Porque entre ellos reina la alegría y el optimismo, pese a que desde hace tiempo este 'gremio' vive horas bajas.
Son prácticamente el último bastión. Las interminables rondas de tintos se van poco a poco secando porque no hay relevo generacional. Y eso que hace casi medio siglo esta afición movía masas e incluso inundó de vino el Casco Viejo. La 'almendra' fue escenario del primer rallye de txikiteros. Treinta bares en dos horas. Cifras mareantes, en todos los sentidos.
Pero ellos se resisten a abandonar su querida parroquia en la que se habla de todo menos política y religión. EL CORREO ha vivido una jornada con un puñado de cuadrillas para conocer qué les anima a mantener ese obligatorio brindis que nació al precio de una peseta y hoy resuena en las tascas por 1,20 euros. No quieren dejar de paladear algo que para ellos es más que un txikito. «Es familia».
Casco Viejo
«El vino de mediodía es nuestra aspirina, sin él no sobrevivimos»

El reloj marca las 13.45 y con puntualidad inglesa esta cuadrilla de amigos enfila ya la 'Kutxi'. «Empezamos a las 13.00 en La Ferre y luego vamos por algunos bares de la zona como La Unión. En la cuesta paramos en el Txistu, hasta que nos adentramos en el Casco Viejo», dibujan ese itinerario que «nunca» cambian. El final solo lo marca el reloj. «Terminamos hacia las 15.00. A veces da para empezar una segunda ronda».
¿Cuántos vinos llegan a beber? «De ocho a doce», enumeran solo en el turno de mañana, porque algunos repiten peregrinación también por la tarde. «Antes se bebían muchos más, una veintena. ¿Sabes cómo llaman también a esta calle? La senda de los elefantes, porque siempre íbamos trompas», se ríe José Manuel Cortes, apodado en la cuadrilla como 'El viejo', pero que mantiene un envidiable alma juvenil.
Son estas mismas calles y esta tradición las que les unió. Una amistad inquebrantable. «Algunos nos conocemos del barrio, de las sociedades gastronómicas, de alternar los bares, el poteo... Creas una confianza que se consolida», comentan José Luis Gayarre y Álvaro Ruiz de Hierro. El escenario, sin embargo, ha cambiado mucho. «Antes el txikiteo hacía que esto estuviese como un puño de gente, era una obligación. Pero ahora...», lamenta la cuadrilla.
Ellos no quieren abandonar el barco. «El vino de mediodía es nuestra aspirina, si me lo quitas no sobrevivo», bromea 'El viejo'. Se lo pide el paladar, pero más el cuerpo. «Es una excusa para juntarnos con los amigos. Nos ponemos al día, brindamos con nuestro Alavés y nos lo pasamos en grande», concluyen.
Zaramaga
«El vino no es más que la excusa; somos esa otra familia, nos necesitamos»

No tienen grupo Whatsapp. «Pero tampoco nos hace falta. La ruta arranca siempre -en su calendario no existen festivos- a la misma hora y en el mismo punto, en el Boga-Boga. Somos de la vieja usanza. Y si alguien llega tarde, ya sabe en qué bares nos encontrará», comparte este quinteto que hace unos años perdió a un miembro, Manuel Cabello. «Nos conocimos en las huelgas que hubo durante la Transición. Ahí empezó todo».
Desde entonces ha llovido mucho -también litros de vino- hasta afianzar algo más que una amistad. «Somos esa otra familia que tenemos fuera de casa. El vino no es más que la excusa para juntarnos. Nos necesitamos. Hasta hacemos cenas juntos», comparte Isidro Gómez, llegado desde Extremadura. «¿Si no qué hago, me quedo sentado en un banco viendo la vida pasar? Esta actividad me da vitalidad», confiesa José López, el veterano. Como el buen vino, no achaca el paso de los años a sus 92 primaveras.
Y no se cortan a la hora de hacer gala de ese sentido del humor que tanto caracteriza a los txikiteros. «Somos la cuadrilla a la que más se le escucha. Claro, porque la mitad estamos medio sordos», se ríen, mientras roban un sorbo al vaso. Alguno de ellos está inmerso en su particular Transición. «Ahora hago un calentamiento con unos zuritos porque si no, con tanto vino no aguanto hasta el final de la ruta», explica Manuel Valiño.
«Cada vez que les veo entrar siento una alegría, son la viva imagen de la felicidad y unidad. Se les quiere mucho», apunta Elena Domínguez, la camarera de la taberna. «¿Probar por otros barrios? Nunca, somos fieles a Zaramaga».
Judimendi
«Cada vez vemos más mujeres en las rondas y es algo positivo»

Mira si habrán brindado veces a lo largo de media vida, pero el chinchín más especial se produjo hace unos meses. «Cuando nos reencontramos después del confinamiento. Poder retomar esta costumbre fue una alegría inmensa».
Dejaron atrás un encierro que se tradujo en una especie de ley seca. «En casa no bebía, porque sin los tuyos no es lo mismo», recuerda Delfín Fernández. Ellos no se abonaron a las videollamadas, miraban a diario la prensa para ver cuándo se reabrirían las puertas. «Cuando llegaba la hora en la que quedamos, mataba el 'mono' con horas de bici estática en el camarote», relata este vecino de Judimendi.
Y claro, esa falta de costumbre oxidó sus paladares. «El primer vino nos supo hasta raro, pero luego ya nos rehicimos», comenta Sindo Torres. No todos. Eusebio Pérez del Notario mantiene el ritmo de su cuadrilla con cerveza 0,0 por recomendación médica. Es lo único que le cambia el tercio.
Aunque con el paso de los años han ido sumando bajas. «En su día llegamos a ser hasta quince. Hoy sumamos seis -dos están ausentes-. Algunos han fallecidos y otros no retomaron el hábito por miedo al virus», explican, en el primer alto en el camino.
«Nos da pena que vaya a desaparecer esta costumbre», confiesan estos catadores profesionales. A ellos no se la cuela con un vino cualquiera. «La ruta se define en función de la calidad del vino. Y si hace falta sacamos dinero de las paredes», ríen. Cuando se iniciaron el vaso «costaba una peseta» y ahora ronda los 1,20 euros. Lo que también ha cambiado es que «ahora cada vez vemos más mujeres, es algo positivo».
Adurza
«¿Brindar con agua? Eso es delito, pero la cerveza va entrando»

Esta cuadrilla es monumental. De esas que uno nota llegar a lo lejos. Y no solo porque son tropecientos, sino por el alboroto que generan. «Antes hacíamos una ronda por diferentes bares, pero desde hace un tiempo tomamos asiento y echamos horas y horas en el mismo punto. La edad...», bromean, alrededor de una mesa en el establecimiento Los Romeros 1976.
Modifican ciertos hábitos, pero manteniendo la esencia. «Antes se gastaba menos en ropa y tecnología, por lo que nos quedaba más para invertir en estos ratitos. No era beber por beber, era el espacio para juntarnos. Es más, se ponía hasta menos cantidad», apunta Carlos Urteaga.
Todo superan la barrera de los setenta, pero siguen muy activos. «No estamos jubilados, somos profesionales del txikiteo», sueltan con guasa. Esa misma que envuelve las conversaciones de esta parroquia, en la que se entremezclan varios temas de conversación pero donde no tiene cabida la política ni la religión. «Si algún tema caldea el ambiente ya nos encargamos de enfriarlo rápido. Lo único que buscamos es juntarnos y pasarlo bien».
Rascan el bolsillo y piden una nueva ronda. Vino tinto, un par de blancos y esos zuritos que empiezan a ganar terreno. «La cerveza ha ido poco a poco metiendo la cabeza, al igual que en la sociedad», apuntan sobre ese oro rubio que moja cada vez más labios. Lo que tienen claro es qué bebida no entra en la ronda. «¿Brindar con agua? Nunca. Eso es delito, se me pondría hasta mala cara», comenta, medio en broma medio en serio, Marcos Mata, quien fue harrijasotzaile profesional. «No sé qué cuesta más, si levantar las copas o las piedras», ríe.
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