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Javier, en plena siembra de la patata en una finca de Arangiz. El motor del tractor apenas consigue ahogar los ecos de los disparos del cercano campo de maniobras de Araca.

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Javier, en plena siembra de la patata en una finca de Arangiz. El motor del tractor apenas consigue ahogar los ecos de los disparos del cercano campo de maniobras de Araca.

Nacerán y se llamarán Monalisa y Lucinda

De sol a sol con Javier ·

Arranca la siembra de la patata en Álava, un cultivo trabajoso, arriesgado, incierto y, a la vez, esencial para la provincia. «Cada año va a más, aunque tocamos techo. Faltan productores»

Jorge Barbó | Igor Aizpuru

Domingo, 18 de abril 2021, 00:12

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Papá puso una semillita en mamá y... Del mismo modo que la versión infantil de la concepción omite convenientemente detalles como los jadeos lúbricos y los fluidos que se desparraman durante la cópula, la traslación urbanita de la siembra se reserva todas las penurias, el sudor y la incertidumbre que conlleva el trabajo agrario. El alegre labriego puso una semillita en la tierra y, meses después, obtuvo una abundante cosecha. Y no vemos mucho más. Pues bien, en esas está ahora mismo Javier. Él acaba de engendrar sus tierras con patatas. Dentro de unos meses, cuando llegue el parto, si todo marcha según lo previsto, el orgulloso padre mecerá a Monalisa y Lucinda, sus criaturas, que contará por miles. Después de un arduo trabajo.

Le adelantan los coches y alguno, impaciente, hasta le dedica, de lejos, un bocinazo condescendiente. No, la ciudad no está acostumbrada a que el agro campe por ella a sus anchas. A él, plin. El sol le da en la cara y en los brazos. Al volante de su John Deere 7720, a esa altura, las prisas, las tribulaciones de los que van en el coche tornan diminutas. A Javier Ortiz de Orruño, el agricultor al que EL CORREO sigue durante todo un año de trabajo, sólo le preocupa que el tiempo venga razonablemente benigno estos días. A 40 por hora, deja atrás la Mercedes para encarar el polígono de Júndiz, hasta la cooperativa Udapa, ese ciclópeo y modernísimo granero patatero. Con su tractor y su remolque, Javier va a comprar patatas, miles de patatas que se convertirán en decenas de miles de patatas.

Estos días se inicia la temporada de siembra del tubérculo en Álava. Los almacenes de la cooperativa agraria son estos días un ir y venir de sacas enormes, cargadas con 'patatitas' de siembra. Las traspaletas y las carretillas elevadoras se deslizan por el enorme almacén como bailarines de ballet. En sus 'cuernos' cargan con bolsones de 1.100 kilos de esos pequeños tubérculos de los que nacerán matas vigorosas.

Arriba, vista de la finca, con los caballones. Debajo, Edurne, la mujer del agricultor, ayuda a cargar las sacas de siembra.
Imagen principal - Arriba, vista de la finca, con los caballones. Debajo, Edurne, la mujer del agricultor, ayuda a cargar las sacas de siembra.
Imagen secundaria 1 - Arriba, vista de la finca, con los caballones. Debajo, Edurne, la mujer del agricultor, ayuda a cargar las sacas de siembra.
Imagen secundaria 2 - Arriba, vista de la finca, con los caballones. Debajo, Edurne, la mujer del agricultor, ayuda a cargar las sacas de siembra.

«De 3.000 kilos de patatas de siembra se obtienen 45.000 de consumo», ilustra Ignacio Juanche, director de agronegocio de Udapa mientras los operarios le cargan el remolque a Javier con ocho sacos de tubérculos de siembra, de calibre 40 milímetros, con los que apenas podrá plantar una finca de tres hectáreas. Un dato ayuda a poner el asunto en perspectiva. Hace sólo un mes, Javier sembró más de 10 hectáreas de remolacha y toda la semilla necesaria cabía en el maletero de su coche. Ahora necesita varios viajes con su remolque. «La patata es un cultivo muy exigente, que tiene mucho riesgo: a los agricultores les supone una inversión grande, de unos 5.000 euros, sólo en patata de siembra. Aunque la producción cada vez va a más, estamos tocando techo, hacen falta más productores», sostiene Juanche.

Chísel y caballón

Antes de la siembra, Javier ha pasado jornadas y jornadas enteras preparando la tierra. Labró sus fincas en noviembre, para que el riguroso invierno con las lluvias, las nevadas y las heladas oxigenase la tierra. Durante los últimos días se ha dedicado a pasar y traspasar el chísel, un apero de labranza que se acopla al tractor que, con unos grandes brazos, se encarga de penetrar en la tierra hasta medio metro de profundidad. No está escarbando, no remueve la tierra: en realidad el proceso recuerda más a ahuecar con las manos un almohadón. Y esta imagen tiene todo el sentido del mundo. La semilla de la patata dormita en realidad en un esponjoso colchón de tierra, el caballón. «No se entierra, queda suspendida», detalla Javier con las manos hundidas en la tierra.

La semana antes de plantar, el agricultor ha levantado los caballones en las fincas que aspiran a convertirse en enormes patatales. Son grandes surcos, anchos, altos, que llegan a alcanzar los 30 centímetros y que dejan en el campo una especie de suave oleaje sinuoso, con sus crestas y sus valles terrosos. Son líneas perfectas, paralelas, que parecen trazadas a escuadra y cartabón. Hacer los caballones lleva paciencia, con el tractor arriba y abajo, a 0,8 kilómetros por hora. A esa velocidad, con esa tarea monótona entre manos, la vida parece ir a cámara lenta.

LAS CLAVES

  • 1.238 hectáreas se sembraron en 2020 de patata en Álava. De ellas, 574 fueron de siembra.

  • Variedades La Monalisa es el tipo de patata que más se sigue produciendo en Álava. Es la única con distintivo Eusko Label. Lucinda, agria, Amandine y Beltza son las otras variedades que se cultivan en la provincia.

Llueve y la tierra, ya lista, ya abonada con bien de nitrógeno, de fósforo y potasa, se humedece. Las mañanas salen gélidas pero los días son ya cálidos. Ha llegado el momento perfecto para la siembra. No son ni las ocho de la mañana y Javier, con la ayuda de Edurne, su mujer, carga la simiente en el remolque y enfila a la finca, en su pueblo, en Arangiz. La sembradora se encarga de plantar cada semilla a 30 centímetros de distancia. La jornada se pasa arriba y abajo con el tractor mientras se escuchan los ecos de los disparos de algún ejercicio de tiro en Araca, allá, al otro lado de la colina.

La de hoy es la primera de las tres jornadas de trabajo que requiere la siembra de las más de 18 hectáreas patateras de Javier. En 20 días, si todo va bien, asomarán los primeros brotes. Tocará mimarlos, defenderlos contra los limacos y el dichoso mildiu. Con mucha paciencia. «Ya lo dice el dicho con la patata -anota Javier-, 'me siembres en marzo, me siembres en abril, hasta mayo no he de salir'».

El agricultor: Javier Ortiz de Orruño

Patatero (y a mucha honra), pero también labriego del cereal y la remolacha, Javier, de Arangiz, 48 años, casado y con dos hijos, tiene una explotación de 100 hectáreas. Lleva desde los 25 trabajando en el campo. Tiene el oficio más hermoso del mundo. Él es uno de los 3.000 alaveses que viven del campo. EL CORREO le acompaña durante todo un año de trabajo.

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