Masahiro Hara

Yo inventé el código QR

Pretendía mejorar los códigos de barras con un sistema más rápido y que almacenase más información. El ingeniero japonés Masahiro Hara creó hace 27 años los códigos QR, cuyo uso se disparó con la pandemia. «Estoy muy contento», dice. Aunque él no ha ganado ni un euro con su invento...

Miércoles, 05 de Abril 2023

Tiempo de lectura: 7 min

Decía Picasso que la inspiración existe, pero debe encontrarte trabajando. Al japonés Masahiro Hara –ingeniero jefe de Denso Wave, una empresa de automoción que servía piezas a Toyota– la inspiración le pilló en un descanso del trabajo.

Corría el

año 1994. Hara acababa de almorzar y echaba una partida al Go, una versión del ajedrez muy popular en Asia, antes de reincorporarse a su puesto. Vio que las fichas blancas y negras dispuestas sobre el tablero formaban unos patrones interesantes. Se quedó embobado un rato, pero no fue para calcular su siguiente jugada. Recuerda que se sentía como si estuviera viendo un paisaje familiar, pero que no terminaba de identificar. «De repente, observando la disposición de las piezas sobre ese fondo binario, en dos colores, me di cuenta de que era un modo muy fácil de transmitir información. Fue como una revelación».

Han pasado 27 años desde aquel momento 'eureka' y hoy los códigos QR (por quick response; en inglés, respuesta rápida), como fueron bautizados, están por todas partes. Esos códigos son capaces de almacenar una cantidad ingente de información. Pero lo más importante no es la cantidad de datos que contienen, sino que actúan como una llave que permite al usuario acceder a ellos de manera rápida, de ahí el nombre. En aquel momento, sin embargo, Hara no podía vislumbrar el éxito que con el tiempo llegaría a cosechar su aplicación. Tenía cosas más modestas y engorrosas de las que preocuparse. «Nuestra compañía utilizaba códigos de barras para controlar las piezas que enviábamos a Toyota. Pero era un sistema ineficiente. Había entre ocho y diez códigos de barras en cada caja. Los empleados estaban hartos de escanear cada paquete de cajas varias veces. En cambio, un solo código QR es capaz de contener un gran volumen de información y de transmitirlo con un solo escaneo», rememora.

La inspiración. Fue echando una partida al go, un juego de estrategia asiático cercano al ajedrez, cuando le vino la inspiración a Masahiro Hara para crear el código QR. La imagen del juego deja clara la similitud formal.Adobe Stock

Hara se puso manos a la obra para desarrollar su idea. Pidió ayuda y la compañía se la dio con cuentagotas. Le asignaron un equipo de solo dos personas. Muy pronto, Hara se dio cuenta de que era una tarea que no podían asumir solos. Aquello no avanzaba y estaban desbordados. Así que decidieron tomar una decisión generosa o ingenua, según se mire: liberar la patente. Hara ganó en tranquilidad de espíritu, pero perdió millones. En lugar de mesarse los cabellos, se lo toma con filosofía... «No, no recibimos una comisión cada vez que se utiliza. Ojalá fuera así». En China, por ejemplo, se usa 1800 millones de veces al día solo para pagos sin efectivo. Hara se consuela pensando que quizá si no le hubiese regalado al mundo su invención, hoy no sería tan universal.

Empezó a usarse en las apuestas de carreras de caballos

A partir del año 2000, cuando recibió la certificación ISO, esta tecnología empezó a introducirse en la vida cotidiana de Japón, primero en las apuestas de las carreras de caballos para identificar rápidamente los boletos ganadores. Aunque no le gusta apostar, Hara recuerda que se sentía orgulloso cuando veía su invento en las papeletas desechadas en la calle por jugadores decepcionados.

Pero pasaban los años y estos códigos, a los que los expertos auguraban un gran potencial, no despegaban. La realidad es que solo interesaban a la comunidad de desarrolladores, estimulados por la barra libre propiciada por el hecho de que Denso Wave no ejerciera sus derechos sobre la patente. Pero las marcas no los querían. Estéticamente les resultaban tan atractivos como aplastar una mosca junto al logo.

Tenía la idea, pero su equipo no avanzaba en su desarrollo, así que Hara decidió liberar la patente. Esa decisión le costó una fortuna

En cuanto a la inmensa mayoría de los usuarios potenciales, sencillamente, ni los veían. Como si no existiesen... Incluso cuando los smarthphones incorporaron mejores cámaras y la tecnología de lectura de escáner se perfeccionó. Y eso que poco a poco se iban colocando en museos y atracciones turísticas, que fueron pioneros en su adopción, incluso comenzaron a ponerse en algunos cementerios para localizar las tumbas. Sin embargo, daba pereza sacar el móvil y buscar wifi o gastar datos en escanear un código que te lleva a un enlace de Internet para ver y escuchar información sobre algo que tienes delante de tus narices. Donde esté un guía (humano) que se quiten los recursos enlatados... Puede que ese inicial desinterés también se debiera a que valoramos menos las cosas regaladas.

El pasaporte covid le ha dado el espaldarazo definitivo

Pero la pandemia cambió definitivamente nuestra opinión sobre estas etiquetas albinegras y con aspecto de laberinto que sirven de salvoconducto entre el mundo físico y el digital. Los restaurantes comenzaron a estamparlos en las mesas para sustituir a las manoseadas cartas. Y la implementación del pasaporte COVID le ha dado el espaldarazo definitivo. Hoy sirven para casi todo y, lo más importante, nos hemos acostumbrado a ellos. En este nuevo mundo macerado en gel hidroalcohólico, los códigos QR nos evitan toquetear las superficies de los objetos, el dinero, las entradas a un concierto o a un estadio, las puertas y tornos automáticos en el transporte público, los embalajes de los envíos de paquetería...

Se puede crear un número casi ilimitado de patrones. Mayor que el número de átomos en el universo. Los códigos nunca se agotan ni caducan

Un código QR no deja de ser una evolución, bastante natural, del código de barras que inventaron (y patentaron) los estadounidenses Norman Joseph Woodland y Bernard Silver en 1951 para identificar vagones de ferrocarril. Les inspiró el código morse y sustituyeron los puntos y rayas por barras paralelas con mayor o menor grosor. En el caso del código QR, se trata de un patrón bidimensional de puntos cuadrados en blanco y negro, alineados vertical y horizontalmente. Caben 4000 caracteres alfanuméricos; por tanto, es capaz de encapsular 200 veces más información que un código de barras. Además, se puede reducir el tamaño de los cuadrados, o aumentar la superficie del código, de tal modo que se puede crear un número prácticamente ilimitado de patrones. Este número no es infinito, pero como si lo fuera, porque es mayor que el número de átomos en el universo. Además, es un sistema barato. Basta un generador de códigos (hay cientos on-line) para crear uno personalizado (una de las ventajas de que su desarrollo fuese colectivo). Los códigos nunca se agotan ni caducan y están diseñados de tal manera que tampoco se repiten.

Los códigos pueden contener hasta radiografías

El papel del código en los esfuerzos de los gobiernos por contener la pandemia ha sorprendido a Hara, que hoy tiene 64 años. «Estoy muy contento de que se utilice para ayudar a mejorar la seguridad de la gente. En 1994, nos centramos en su aplicación en la economía... Nunca pensamos que se utilizaría para algo así. Me agrada la idea de que sea un servicio público y que en la difusión hayan intervenido tantos desarrolladores. Le queda mucho recorrido, mucho más de lo que habíamos imaginado cuando empezábamos. Por ejemplo, los códigos pueden contener mucha información médica, no solo si las personas están o no vacunadas. Por ejemplo, si padecen alergias, diabetes, el grupo sanguíneo... Y estoy pensando en cómo aumentar su capacidad para que puedan almacenar también imágenes, como radiografías o electros. En una situación de emergencia, como un desastre natural, acelerarían la atención sanitaria». Hara no se hizo millonario, pero cree que el mundo es un lugar mejor gracias a su invento. Al menos, la vida es más sencilla.

El lector lo identifica aunque no se vea bien

Los códigos QR son ficheros de texto codificado mediante cuadrados blancos y negros. Tienen un tamaño mínimo de 21 x 21 cuadrados y máximo de 177 x 177. Una peculiaridad es que su diseño permite corregir errores en el escaneo; de este modo, aunque un código QR no se vea bien (porque la superficie donde se ha inscrito esté arrugada o el código se ha borrado parcialmente o no se ve totalmente nítido), el lector de códigos es capaz de reconstruirlo e identificarlo.

Se lee incluso al revés

Un código QR está dividido en bloques. El primero son los símbolos de posicionamiento y alineación (los tres cuadrados más grandes), que permiten que el escáner lo 'encaje' perfectamente para poder interpretarlo. Una vez que determina su orientación, es incluso capaz de leerlo en cualquier posición, incluso del revés. Luego están las líneas de dimensión, que permiten al lector calcular el tamaño de los símbolos. Hay otros módulos que sirven para identificar la versión del código y fijar la corrección de errores. El código necesita, además, una zona quieta; esto es, un espacio neutro para aislarlo del entorno. Viene a ser como el marco de un cuadro.

Cuadraditos en vez de unos y ceros

Los cuadraditos sobrantes son los que transmiten la información. Un código puede contener hasta 4296 caracteres alfanuméricos. El lenguaje es binario, semejante a los bits de los sistemas informáticos, solo que los unos y ceros se sustituyen por cuadrados blancos y negros. Entre la información transmitida suele ir una dirección web. La velocidad de lectura mediante un teléfono móvil es casi inmediata. Una vez que escaneamos el código, nos aparece un enlace en pantalla para ir a la página deseada.

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