Ideas geniales

'Bucky' Fuller, el inventor que se adelantó al futuro

Las casas no tienen que estar ligadas al suelo, igual que los barcos no permanecen anclados en el mar. Las viviendas, los coches, la educación… todo lo transformó Richard Buckminster Fuller, un tipo singular que anticipó la sostenibilidad, la formación ‘on-line’ y el ‘big data’. Le contamos por qué sus ideas fueron tan geniales.

Jueves, 30 de Junio 2022

Tiempo de lectura: 7 min

Su hija ha muerto. Se siente acabado: no tiene trabajo, no ha sido capaz de salvar a su niña. La desesperación lo anima a lanzarse al lago Míchigan y terminar con todo. Pero no lo hace. Algo lo detiene. Richard Buckminster Fuller no pudo suicidarse

en 1927, lo frenó la certeza de que debía cambiar el mundo.

Este momento de epifanía –unido a los dos años que estuvo sin hablar, durante los que llenó unos cinco mil folios con una desbordante cascada de ideas– o el que solo durmiera dos horas al día y las 22 restantes las dedicara a idear genialidades, innovaciones, avances increíbles… todo eso alimenta su primera creación: su propio mito.

Para Fuller, la forma más rápida de cambiar la sociedad es reinventar la vivienda. Por eso diseñó casas portátiles transportadas por helicóptero

Imposible clasificar a este innovador multidisciplinar. Estadounidense nacido en 1895 y que alcanzó gran relevancia en los años cincuenta del siglo XX, Fuller fue ingeniero y arquitecto sin serlo: no terminó la universidad, lo expulsaron en dos ocasiones de Harvard por no presentarse a los exámenes. Fue inventor, matemático, constructor, pedagogo, geólogo, profeta del desarrollo sostenible y visionario ecologista, filósofo, inventor de casas y coches alucinantes… un personaje genial.

Nada es imposible. Ese era su mantra. Pensó, por ejemplo, que las casas no debían estar vinculadas al suelo. Ideó viviendas que se construían en serie, que se podían llevar de un sitio a otro colgadas de un helicóptero. Inventó un coche de tres ruedas para once viajeros y capaz de alcanzar los 200 kilómetros por hora. Hizo un bote de remos veloz con patines de catamarán. Diseñó un cuarto de baño de una sola pieza en metal (en 1937) del que se fabricaron doce unidades. Proyectó las fascinantes cúpulas geodésicas: gigantes, pero ligeras; con una de ellas quiso cubrir todo Manhattan. Se le ocurrió un sistema de radares y una nueva concepción de la educación en la que los alumnos podrían acceder a las lecciones de los mejores expertos –de Albert Einstein, por ejemplo–. ¿Te suena? Son las charlas TED.

Inclasificable. A Richard Buckminster Fuller lo expulsaron de Harvard. No tenía título universitario, pero fue ingeniero, arquitecto, pedagogo… Murió en 1983, con 88 años.Foto: Getty Images

El aprendizaje era –según Fuller– un proceso de descubrimiento, una vivencia. Nada de bustos parlantes y chicos tomando notas para luego memorizarlas. Hay que experimentar. Fomentar la curiosidad. Transmitir el conocimiento a través de dispositivos tecnológicos. Creía Fuller que las universidades convencionales eran un disparate; decía que tendrían que cerrar durante una década para reabrir totalmente transformadas.

También se le ocurrieron las education rooms, una especie de cubículos para los alumnos donde no habría distracciones. Impartió clases en el Black Mountain College de Carolina del Norte, una universidad experimental fundada en 1933. También anticipó la educación on-line. Decía que la televisión tendría que ser bidireccional, capaz de emitir y recibir información. Esto lo dijo en 1962. Quería que los filósofos, arquitectos y pensadores más punteros transmitieran sus conocimientos a grupos de estudiantes en barracas portátiles o en un jardín. Decía que la educación encorsetada era absurda.

«La contaminación -decía Fuller- es un recurso que estamos desperdiciando. No luches contra las fuerzas: úsalas»

También se anticipó al big data: predijo la importancia de los datos. Se dio cuenta de que a través de ellos dejamos un rastro vital en el mundo. Uno de sus experimentos lo protagonizó él mismo al recopilar todo tipo de documentos sobre sí: cartas, fotos, mapas, cuadernos, tiques, facturas, billetes de autobús… Durante 60 años acumuló todo eso; ahora se custodia en la Universidad de Stanford y son 140.000 documentos personales. Él lo llamó Dymaxion chronofile (‘Dymaxion’ es el acrónimo de ‘dinamismo’, ‘máximo’ e ‘iones’ y nombre con el que apellidó a muchas de sus creaciones); es el archivo más detallado de la vida de una persona.

«Era una máquina de producir ideas brillantes», dice sobre Fuller el arquitecto Ricardo Aroca. Pero uno de los productos de su inventiva quizá más llamativos es su anticipación a la sostenibilidad. Muchos años antes de que se hablara de recuperación de residuos o de limitar la circulación de los coches en las grandes ciudades, Fuller hablaba de ello con absoluta convicción en las conferencias con las que dio ¡43 veces! la vuelta al mundo: nada en Fuller es convencional.

Manhattan dentro de una cúpula. En 1960, Buckminster Fuller ideó una cúpula geodésica para cubrir Manhattan. Tendría 3,21 km de ancho y beneficiaría a la ciudad por su capacidad para conservar el calor y resistir al viento. El proyecto no se materializó.

«La contaminación no es otra cosa que recursos que estamos desperdiciando. Ignoramos su valor. No luches contra las fuerzas, úsalas». Son algunas de sus proclamas. Opinaba que la Tierra es una nave espacial en la que viajamos todos y a la que hay que cuidar. Alto y claro decía: «Nuestro planeta es una única nave. Nuestro destino es común. Seremos todos o no seremos ninguno».

Se planteaba cómo mejorar procesos ya existentes, a menudo observando las soluciones que ya había inventado la naturaleza. Era un «optimista de la tecnología –según la arquitecta Izaskun Chinchilla–. Para cambiar el mundo, había que cambiar el diseño de todo lo que conforma el mundo», decía. Había que hacer una revolución, una revolución del diseño.

De siempre fue un espíritu inquieto: de niño inventaba todo tipo de cacharros; de adulto cambió a menudo de trabajo: fue mecánico en una fábrica textil, contable en una cárnica, socio de su suegro en una empresa de materiales de construcción… El cambio fue una constante en su vida. Y «la forma más rápida de cambiar la sociedad es reinventar la vivienda», dijo. La vivienda debía mantenerte a cubierto y permitir trasladarte: son conceptos que asimiló en la Marina durante la Primera Guerra Mundial.

Refugio antiaéreo. Fuller creó la Dymaxion Deployment Unit utilizando contenedores de grano, de acero, portátiles y conectados entre sí.Foto: Getty Images

Una casa debía ser móvil, ligera y efímera. ¿Te tienes que mudar? Un helicóptero te lleva tu vivienda al nuevo destino. La propiedad del suelo -según Fuller- «es algo tan vacío como la propiedad del mar lo es para un barco». Proyectó varios modelos. La Casa Wichita era sencilla y ligera, se fabricaba en cadenas de montaje, igual que los coches. «A diferencia de otras casas prefabricadas, la suya venía totalmente equipada, como una caravana actual o una habitación modular», cuenta la historiadora de la arquitectura Loretta Lorance en el libro Los grandes arquitectos (Lunwerg). Fuller llegó a un acuerdo con una compañía aeronáutica, experta en aviones para que las fabricara. Eran baratas, energéticamente autosuficientes… Él mismo vivió en una de esas edificaciones.

La Casa Dymaxion carecía de ladrillos, hormigón y cimientos. Un mástil central soportaba el peso. Era hexagonal, de metal, no tenía azotea y estaba elevada del terreno. Pero no prosperó como negocio. Se topó con la rotunda oposición de varios gremios de la construcción, y el transporte resultó caro y complicado. Tampoco encontró financiación.

«Fuller no convirtió sus productos en un éxito, no consiguió ser un Henry Ford», dice José Luis de Vicente, comisario de la exposición Curiosidad radical. Pero no se rindió. Su meta era lograr algo similar a lo que hacen las arañas con sus telas, construir algo ligero y resistente. Hacer más con menos era uno de sus lemas.

Casas sin ladrillos. Ideó casas elevadas sobre el terreno, sin ladrillos, hormigón ni cimientos. Esta torre la proyectó en 1928.Foto: Getty Images

Se percató de que el papel multiplica su resistencia cuando toma forma de cilindro y de que la frágil cáscara de huevo es más resistente por tener forma de óvalo. Para obtener mayor resistencia, hay que ir a lo esférico, dedujo. Es una de las bases de sus famosas cúpulas geodésicas: una nueva forma de cerrar el espacio, de abarcar mucho con poco.

Transparente, de acero y plástico acrílico, una enorme y liviana ‘bola de cristal’ de 62 metros de alto y 76 de diámetro. Así era una de sus más célebres cúpulas geodésicas. Cobijaba al pabellón de Estados Unidos en la Exposición Universal de Montreal de 1967. Se convirtió en un tótem del futuro y en símbolo de la exposición.

Las cúpulas geodésicas son semiesferas, generalmente transparentes, construidas con unidades tetraédricas fabricadas industrialmente. Fuller aplicó la ‘tensegridad’, término acuñado por él y que se refiere a la integridad tensionada. «Es algo que se sostiene a sí mismo por las fuerzas tensión», explica Rosa Pera, comisaria de la muestra que la Fundación Telefónica dedica a Fuller.

Tótem de la modernidad. Sus cúpulas geodésicas eran enormes y ligeras. Esta cobijó al pabellón de Estados Unidos en la Exposición Universal de Montreal de 1967.

Sus cúpulas fueron un shock. Cubrían mucho espacio con poco material. Tenían un complejo sistema de paneles opacos y translúcidos para controlar la temperatura. Y una especie de poros para transpirar y evitar el efecto invernadero. Fuller lo patentó en 1954. Se usaron para pabellones temporales, instalaciones militares, puestos meteorológicos, estaciones en el Ártico, almacenes… Todavía hay una grande en el parque Epcot de Disney World, en Florida, y la de Montreal ahora es un museo. Se han usado para albergar espectáculos o convenciones, pero su compleja ingeniería ha impedido su expansión y popularidad. Es el sino de Fuller. Quizá se anticipó demasiado.


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