Borrar

Los últimos días de Pompeya El apocalipsis a cámara lenta

La urbe petrificada por la erupción del Vesubio hace casi dos mil años es la instantánea más valiosa de la Antigüedad que se conserva en el mundo. Un patrimonio arqueológico de valor incalculable que, sin embargo, a punto estuvo de desaparecer, ante todo, por la desidia humana.

Lunes, 22 de Enero 2024

Tiempo de lectura: 7 min

Fue un apocalipsis a cámara lenta. Una secuencia de explosiones equivalente a cien mil bombas atómicas como la de Hiroshima. Bahía de Nápoles, 24 de agosto del año 79 d. C. Como una olla a presión, el Vesubio expulsa al aire una columna de gases venenosos y cenizas que alcanza los 20 kilómetros de altura.

Era mediodía, pero se hizo de noche. Los habitantes de Pompeya estaban acostumbrados a los borborigmos de su gigante y la mayoría siguió ocupada en sus quehaceres, mirándolo de reojo con inquietud, aunque aún sin pánico. Una hora más tarde comenzaron a llover piedrecitas basálticas (lapilli), que alfombraron calles y tejados. Los pompeyanos se refugiaron en sus casas. El bombardeo arreció; una negra granizada de piedra pómez y material piroclástico. Al anochecer, empezaron a desplomarse los techos por el peso acumulado (la capa de lapilli alcanzó los seis metros de espesor) y la gente, ahora sí, huyó despavorida. Una evacuación desesperada y tardía.

Se sucedieron terremotos y tsunamis. Poco después del amanecer, una avalancha de lava arrasó todo lo que halló a su paso en 18 kilómetros a la redonda. Respirar era imposible. El aire sulfuroso alcanzó los 300 ºC. Se han encontrado unos 1.200 cadáveres, pero hubo más de 10.000 muertos entre Pompeya y la vecina Herculano, hervidas en un engrudo semejante al alquitrán y amortajadas en ceniza.

alternative text
Lujo y refinamiento. Las máscaras de inspiración griega y los jardines con fuentes y pájaros son motivos recurrentes en la pintura mural, tan refinada que se sucedieron cuatro estilos. Decoraban las villas más lujosas, como la de la Venus Marina y la del Fauno.

Pompeya era una ciudad cosmopolita y vibrante. Tenía las calles pavimentadas, alcantarillado, pasos de cebra, termas, teatros con acomodadores, consultorios médicos y tabernas donde sus ciudadanos tomaban el aperitivo. En una de ellas, el termopolio del Larario, se encontró la recaudación de aquel día infausto, 683 sestercios. Como puerto de mar era un enclave de comerciantes, negocios más o menos turbios y tejemanejes políticos. Salve lucrum ('bienvenido dinero') se lee en las puertas de las casas. Había tiendas de ropa, lavanderías donde se blanqueaban las prendas con orina de camello, alfareros, bodegas, vidrieros, pescaderías, carpinteros de ribera, tahúres que jugaban a los dados, templos de divinidades paganas y egipcias…

Pompeya también era famosa por el sexo desinhibido y la prostitución. Nueve burdeles. Meretrices que se vendían con pintadas en las esquinas («soy tuya por dos ases de bronce»). Se han hallado 10.000 grafitis. Muchos de una jocosa obscenidad: «Lais tiene un revolcón». Otros sarcásticos: «Me sorprende, oh, pared, que no te hayas derrumbado bajo el peso de las tonterías que tanta gente te escribió encima».

Fue descubierta de casualidad en 1748 por un campesino. Es el mayor museo arqueológico al aire libre del mundo

Una ciudad refinada donde se comían nueve clases de pan (uno con semillas de opio). Completaban la dieta higos, aceitunas, nueces, peras, galletas e incluso erizos de mar. Y aderezaban sus platos con garum, una salsa que importaban de Hispania.

Una ciudad donde también se respiraba arte y cultura, imán de poetas y pintores. Se conservan 400 frescos en el Museo Arqueológico de Nápoles. Las viviendas de los potentados, decoradas con mosaicos, tenían fuentes y jardines. Las mujeres iban a la peluquería, lucían joyas diseñadas por los orfebres más hábiles de la Campania, vestían a la moda. En fin, una ciudad muy viva que murió de repente; congelada en el tiempo... y conservada en ceniza como en una especie de salmuera.

alternative text

Olvidada y perdida durante siglos, fue descubierta de casualidad para la arqueología en 1748 por un campesino que abrió un pozo, siendo rey de Nápoles Carlos de Borbón, futuro Carlos III de España. Ingenieros del Ejército español, dirigidos por Roque Joaquín de Alcubierre, realizaron las primeras excavaciones. Con 44 hectáreas, Pompeya es el museo arqueológico al aire libre más grande del mundo. Desde entonces ha sido un paraíso para legiones de arqueólogos, estudiosos del arte y la religión, historiadores...

Es la instantánea más valiosa de la Antigüedad que se conserva en el mundo. Se han hecho autopsias a los cadáveres que quedaron atrapados en un granero, súbitamente embalsamados en el mismo momento de su muerte, y cuyos moldes de escayola dejan estupefactos a los visitantes. Y se ha estudiado desde el ADN hasta los excrementos de los pompeyanos. Cada año se producen nuevos hallazgos.

alternative text
Al rojo vivo. Los pintores pompeyanos fueron expertos en el uso del cinabrio, un pigmento de un rojo vivísimo que se obtiene calcinando mercurio y azufre. Omnipresente en la villa de los Misterios y la Boscoreale, resalta las figuras humanas desnudas.

Mal que bien, Pompeya ha resistido a todo: seísmos y erupciones del Vesubio; el asalto de los expoliadores (es territorio de la Camorra), que se han llevado desde joyas y útiles de tocador hasta oxidados escalpelos y bisturíes de cirujano, mosaicos completos, azulejo por azulejo, y hasta esqueletos de la villa de los Misterios. Soportó un bombardeo aliado en 1943 para acabar con una división Panzer alemana. Y la horda de 15.000 turistas diarios que se llenan los bolsillos de chinarros volcánicos y dan de comer a los perros callejeros (los hay a docenas, antes de 1980 se controlaba su población a tiros, luego se aprobó una ley para evitar el canicidio). Y está aún por verse si sobrevivirá a la desidia humana y el histórico desinterés de las autoridades, corregido en buena medida, al menos, en el último lustro.

Los aliados la bombardearon en 1943, la Camorra ha robado mosaicos enteros, ahora la socava el agua...

Hasta entonces, Pompeya llevaba años desmoronándose a ojos vista. Era una tragedia anunciada, pues en las dos últimas décadas se habían producido docenas de derrumbamientos, y en 2010 llegó a desplomarse incluso un muro de contención de la Casa de los Amantes Castos. Más tarde cayó también el cuartel de los Gladiadores, en la vía de la Abundancia, una de las arterias de la urbe. Se trata de un gran edificio de dos plantas que data del siglo II a. C. y que se hundió una madrugada por las filtraciones de agua...

alternative text

Sus paredes están decoradas con frescos de gran valor y docenas de pintadas como la de un combatiente tracio, Celado Octaviano, que se jacta de sus tres victorias: «Por mí suspiran todas las mujeres». Después se vino también abajo un tabique en el callejón de Ifigenia. Y más tarde, las paredes de una bodega en la calle Strabiana y un muro de la casa del Moralista. Además, las columnas de la casa del Fauno se desmigajaban y los desprendimientos se sucedían.

Las lluvias torrenciales habían agravado a su vez un problema ya crónico. Los charcos agrietaban (y aún agrietan) algunas calzadas y muros. El agua tiende a infiltrarse en el suelo, compuesto de lava porosa, y el flujo freático socava los cimientos. Todos los edificios estaban llenos de hierbajos, cuyas raíces minaban la solidez de las paredes. Durante muchos años, nadie se había preocupado de algo tan sencillo como fumigar las malas hierbas, y 12 de las 108 insulae (islotes de casas) de la ciudad figuraban en rojo en el mapa como sectores clasificados de alto riesgo, sin contar las de la vía de la Abundancia. Los arqueólogos vivían en pie de guerra porque nadie se preocupa de la conservación de las ruinas y se negaban a acometer más excavaciones si los vestigios descubiertos seguían expuestos a la intemperie. Hubo un momento —acaso el más crítico que se recuerde en este sentido—, en que la desidia y el abandono estaban a punto de barrer del mapa la ciudad que, pese a todo, había sobrevivido al Vesubio.

Según el profesor Pietro Giovanni Guzzo, exsuperintendente de arqueología de Nápoles y Pompeya, dos tercios de los edificios de la ciudad antigua presentaban, hace ya algo más de una década, un alto riesgo de derrumbamiento. La Unesco estaba tan preocupada por este patrimonio mundial de la Humanidad desde 1997 que llegó a enviar a varios funcionarios para examinar si debía incluirla en la lista de lugares en peligro.

alternative text
La chica del 'boli'. El fresco más famoso de Pompeya es este retrato de una poetisa con un toque fashion, la redecilla del pelo, y sosteniendo un stylo o punzón (el bolígrafo de la época) y unas tablillas.

Desde entonces, empezaron a llegar algunas reacciones institucionales y, en los últimos siete años, una fuerte inversión de la Unión Europea de 105 millones de euros y la ayuda de nuevas tecnologías han contribuido notablemente a frenar el deterioro y restaurar algunas de las glorias de Pompeya y a contrarrestar los efectos del cambio climático. Así, viviendas históricas, como la del Laberinto, la Villa Arianna, la Casa de los Amantes Castos o la enorme construcción de las Bodas de Plata, que habían permanecido durante años cerradas al público, han sido reabiertas. El Museo Arqueológico Nacional de Nápoles ha iniciado, a su vez, la recuperación del mosaico de Alejandro Magno de Pompeya y no pasa año en el que no se anuncien nuevos hallazgos, restauraciones y nuevas investigaciones.

«Todo yace enterrado en pavesas y afligidas cenizas. Ni siquiera los dioses tienen poder para hacer algo así», escribió Marcial en un epigrama. Ni los dioses ni las fuerzas de la naturaleza pudieron destruirla del todo, ¿se molestarán los hombres en salvarla? En eso parecen estar. Será clave no bajar la guardia.


MÁS DE XLSEMANAL