Se conocieron en El Cairo en 1909. Jacobo Fitz-James Stuart, XVII duque de Alba, pasó allí unos días cuando viajaba de regreso a España tras un safari en Kenia. El arqueólogo británico Howard Carter por entonces excavaba en Tebas. La sintonía entre ambos fue absoluta,
y eso que el carácter del célebre arqueólogo británico era difícil.
«El Duque era un hombre cultísimo al que le interesaba todo: la política, la filosofía, el arte... Carter era un poco seco, pero hay que comprender la de problemas que tuvo. Congeniaron porque tenían una pasión común: Egipto. Esa afición la sentía también Cayetana de Alba; cuando hemos organizado algo relacionado con la egiptología, ella estaba siempre en primera fila. Fue ella la que nos contó que su padre trajo a Carter a España», cuenta, desde El Cairo, la egiptóloga Myriam Seco Álvarez, autora —con Javier Martínez Babón— del libro Tutankamón en España (Fundación José Manuel Lara), con el que en 2017 ganaron el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos 2017.
Es muy posible que Jacobo Fitz-James Stuart y Howard Carter se vieran de nuevo en Egipto en 1920. Entonces el duque iba acompañado de su mujer, María del Rosario Silva: se acababan de casar en Londres y estaban disfrutando de su viaje de novios. Carter continuaba excavando, sin éxitos importantes, y ya se había asociado con Lord Carnavon. El noble financiaba las expediciones mientras Carter seguía empeñado en dar con algo importante. Su obcecación parecía insensata: buscaba en una zona del valle de los Reyes de la que se había retirado en 1914 Theodore Davis, convencido de que allí no quedaba nada interesante por encontrar.
Carter –apoyado por Carnavon– no se rindió. Y triunfó. En 1922 protagonizó el mayor descubrimiento de la arqueología egipcia, encontró la tumba casi intacta del faraón Tutankamón, la más fastuosa y completa jamás encontrada. El hallazgo de Carter ha dado fama mundial al sucesor de Akenatón, un faraón que murió joven y que de otro modo habría pasado a la Historia sin pena ni gloria.
La amistad entre el duque de Alba y Howard Carter tuvo beneficiosas consecuencias para España. El duque trajo a Carter a España y, con él, a Tutankamón y el interés por la egiptología. El arqueólogo fue el primer invitado del Comité Hispano Inglés presidido por el duque de Alba. Vino a España en dos ocasiones, pronunció cuatro conferencias y donó 92 diapositivas que documentan el descubrimiento de la tumba de Tutankamón. Su visita fue una inyección de egiptología de primera división en un país que vivía ajeno a esta disciplina. Luego, los textos de sus conferencias y las imágenes que trajo circularon por España y América Latina.
Carter llegó a Madrid en tren desde París acompañado por Jacobo Fitz-James Stuart. El 24 de noviembre de 1924, a las seis de la tarde, pronunció una conferencia en la Residencia de Estudiantes de Madrid a la que asistieron aristócratas e intelectuales; entre ellos, José Ortega y Gasset. Fue un éxito. La sala se quedó pequeña, así que se decidió que la siguiente conferencia pasara al Teatro Fontalba, en la Gran Vía.
Aquella noche, Howard Carter cenó en el palacio de Liria –donde se hospedaba– con un grupo de nobles y eruditos amigos del duque de Alba. Al día siguiente fueron al Museo Arqueológico Nacional y al Museo del Prado. El británico quedó maravillado: la pintura era una de sus pasiones. Era muy bueno con los pinceles, de hecho llegó a la arqueología porque lo contrataron para dibujar ilustraciones de pinturas de unas tumbas egipcias.
Aquella noche, Carter fue el invitado estrella de una cena de gala en la Embajada británica a la que acudieron ilustres comensales; el célebre escultor Mariano Benlliure, entre ellos. El día 26 de noviembre el rey Alfonso XIII recibió al duque y al arqueólogo en el Palacio Real. Esa tarde, Carter habló en el Teatro Fontalba. De nuevo, el éxito fue absoluto. Repitió Ortega y Gasset, acudió también Alfonso XIII, acompañado por la reina Victoria Eugenia. Mientras se mostraban las diapositivas, Carter contó cómo iban las tareas de restauración de los objetos encontrados en la tumba de Tutankamón. Explicó cómo estaban realizando un inventario muy complicado por el peligro de dañar las piezas. La tarea fue tan ardua que supuso diez años de trabajo.
España recibió a Carter con entusiasmo. Abarrotó las salas en las que habló, lo admitieron en la Real Academia de la Historia y pidieron al rey que lo condecorase. Su visita consiguió que «de una manera puntual España estuviera junto a la primera línea de la egiptología mundial», explica Javier Martínez Babón.
Lo hizo posible Jacobo Fitz-James Stuart, cuya figura se reivindica en el libro de Seco Álvarez y Martínez Babón. El duque contribuyó también a difundir la traducción de las conferencias de Carter, editadas por la Residencia de Estudiantes. Y ayudó a que las diapositivas donadas por Carter circularan por España y por América.
El primer viaje de Carter a España se completó con una visita a Toledo y una cena en el hotel Ritz. Carter quedó encantado: «Le repito que ha sido la mejor semana de mi vida y que nunca la olvidaré», escribió en una carta de agradecimiento al duque de Alba. Y dedicó grandes piropos al palacio de Liria. Por el arte que cobija, le pareció «superior a los más calificados palacios ingleses que yo conozco», confesó en una entrevista a ABC.
La amistad continuó por correspondencia. «Mi querido Duque de Alba: lamento escuchar que no tendremos la ocasión de poder vernos en Egipto este invierno, pero estoy muy contento por haber recibido tan buenas noticias acerca de un futuro heredero». Por este telegrama, enviado en noviembre de 1925, se tiene constancia de que don Jacobo aplazó un viaje a Egipto porque su mujer estaba embarazada. El futuro heredero al que se alude es Cayetana de Alba, que nació el 28 de marzo de 1926 y que más adelante, en 1933, cuando tenía siete años, acompañó a su padre al país del Nilo.
En otra misiva, Carter relata al duque de Alba sus progresos con la tumba de Tutankamón: le cuenta cómo, igual que con las muñecas rusas, van retirando ataúdes hasta llegar a la momia real. «Sacados los pasadores y levantada la tapa, quedó revelada la penúltima escena: una momia, primorosamente envuelta, del joven rey, con máscara de oro de expresión triste, pero tranquila», le cuenta en una carta que es una íntima primicia.
Jacobo Fitz-James Stuart lo animó a hacer un segundo viaje a España. Carter regresó el 20 de mayo de 1928. De nuevo pronunció dos conferencias: a la primera, en la Residencia de Estudiantes, acudió la reina; la segunda se tuvo que mudar (también por problemas de aforo) al Teatro La Princesa. La amistad entre el aristócrata español y el arqueólogo británico duró para siempre. Se vieron ocasionalmente en Londres y en el hotel Kulm de Saint Moritz (Suiza). Y se escribieron. Hasta que Carter murió, en 1939. En su agenda de direcciones encontraron una única anotación española: «Jacobo Fitz-James Stuart. Palacio de Liria. Madrid».
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