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Juan Manuel de Prada: Besos - XLSemanal - El Correo
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Animales de compañía

Besos

Juan Manuel de Prada

Viernes, 15 de Septiembre 2023, 11:49h

Tiempo de lectura: 3 min

Por una mirada, un mundo, / por una sonrisa, un cielo, / por un beso… ¡yo no sé / qué te diera por un beso!», escribió Bécquer en una de sus rimas más célebres, significando que el beso de la amada vale más que el entero universo. Pero Bécquer, a fin de cuentas, era un hombre tradicional, que a través del beso aspiraba a expresar una materialización del alma. Y materializaciones del alma fueron siempre los besos antes de que los modernos los convirtieran en un banal y confuso código social: el beso tierno que los padres daban en la mejilla a su hijo; el beso reverencial que los hijos daban en la frente al padre anciano; el beso ardiente de la pasión que se daban los enamorados; el beso abnegado que se posaba en el anillo regio o pastoral (o en la mano de la dama muy apreciada); el beso devoto que se ofrendaba a la imagen religiosa y el beso tembloroso y lívido que el moribundo exhalaba sobre el crucifijo, un segundo antes de expirar. Los primitivos cristianos se besaron fraternalmente en la boca durante cuatro siglos en los ágapes o comidas que celebraban en las iglesias, como signo de comunión y de paz (una costumbre que todavía mantienen algunos pueblos orientales); pero estos besos trajeron sobre ellos fama de libertinos entre los paganos hipócritas, que no entendían que se pudiesen dar besos en la boca con una intención que no fuese lúbrica.

Las feministas han tratado de identificar ese beso con una expresión 'heteropatriarcal', pero es exactamente lo contrario

Es verdad que también en la Antigüedad se dieron besos traicioneros, como el de Judas a Jesús o el de Judith a Holofernes; y Plutarco nos cuenta que los conjurados contra César, antes de acuchillarlo, lo besaron en el rostro, la mano y el pecho. Pero aquellos besos fementidos trataban de fingir una expresión sincera de amor. El beso siempre había expresado efusiones muy hondas del espíritu hasta que los modernos lo convirtieron en un gesto vulgar e insincero; pues el hombre moderno tiende a banalizar todas las efusiones del espíritu. Así el beso fue perdiendo su significación, convirtiéndose en saludo general entre las gentes que, sin llegar a ser el beso de Judas, se le aproxima bastante. Proliferaron entonces los besos frígidos e inanes que se resumen en esa vaga aproximación de mejillas hoy tan en boga, que deja perdidos en el aire besos que nadie se preocupa de recoger, porque a nadie le importan. Y proliferaron también los besos lúbricos en situaciones puramente mundanas, besos que ya no eran los besos ardientes de la pasión amorosa (que se reservaban para la más gozosa intimidad), sino los besos exhibicionistas de una sociedad impúdica que ya no sabe materializar su alma, porque no cree en ella, y todo lo convierte en materialismo y sensualidad.

El beso que ha mantenido entretenidas a las masas cretinizadas durante este verano es una expresión de esa modernidad decadente y degenerada. Las feministas han tratado de identificar ese beso con una expresión del 'heteropatriarcado'; pero lo cierto es que es exactamente lo contrario. Pues en ese supuesto 'heteropatriarcado' al que se refieren (o sea, la sociedad tradicional) un hombre jamás hubiese osado besar en público a una mujer (ni siquiera a su esposa) de esa forma tan deshonesta e impetuosa. Por el contrario, el beso que ha mantenido entretenidas a las masas cretinizadas es la expresión más quintaesenciada de la modernidad, que se ha entregado a los instintos más libidinosos y a las pulsiones más bajas hasta banalizarlos por completo, que ha hecho de la inmoralidad rampante un distintivo orgulloso que fomenta y proclama; y que, después de poner tronos a las causas, pone cadalsos a las consecuencias, en un ejercicio de puritanismo delirante.

El beso que ha mantenido entretenidas a las masas cretinizadas durante este verano no es un beso machista ni heteropatriarcal; es un beso moderno, progresista y feminista, hijo de todas las bazofias ideológicas que han matado el alma y deificado la materia. El hombre chabacano que lo propinó no era más que un hijo de su tiempo, que ya sólo sabe besar de mentira: a veces con un beso lanzado al desgaire, como signo de hipocresía social; a veces con un beso lúbrico y aparatoso, como expresión de una euforia zafia y farruca. Los hombres tradicionales jamás hubiésemos besado así a una mujer en público; y en privado sólo hubiésemos besado así a la mujer amada, en volandas de nuestra pasión ardiente (y, llegada esa coyuntura, nadie besa más ardientemente que los hombres tradicionales). Los hombres tradicionales somos caballeros que saben besar con ternura y reverencia, fraternidad y respeto, devoción y temblor. Los besos banales, hipócritas o lúbricos, los dejamos para los cerdos, las cerdas y les cerdes modernos.


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