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Desde su inauguración en 1916, ha llevado a 10 millones de personas y nunca ha sufrido un percance. Diego Torres Silvestre
El teleférico bilbaíno del Niágara

El teleférico bilbaíno del Niágara

Tiempo de historias ·

Diseñado por Leonardo Torres Quevedo, el 'Spanish Aerocar' fue una iniciativa de la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería, formada por ingenieros y capitalistas de Bilbao

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Jueves, 11 de abril 2019, 00:55

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¿Fue una bilbaínada? Según se mire: fue, en realidad, una de las iniciativas bilbaínas de mayor alcance y duración histórica. Y no fue una cuestión menor. Se inauguró en 1916 y más de un siglo después sigue funcionando a plena satisfacción junto a las cataratas del Niágara. Es un funicular aéreo que, por el lado canadiense, permite contemplarlas de cerca y oír el estruendo del agua. Circula a 60 metros de altura y recorre 580 metros suspendido en seis cables. Actualmente lo utilizan al año unas 250.000 personas.

Pues bien: la construcción de este transbordador, un prodigio de la ingeniería, fue iniciativa de la compañía The Niagara Spanish Aerocar Co. Lted., formada por inversores y capitalistas bilbaínos de renombre, que unos años antes habían formado la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería.

La construcción bilbaína de un transbordador sobre las cataratas del Niágara puede resultar sorprendente, habida cuenta de la distancia técnica que en la época había entre Norteamérica y España. Era enorme, en términos económicos y empresariales, pero en aquella ocasión quedó salvada con éxito por la capacidad del ingeniero Leonardo Torres Quevedo, su promotor y creador de la técnica necesaria para construir un teleférico aéreo seguro.

Torres Quevedo, nacido en 1852 en Cantabria –donde trabajaba su padre temporalmente- era miembro de una familia bilbaína de abolengo. Su padre se apellidaba Torres Vildósola y Urquijo. Leonardo vivió sus primeros años en Bilbao, en casa de las señoritas de Barrenechea, parientes de su padre –un ingeniero que tenía que desplazarse con frecuencia-, que le dejaron su cuantiosa fortuna en herencia, lo que aseguró después su independencia y capacidad de dedicarse a sus preocupaciones científicas e intelectuales. Estudió en el Instituto Vizcaíno y concluyó el Bachillerato en París. Entre 1870 y 1876 cursó sus estudios en la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid, si bien los interrumpió en 1873, para acudir como voluntario a la defensa de Bilbao durante el sitio.

Torres Quevedo fue uno de los grandes ingenieros de la época, con proyección internacional, destacando en múltiples materias, como matemático e inventor: se le deben iniciativas señeras, como máquinas algebraicas, proyectos de dirigibles o el telekino, el primer aparato teledirigido –con control a distancia- que hubo en el mundo y que fue ensayado en 1906 frente al Abra de Bilbao, en presencia del rey y ante la expectación general y asombro porque la gabarra se controlaba desde tierra.

El primer proyecto de un teleférico que diseñó Torres Quevedo es de 1887. La patente se llamó «un sistema de camino funicular aéreo de alambres», que podría transportar personas. En 1890 quiso instalar alguno en Suiza –entendió que el procedimiento sólo sería rentable en lugares con desniveles y presencia de turistas- pero fue rechazado con el argumento de que el nuevo procedimiento no se había experimentado aún.

La experiencia llegó con el primer transbordador que servía para el transporte de personas y que Torres Quevedo logró instalar en 1907 en el monte Ulía de San Sebastián. Tuvo un éxito rotundo, comprobándose que el problema de la seguridad quedaba bien resuelto. Este transbordador desapareció cuando pocos años después se construyó el parque de atracciones de Igeldo, pero quedaba demostrada la viabilidad del teleférico. Fue el modelo que se siguió en las cataratas de Niágara, con las debidas adaptaciones a las circunstancias.

El teleférico del monte Ulía había sido construido por la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería, constituida en Bilbao en 1906. Su objetivo empresarial era, en la práctica, desarrollar las iniciativas de Torres Quevedo. En concreto, «estudiar experimentalmente los proyectos o inventos que le sean presentados por don Leonardo Torres Quevedo y llevarlos a la práctica», incluyendo su explotación. Componían la sociedad ingenieros y capitalistas bilbaínos. La presidía Valentín Gorbeña y entre los accionistas estaban los principales inversores de la época, apellidos destacados en Bilbao: Uhagón, Gana, Orbegozo, Lezama Leguizamón, Ybarra, Echevarrieta, Chalbaud, Gandarias, Icaza, Zubiría, Aztaráin, etc. Tenía un capital de 250.000 pesetas y la mayor parte de los accionistas suscribían 50 acciones, 2.500 ptas. Fue una empresa colectiva bilbaína dispuesta a impulsar las novedades técnicas. De hecho, la sociedad construyó después otros transbordadores en Chamonix, Bolzano, Grindelwald (Auiza) y Río de Janeiro.

Pero la principal iniciativa de la compañía fue la formación de la Niagara Spanish Aerocar, que probablemente era el objetivo que perseguía Torres Quevedo al impulsar el teleférico del monte Ulía, para probar la viabilidad de su invento. La empresa, formada por inversores bilbaínos, se registró en Canadá. La concesión sobre el Niágara se consiguió en 1913 para veinte años. El nuevo transbordador se construyó entre 1914 y 1916, coincidiendo con la Primera Guerra Mundial, a partir de una nueva patente de Torres Quevedo, con la técnica utilizada con éxito en San Sebastián.

A través de la frontera

La idea inicial era construir el teleférico entre Estados Unidos y Canadá, pero fue inviable porque se plantearon problemas de frontera y porque podía alterar la vista de las cataratas. Por eso se optó por construirlo en el lado canadiense, si bien la línea atraviesa dos veces la frontera. Está encima de un remolino, Niagara Whirlpool.

Se inauguró el 8 de agosto de 1916. Desde entonces ha llevado a más de diez millones de turistas, sin ningún percance. Sigue en activo, tras algunas renovaciones que han respetado la idea original. El 'Spanish aerocar' se desplaza suspendido sobre seis cables de acero entrelazados y circula a una velocidad de 7 kms./hora.

Así que, después de todo, la bilbainada tuvo éxito. Al menos técnicamente. Sin embargo, la rentabilidad de la empresa no fue la esperada: primero, por los efectos de la Primera Guerra Mundial, que mermó el turismo, lo mismo que la crisis del 29. Con todo, sigue funcionando como uno de los principales atractivos turísticos de las cataratas del Niágra.

En el lugar, una placa reconoce la figura del inventor. Dice así, en inglés: «NIAGARA SPANISH AERO CAR. Leonardo Torres Quevedo (1852–1936) fue un ingenioso ingeniero español. Entre sus creaciones destacan máquinas algebraicas, mandos a distancia, dirigibles y la primera computadora del mundo.

El NIAGARA SPANISH AERO CAR fue diseñado por Leonardo Torres Quevedo y representa un nuevo tipo transporte por cable aéreo, que llamó «transbordador». Se inauguró oficialmente el 8 de agosto de 1916, siendo el único de su tipo en existencia. — La Comisión de Parques del Niágara, 1991.

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