Borrar
Hermenegildo Maidagán, retratado en la catedral de Santiago en 1926. Ksado/Abc
El «peregrino misterioso» vizcaíno al que confundieron con un cruel guerrillero

El «peregrino misterioso» vizcaíno al que confundieron con un cruel guerrillero

Tiempo de historias ·

Hermenegildo Maidagán, de Otxandio, emprendió viajes a pie hacia Roma, Santiago de Compostela y Jerusalén y alcanzó relevancia nacional cuando un periodista lo identificó erróneamente como el famoso cura Santa Cruz

CARLOS BENITO

Jueves, 28 de noviembre 2019, 00:11

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Casi un siglo después de sus peripecias más conocidas, resulta difícil trazar un perfil de Hermenegildo Maidagán a partir de las informaciones publicadas por los periódicos. Los datos sobre el peregrino de Otxandio resultan tan confusos que, en la primera frase del texto, ya hemos tenido que apostar por una posibilidad entre muchas: la mayor parte de las noticias sobre sus andanzas lo llaman así, Hermenegildo Maidagán, y ese es desde luego el apellido utilizado habitualmente por la prensa vizcaína, pero en otros lugares le dijeron Mizagán, Mainagal o Mardagan, por citar tres de las abundantísimas variantes. También su edad se mostraba asombrosamente elástica: parece casi seguro que nuestro hombre sea el Hermenegildo Maidagán que nació en la localidad vizcaína en abril de 1863, y que por tanto anduviese por la sesentena cuando llevó a cabo sus grandes caminatas de los años 20, pero hubo reportajes que le atribuyeron 80 e incluso más de 90 años. Y, para terminar, está la singular cuestión de las piernas. Varios medios afirmaron que el peregrino vasco sufría una discapacidad y utilizaba prótesis de madera, pero, en diarios tan cercanos como 'El Noticiero Bilbaíno', los periodistas que tenían trato cotidiano con él no hicieron referencia a ese detalle, que bien pudo ser otro adorno para redondear al personaje.

Porque, ya entonces, Hermenegildo Maidagán parecía envuelto en cierta bruma legendaria, que llevó a 'El Imparcial' a describirlo como «el misterioso peregrino». Su atuendo de otra época, con chambergo y sayal de estameña, y la existencia menesterosa que llevaba en el transcurso de sus viajes bastaban para llamar la atención allí donde fuese. Y, sin embargo, la primera referencia a su persona que encontramos en la hemeroteca no tiene nada que ver con esa figura novelesca, desprendida, casi mística. En 1892, el 'Noticiero' daba cuenta de la apuesta que habían cruzado dos empleados de la fábrica 'La Vizcaya' de Sestao: Hermenegildo y un compañero guipuzcoano, José Irazurza, se habían desafiado a ver quién llegaba antes a pie desde su lugar de trabajo hasta el reloj de cuatro esferas de El Arenal. Ganó José, que tardó 45 minutos y todavía tuvo fuerzas para dar cuatro grandes brincos bajo el reloj. Hermenegildo alcanzó la meta diez minutos más tarde.

La primera gran peregrinación de Maidagán, en 1925, tuvo por destino el Vaticano, y ya marcó lo que podríamos llamar su 'estilo' como caminante: viajaba sin dinero, alimentándose de lo que le daban y pernoctando donde buenamente podía, en cuadras, en pajares o, muchas veces, al raso. En aquella ocasión, salió de Bizkaia el 7 de junio y llegó a Roma el 14 de septiembre. «Durante este tiempo, tan solo durmió en cama once noches, pues las demás las pasó en el campo, bajo los árboles o refugiado al amparo de cualquier cobertizo», relataba un artículo en 'La Época'. Iba, además, «sin conocimientos geográficos ni lingüísticos» de los países que atravesaba. El papa Pío XI, enterado de la presencia de aquel esforzado peregrino vasco, lo recibió en audiencia y le dio su bendición. El embajador español, por su parte, le sufragó una cómoda vuelta a casa en tren.

Caduco, seco y encorvado

El viaje no aplacó al gusanillo nómada que había despertado en el interior de Hermenegildo. En 1926, año santo jacobeo, emprendió el Camino de Santiago para lograr el jubileo. De su estancia en la capital gallega nos han quedado dos cosas: una hermosa imagen firmada por Ksado -es decir, Luis Casado Fernández, uno de los fotógrafos más importantes de la Galicia de principios de siglo XX- y una confusión delirante que llevó al curioso peregrino a aparecer en la prensa de Madrid. Su estampa en aquel momento, según la trazaba 'El Liberal', era la de «un anciano caduco, seco y encorvado, de cabello y barba blancas» y con el semblante marcado por las inclemencias del tiempo: «Las nieves y los fríos del invierno han aterido su carne en las montañas; el sol duro de Castilla ha taladrado su cráneo con puñales de lumbre en el verano», se complacía el autor de la descripción. Al contemplar su chocante figura, el periodista gallego Manuel Lustres Rivas creyó ver a otra persona, y ya nada logró apartarle de esa convicción: publicó que el peregrino vasco era, en realidad, el cura Santa Cruz, el guerrillero carlista guipuzcoano legendario por su crueldad.

Retrato del peregrino vizcaíno y, a la derecha, el cura Santa Cruz en sus años americanos.
Retrato del peregrino vizcaíno y, a la derecha, el cura Santa Cruz en sus años americanos. Marín/Blanco y Negro y Crónica

Aunque ya había pasado medio siglo, seguían frescas en la memoria las brutalidades cometidas por Manuel Ignacio Santa Cruz, que le habían valido el rechazo de sus propios correligionarios. En la imaginación de los testigos, que llegó sin filtrar a las columnas de periódico, Hermenegildo se metamorfoseó en ese hombre controvertido que llevaba décadas en América. Incluso encontraron una explicación para su presencia de incógnito en Compostela: «Cuéntase que el cura Santa Cruz, huido de España, perseguido por sus mismos partidarios, que querían castigar su ansia de sangre, se refugió en Roma y se presentó al papa Pío IX en demanda de perdón para sus culpas. El pontífice, privándole del ministerio del sacerdocio, le ordenó su reclusión en un convento para no volver a salir de él. Y ahora se supone que, para cumplir un voto, el famoso cabecilla ha venido desde Roma a Santiago con el fin de visitar la tumba del apóstol antes de entregar su alma a Dios», desarrollaba 'El Liberal'.

La desconcertante exclusiva tuvo su eco en los medios vizcaínos, donde provocó más choteo que otra cosa. 'El Noticiero Bilbaíno' publicó un extenso artículo titulado 'Maidagán no es Maidagán' en el que ironizaba acerca del 'descubrimiento' de los colegas gallegos y madrileños. «¿Quién no conoce en Vizcaya a Hermenegildo Maidagán?», preguntaba el autor del texto, que había estado charlando con el peregrino antes de su partida hacia Santiago. «Maidagán es... Maidagán y ochandianés y se llama, efectivamente, Hermenegildo, como lo demuestra el informe montón de papelotes que lleva consigo», añadía, además de calificar su rostro como «simpático y por lo común risueño» y su talante de «dicharachero, ocurrente».

Campeón de peregrinos

Nuestro hombre regresó a casa dando un rodeo que lo llevó por Portugal, Salamanca, Extremadura, Andalucía, Murcia, Valencia, Cuenca y Madrid, en un recorrido de 1.845 kilómetros. Los dos últimos tramos hasta Euskadi, de El Escorial a Valladolid y de Valladolid a Vitoria, los cubrió en tren para dar esquinazo a la meteorología adversa. Pero tampoco esta vez su estancia en Bizkaia fue muy larga, porque el 7 de junio de 1827 se echó de nuevo a los caminos con un destino todavía más lejano: Tierra Santa. Su sueño era pasar la Navidad en Belén, pero se ve que el itinerario se le hizo más exigente de lo esperado, ya que el fin de año le pilló en Nápoles. Desde allí, sus noticias llegaron a Euskadi a través de una carta del segundo oficial del 'Cristina', un vapor de la Naviera Vascongada, atracado en el puerto italiano, que acogió al peregrino en fechas tan señaladas: «Se encuentra entre nosotros, donde ha pasado las fiestas de Navidad, el viejecito ochandianés Hermenegildo Maidagán, que a pesar de su avanzada edad (sesenta y cinco años) se propone llegar a Jerusalén. Lleva andados 3.187 kilómetros (...). Hace el viaje sin dinero, solicitando la caridad pública y pasando grandes vicisitudes (...). Me ruega el viejecito peregrino que diga que se encuentra muy bien y con fuerzas para proseguir el viaje», escribía el marinero, de apellido Delicado. En aquella época, no era raro llamar 'ancianas' a las personas de sesenta y tantos años.

Ahí se pierde el rastro que dejó aquel tercer viaje en las hemerotecas, pero el nombre de Hermenegildo Maidagán aún asomaría un par de veces más en las páginas de los periódicos locales. En 1929, la sección de ecos de sociedad de 'El Pueblo Vasco' anunciaba que nuestro protagonista se encontraba «enfermo de algún cuidado», y en 1945 (ahí sí que sería ya octogenario) figura como «veterano carlista» entre las visitas recibidas por el gobernador civil. De sus numerosas apariciones en los periódicos solo nos ha quedado una declaración textual, pero, por fortuna, se trata de la explicación de los motivos que le llevaron a caminar miles de kilómetros en el plazo de cuatro años. Su propósito era mucho menos espiritual de lo esperado: «Ahora que para todo hay campeonatos -explicó al redactor de 'El Noticiero Bilbaíno'-, yo aspiro al de las peregrinaciones».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios