El naufragio del San Bartolomé: el origen de las monedas de plata encontradas en la playa de Laida
En el siglo XVI, la mayor tragedia marítima en las costas vascas dejó tras de sí un tesoro legendario
Generaciones de niños han jugado en la playa de Laida de Ibarrangelu, frente a Mundaka, a recorrer la arena en busca de monedas de plata. Esa leyenda infantil ha alimentado las fantasías de los pequeños veraneantes a lo largo de los años, pero lo que ignoraban es que la historia era cierta. Las monedas existieron y existen. La historia de este tesoro es real y está marcada por un naufragio y una tragedia. Y por un nombre: San Bartolomé.
Las monedas encontradas en la playa de Laida, como las tres que los historiadores Juan Carlos Zallo y Mercedes Gómez -de Agiri Arkeologia Kultur Elkartea- pudieron documentar, son reales de a ocho. Pocas monedas están tan cargadas de historia y acuñadas con la materia de la aventura. El primero que las glorificó fue Robert Louis Stevenson. En su novela 'La isla del tesoro' hace que el loro del pirata Long John Silver repita una y otra vez: «Reales de a ocho, reales de a ocho, reales de a ocho». Esta moneda se extendió por el mundo a partir del siglo XVI hasta convertirse en una pieza de cambio tan internacional como el dólar hoy en día. De hecho, en el mundo anglosajón es conocida como el 'dólar español'
¿Cómo llegaron estos reales de a ocho a Laida para que siglos después algún paseante casual diera con alguno y los niños jugasen a buscarlos? La clave está en el galeón San Bartolomé, construido en 1597 en la Ribera de Deusto y que protagonizó uno de los viajes más increíbles y trágicos a lo largo del Cantábrico. Botado para formar parte del intento de invasión española de Inglaterra de 1597 con la tercera gran armada del Océano -tras el primer intento de 1588, con la conocida como Armada Invencible, y la segunda gran armada de 1596- las marejadas la arrastraron en un periplo agónico hasta Mundaka. Allí protagonizó la que es probablemente la peor tragedia de la historia de la costa vasca.
Esta es su historia:
Tras el ataque inglés a la bahía de Cádiz en verano de 1596, Felipe II resolvió atacar de nuevo directamente la fuente de todos sus problemas en el Atlántico: Inglaterra. Para ello formó una armada de 98 barcos al mando de Martín de Padilla y Manrique (1540-1602), adelantado general de Castilla y Capitán general del mar Océano, que fue víctima de un duro temporal el 28 de octubre cerca del cabo Finisterre. Al año siguiente se armó una tercera flota, esta vez de 136 barcos y al mando de nuevo de Padilla, con la intención de asestar por fin un golpe letal a los ingleses.
Martín Padilla y Manrique, conde de Santa Gadea, no era un noble cualquiera. Había combatido en la batalla de Lepanto, donde capturó cuatro galeras turcas, derrotó a Francis Drake, de cuya flota hundió cuatro barcos cuando el inglés intentó tomar Lisboa y también venció a una escuadra angloholandesa en las costas de Almería. Esta vez el rey le encargó atacar el puerto de Falmouth, en el sur de Inglaterra, y ocuparlo. Allí, esperaría la llegada de la flota inglesa de la expedición Essex-Raleigh y la destruiría antes de que las tripulaciones pudieran pisar suelo inglés, porque en esta ocasión, a diferencia de las anteriores se «yba en busca de la armada inglesa, y que si la encontrasemos se había de pelear con ella», como dice una relación de la expedición española escrita por uno de sus protagonistas.
Los doce apóstoles
Para llevar a cabo esta misión se reunió una flota de 112 navíos y 24 carabelas. Embarcaba cerca de 9.000 soldados, 4.000 marineros y 300 soldados de caballería. Parte de esta armada es conocida como 'Los doce apóstoles'. Se trataba de una docena de galeones de reciente construcción -seis botados en Bizkaia y seis en Cantabria-, de entre 750 y 1.500 toneladas, y bautizados con los nombres de los doce discípulos de Cristo. De la serie cántabra se encargó Hernando de la Riva Herrera, en Guarnizo: eran San Pablo, San Pedro, San Simón, Santiago el Mayor, San Andrés y Santo Tomás. En Deusto, Agustín de Ojeda se hizo cargo de la construcción de los otros seis, San Felipe, San Juan, San Tadeo, San Bernabé, San Mateo y San Bartolomé.
Agustín de Ojeda era un capitán de Fuenterrabía que en los astilleros de la bahía del Txingudi ya había fabricado decenas de galeones para la Corona. Pero en 1589, este maestro había trasladado su actividad a Deusto, donde comenzó a construir el San Bartolomé, su primer barco vizcaíno. Botado el 21 de noviembre de 1589, su arboladura fue completada al año siguiente para entrar en servicio en la Armada del Mar Océano a finales de 1591. En 1595 fue cedido a la corona de Portugal y en 1596 fue devuelto para formar parte de la armada de Padilla para la toma de Brest.

Mayor
Trinquete
Mesana
VW Golf de 1975 a escala (3,7 m)
Arcón con los reales
Camarote del capitán
Cubierta de transporte de tropas
Caña
Timón
Bodega y lastre
36,4 m
Eslora:
Alcázar
Combés
Distribución típica de los cañones
Media andana
Andana alta
Andana baja

Mayor
Trinquete
Mesana
VW Golf de 1975 a escala (3,7 m)
Arcón con los reales
Camarote del capitán
Cubierta de transporte de tropas
Caña
Timón
Bodega y lastre
36,4 m
Eslora:
Alcázar
Combés
Distribución típica de los cañones
Media andana
Andana alta
Andana baja

Palo de trinquete
Palo mayor
Palo de mesana
Juanete mayor
Juanete de proa
Sobremesana
Vela de gavia
Gavia de trinquete
Arcón castellano con los reales
Sobrecebadera
Vela de trinquete
Vela mayor
Vela de mesana
Cebadera
Bauprés
Castillo
Camarote del capitán
Mascarón de proa
Caña
Cubierta de transporte de tropas
Timón
VW Golf de 1975 a escala (3,7 m)
Bodega y lastre
Tajamar
Quilla
36,4 m
Eslora:
Trinquete
Mesana
Popa
Proa
Mayor
Alcázar
Combés
Castillo de popa
Castillo de proa
Distribución típica de los cañones
Media andana
Andana alta
Andana baja

Palo mayor
Palo de trinquete
Palo de mesana
Juanete mayor
Juanete de proa
Sobremesana
Vela de gavia
Gavia de trinquete
Vela de trinquete
Sobrecebadera
Vela de mesana
Arcón castellano con los reales
Vela mayor
Bauprés
Cebadera
Castillo
Camarote del capitán
Caña
Mascarón de proa
Cubierta de transporte de tropas
Timón
Volkswagen Golf de 1975 a escala (3,7 m)
Bodega y lastre
Tajamar
Quilla
36,4 m
Eslora:
Palo de trinquete
Palo de mesana
Palo mayor
Popa
Proa
Alcázar
Combés
Castillo de proa
Castillo de popa
Distribución típica de los cañones
Media andana
Andana alta
Andana baja
El San Bartolomé era un navío de unas 900 toneladas de desplazamiento, con una eslora de 36,37 metros, una manga máxima de 11,5 metros y tres cubiertas. Estaba armado con 27 piezas de artillería. De cara a la expedición a Inglaterra, llevaba a bordo un cofre -casi una caja fuerte- con reales de a ocho por valor de 50.000 ducados. Al cambio actual, diez millones de euros. Este dinero estaba destinado, en principio, a pagar las soldadas, gastos imprevistos y otras gestiones -entre ellas, los sobornos-. Era casi la mitad de todo el dinero que llevaba la flota. La otra parte iba en el galeón Santiago.
El periplo. Ferrol
El 18 de octubre de 1597, a las cuatro de la tarde, 'Los doce apóstoles' y el resto de la flota partieron de El Ferrol para asaltar Falmouth, siguiendo la estela del navío almirante, el San Pablo. Martín de Padilla se disponía así a tomar venganza de su anterior fracaso pero el mal tiempo volvió a humillarle. Una semana más tarde, el 25 de octubre, cuando se encontraba solo a 171 kilómetros de la costa inglesa, ordenó dar media vuelta y regresar a Galicia, después de que una tormenta hubiera dispersado la armada y amenazado con hundir sus barcos. El adelantado consiguió llegar al puerto de A Coruña con 38 naves.
El San Bartolomé fue el barco que se llevó la peor parte. Según los relatos de los testigos y supervivientes, conservados en el Archivo General de Simancas, cuando este galeón llegó a la vista de El Ferrol sus palos ya estaban rotos por la tempestad. En esas condiciones, mantener el gobierno de la embarcación era imposible. El capitán fue incapaz de alcanzar La Coruña ante la fuerza del viento y las corrientes, que empujaron el barco en dirección noreste, hacia el Cantábrico. El San Bartolomé fue arrastrado hasta la ría de Viveiro, donde atisbó una posibilidad de salvación y pudo fondear.
El San Bartolomé es uno de los galeones de la Tercera Armada Invencible, encargado del transporte hasta el puerto de Falmouth de tropas y del dinero para pagarlas.
Una fuerte tormenta, cuando se encuentran ya cerca de las costas inglesas, dispersa la flota. El San Bartolomé se lleva la peor parte y pierde los palos.
Consigue fondear en la ría de Viveiro, pero una nueva tempestad rompe sus amarras y es arrastrado por la corriente frente a la costa cantábrica.
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Las amarras de Viveiro
En la primera semana de noviembre el San Bartolomé consiguió ser controlado. La tripulación pudo fondearlo con cuatro amarras. En ese espacio, en principio protegido de la tormenta, se comenzaron a preparar las tareas para salvar el dinero embarcado y el propio navío. El capitán de infantería Pedro de Guevara, embarcado en el galeón, avisó de la llegada a Martín de Padilla y le pidió permiso para desembarcar los reales de a ocho. El Conde de Santa Gadea ordenó descargar el tesoro y para ello dispuso el viaje hasta el San Bartolome de un pagador, la figura que debía hacerse cargo del dinero. Asimismo, ordenó que el piloto del galeón San Pedro y treinta marineros de este buque viajasen hasta Viveiro para poner a salvo al navío desarbolado.
La situación del San Bartolomé no era nada esperanzadora. El capitán Luis Ortiz del Río y 80 soldados tuvieron que ser desembarcados de urgencia a consecuencia de su mal estado de salud. Sin duda, no habían soportado los golpes de mar en su accidentada travesía.
La desgracia perseguía a este barco. El 10 de noviembre, el pagador llegó hasta la ría en la que estaba fondeado el galeón. La operación se postergó al día siguiente, dada la aparente mejoría del tiempo. Pedro de Guevara se confió tanto que ni siquiera desembarcó su ropa y demás pertenencias, esperando a hacerlo al día siguiente. Sin embargo, hacia las 8 de la tarde se levantó un temporal con viento del sur que rompió las amarras del galeón y lo empujó al exterior de la ensenada, junto con otros dos navíos franceses. El San Bartolomé salió de la ría limpiamente y quedó a merced de las olas y el viento, en mar abierto y sin gobierno.
Llegada a Mundaka
El barco se perdió de vista y no se supo más de él hasta pasados cuatro días, cuando fue avistado en Bizkaia, a 400 kilómetros de Viveiro. Pasadas las 14.00 horas del 13 de noviembre, el San Bartolomé sobrepasó el cabo Matxitxako y tuvo a la vista la localidad vizcaína de Bermeo. Según informó al rey el proveedor de Bizkaia, Baltasar de Lezama, para pedir ayuda en medio de la tormenta, la tripulación disparó varias salvas de artillería, en la confianza de que podrían escucharlas en tierra y organizar una operación de salvamento.
Así fue. El alcalde de Bermeo, el capitán Martín de Vaquera, se hizo a la mar con cinco pinazas, unos veleros de tres palos, con la intención de salvar a la tripulación. La maniobra fue imposible ante la fuerza del temporal. El galeón continuó a la deriva. Su piloto trató de entrar en la ría de Mundaka y alcanzar su puerto, pero embarrancó en la famosa barra, enfrente de su iglesia.

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Burgoa
Isla de Izaro
Bermeo
Punta Murgoa
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San Bartolomé
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Kanala
Playa de Laidatxu
Playa de Laida
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Puesto que el primer intento de rescate por mar fue imposible, Martín de Vaquera regresó a puerto. Veterano marino, que perdería él mismo un barco a manos de corsarios franceses, reunió a unos 100 marineros y se dirigió a pie a Mundaka para ver si desde allí se podía hacer algo. Según su propio testimonio, quiso volver a intentar el rescate por mar, para tratar de recoger a los tripulantes del San Bartolomé que, desesperados y a la vista de todos, se estaban lanzando al agua desde la cubierta del galeón, en la que se agolpaban. Solo una pinaza mundaquesa siguió sus órdenes y logró rescatar a unos 40 soldados y marineros.
En su informe, que se conserva en el Archivo General de Simancas, Martín de Vaquera consideró que si más embarcaciones se hubieran lanzado al rescate se podría haber salvado a más gente, por lo que pidió que se castigara a quienes le habían desobedecido.
Llegó la noche y el barco fue destrozado por las olas sin que se pudiera hacer más por salvar a sus desdichados tripulantes. Sabiendo que el galeón llevaba una cantidad grande de dinero a bordo, Martín de Vaquera ordenó a un fiel de Mundaka que pasara con un grupo de arcabuceros al arenal de Laida para que hiciera guardia hasta el amanecer y evitar que aparecieran saqueadores.
Al día siguiente la imagen era infernal. Tan solo era visible el esqueleto del barco, la roda y el codaste junto a la cubierta inferior. De los 27 cañones que disponía, solo se pudo recuperar uno. Por ambas márgenes de la ría se veían restos del navío y de su carga, pero sobre todo de sus tripulantes. Decenas de cadáveres cubrían los arenales y las rocas.
Era el panorama con el que se encontró el enviado del rey, Baltasar de Lezama, a su llegada a Mundaka. Lo primero que ordenó fue que se enterrara a los 280 cuerpos que se pudieron recuperar. Se estima que murieron unas 360 personas y solo se salvaron 40, la mayoría enfermos y heridos, que recibieron asistencia médica. Los rescatados fueron embarcados a principios de diciembre en un patache de la Armada Real en dirección a Ferrol.
Varias cajas y baúles fueron recuperados por los vecinos de Mundaka. En uno de ellos, según consignó Lezama, se encontraron 17 piezas de plata labrada, ocho cucharas, ocho tenedores, manteles, servilletas y otros objetos. Se encontró el arcón de tres cerraduras y barras de hierro en el que se guardaban los 50.000 ducados. Pero no su contenido. Según los testimonios de la época, cuando los golpes de mar destrozaron el San Bartolomé un cañón debió caer sobre uno de los laterales del cofre, con lo que reventó y esparció los reales. Pese a todas las pesquisas que se llevaron a cabo por parte de los enviados del rey, la fortuna nunca apareció, aunque su recuerdo perduró en la leyenda, hasta acabar convertido en un tesoro de cuento infantil.
En un futuro próximo más datos de la historia del San Bartolomé podrían salir a la luz, entre ellos, la confirmación del punto exacto en el que descansan sus restos. El arqueólogo náutico José Luis Casabán y su equipo, que llevan realizadas ya dos campañas de prospecciones en la zona, tienen previsto realizar una nueva serie de inmersiones para confirmar si un posible pecio localizado en la barra es efectivamente lo que queda de este galeón. Las prospecciones con magnetómetro marino en 2018 dieron como resultado la localización de varias anomalías magnéticas, algunas de ellas con posible potencial arqueológico. Podría tratarse de los restos del San Bartolomé, pero también -como indica el propio Casabán- de los de otros naufragios registrados en el mismo lugar a lo largo de la historia.
Mientras tanto, en Mundaka y alrededores, algunas familias que tienen en su poder los reales de a ocho que han aparecido en la arena los siguen custodiando en sus casas. Es la plata que acabó en la playa de Laida tras el temporal y que la arena ha guardado durante siglos. Y que los niños buscaban como un juego, sin saber que corrían tras un pedazo de la historia.
Diseño y desarrollo visual: Gonzalo de las Heras y Anartz Madariaga
Referencias:
-
Alves Salgado, A.A. (2001). 'Seis galeoes da coroa de Portugal para Filipe II'.
-
Casabán, J.L. (2016). 'The Wreck of the 'Apostle' San Bartolomé (1597)'. The Mariner's Mirror, 102:2, 206-210.
-
Casabán, J.L. (2017). 'The Twelve Apostles': Design, construction and function of late 16th-Century Spanish galleons'.
-
Casabán, J.L. (2023). 'El naufragio del galeón San Bartolomé (1597)'. Revista General de Marina, 284:5, 631-641.
-
Castro, F., et. al. (2019). 'El galeón de Ribadeo, San Giacomo di Galizia (Santiago de Galicia), 1597, un galeón de guerra en estudio'. La Armada española de 1588 y la Contra Armada inglesa de 1589, 189-222.
-
Zallo Uskoa, J.C. y Gómez Bravo, M. (2018). 'Los reales de a ocho de Laida y el periplo de la plata'. Kobie Serie Paleoantropología, 36, 223-244.
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