Botes de pasajeros en la ría en la primera mitad del siglo XX. Foto Ortega
Tiempo de historias

Las nueve personas ahogadas cuando volvían a Erandio desde el Carnaval de Barakaldo

El naufragio de un bote sobrecargado de pasajeros, una noche de febrero de 1906, se convirtió en una de las mayores tragedias ocurridas en la ría

Martes, 14 de diciembre 2021, 00:22

Al narrar la tragedia ocurrida en la ría el 27 de febrero de 1906, todos los periódicos coincidieron en destacar que los gritos de las ... víctimas se habían escuchado perfectamente desde la ribera de Erandio. Pero era Martes de Carnaval, había anochecido ya y quienes oyeron aquellas voces se quedaron convencidos de que eran cosa de la fiesta, una ocurrencia de algún grupo de gamberros que había bebido de más y profería alaridos de broma. Aquel error de apreciación retrasó unos minutos las maniobras de rescate y, seguramente, resultó determinante para elevar el balance de fallecidos: en el naufragio del bote 'San Blas' se ahogaron finalmente nueve personas, casi todos jóvenes que regresaban del baile en la plaza de Villalonga, en la zona baracaldesa de Desierto. La mayoría ni siquiera sabían nadar.

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La barca iba sobrecargada, con quince pasajeros y el propio botero, Ignacio Zarandona. Era una costumbre arriesgada pero también bastante extendida: del mismo modo que, en tierra, los tranvías se saturaban cuando llegaba la hora de regresar a casa desde alguna fiesta popular, los numerosos botes que enlazaban las dos márgenes de la ría hacían esos viajes con más ocupantes de lo recomendable. El mejor testimonio de lo ocurrido lo dio uno de los siete pasajeros que salvaron la vida, Mariano Iturbe, de 22 años y de Erandio, que también era uno de los pocos que no habían pasado la tarde en el baile. «Venía de La Arboleda y, al llegar al puente de Urbinaga, vi que en el bote de Zarandona estaban embarcándose varios jóvenes de Erandio. Me apresuré y embarqué con ellos, diciendo al patrón que podíamos marchar, pues ya había bastante gente, a lo que el patrón contestó que aún podían ir otros tres o cuatro más en la proa. Cuando yo le decía al patrón que, si entraba más gente, le cogía y le tiraba a la ría, saltaron cuatro jóvenes más al bote», relató al reportero de 'El Nervión'. «Todos sabíamos que corríamos peligro, por lo que procuramos estarnos quietos, pero hablando unos y cantando otros».

Eran las siete y media, ya de noche, y la ría bajaba crecida y con mucha corriente, porque los días anteriores habían sido de fuertes lluvias. A mitad de camino, empezó a colarse agua por la popa. El casco basculaba con violencia y los ocupantes se fueron dando cuenta de que el bote amenazaba con hundirse: hubo un momento en el que las canciones que vociferaban unos, con esa alegría exagerada que intentaba camuflar el miedo, se combinaron con los gritos de auxilio de otros. «Cuando los de proa se enteraron de lo que ocurría, se lanzaron al agua. Y, al cesar el peso, el bote se anegó y nos quedamos solos el patrón y yo. El patrón continuó remando hasta que el agua le iba llegando a la boca, en cuyo momento se arrojó a la ría. Yo caí también, pero sin alejarme del bote, al que pude agarrarme», seguía contando Mariano Iturbe. Así logró llegar «hasta los cargaderos del señor Rivas», donde le recogió un bote que, instantes después, rescataría también a otros dos supervivientes, Juan Trota y Gregoria Hormaza.

Una banda hace una cuestación en Getxo con una pancarta: «Solicitamos la caridad de todos para aliviar a las familias de los náufragos del Desierto». Detalle de la esquela publicada en la prensa y placa en el cementerio de Erandio. Eulalia Abaitua/Museo Vasco, 'El Noticiero Bilbaíno' y Jorge González/Historias de Erandio

La de Juan Trota fue una de las peripecias más dramáticas de aquella noche terrible. El joven, de 23 años y también de Erandio, volvía del baile con su prometida, Teodora del Olmo, una deustoarra de 20 años. Juan se esforzó con denuedo en salvar a su novia (él decía que estaba obligado a devolverla a casa de sus padres, de donde la había recogido aquella misma tarde) y cargó con ella mientras nadaba esforzadamente hacia la orilla. En determinado momento, se topó con un remo del bote y dijo a Teodora que se agarrase a él, porque eso haría más fácil el avance. Pero, mientras arrastraba el remo y, con él, a la chica, escuchó un grito: se volvió y pudo ver cómo Teodora desaparecía bajo las aguas. Juan buceó, a ciegas, hasta que dio con unas ropas de mujer, y siguió nadando al límite de su resistencia. Fue entonces, al rescatarlos el bote, cuando descubrió que aquella joven a la que había aferrado bajo el agua no era su prometida, sino Gregoria, una amiga de Teodora que había acompañado a la pareja a la fiesta.

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Reproches al Ayuntamiento

Del muelle de Erandio partieron varias embarcaciones para rastrear la ría en busca de náufragos. Al final, lograron salvarse siete personas: los tres ya mencionados más Romualdo Goicoechea, Hipólito Guinea, Pedro Zubizarreta y Félix Begoña. «Se vio el doloroso espectáculo de infelices madres llorando a gritos desde el muelle la desgracia de sus hijos», detallaba 'El Noticiero Bilbaíno'. Muchos vecinos de Erandio reaccionaron culpando a las autoridades locales, con el argumento de que, si la banda municipal hubiese tocado en el pueblo, los jóvenes no se habrían visto obligados a atravesar la ría para acudir al baile.

Aquella noche no se rescató ninguno de los nueve cadáveres. Al día siguiente, tres buzos (Ángel Erostarbe, José Rodríguez y Eustaquio Barrenechea) se ofrecieron como voluntarios para inspeccionar el cauce de la ría, mientras un pequeño ejército de botes rastrillaba el fondo en busca de cuerpos. El Ayuntamiento de Erandio suspendió los festejos, las tiendas del pueblo cerraron, no se trabajó en la Franco-Española ni en los Astilleros del Nervión y una multitud se concentró en ambas márgenes de la ría para presenciar el dispositivo. El primer cadáver que se recuperó fue el de José López, de 25 años, vecino de Deusto y natural de la localidad leonesa de Sorbeira. Después apareció el botero, de 44 años, que dejaba «tres hijos y la esposa, que está impedida para el trabajo», según contó la prensa. El siguiente fue Emeterio Blanco, un zapatero de Erandio de 24 años que había ido al baile en compañía de su jefe. Y, finalmente, justo antes de que la pleamar obligase a suspender los trabajos de los buzos, se encontró a Isidra Etcheverri, de 18 años y también erandiotarra.

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Los penosos trabajos se prolongaron durante varias jornadas. El 1 de marzo, un botero enganchó el cadáver de Epifanio Michelena, un carpintero de Erandio de 18 años, y otro dio con el cuerpo de Raimunda Goicuría, de la misma edad y también del pueblo de la margen derecha. El día 3, se extrajeron de las aguas los cadáveres de otros dos jóvenes de la localidad: el panadero Félix Jiménez, también de 18 años, y Román Martín, de 24, el dueño del taller de zapatería donde trabajaba Emeterio. La única que seguía sin localizar era Teodora del Olmo, la infortunada novia de Juan Trota: se recuperó su pañuelo, su abrigo, incluso su paraguas, pero hubo que esperar una semana hasta que apareció flotando en la ría.

El capitán y los carteristas

Fueron días de abatimiento y también de cierta tensión en Erandio. Durante los funerales estuvo a punto de desencadenarse un tumulto porque un capitán del regimiento de Garellano no se descubrió en la ceremonia y ordenó a un carabinero que tampoco lo hiciese. El oficial acabó explicando en el Ayuntamiento de qué manera su postura se fundamentaba en las ordenanzas militares, pero, aun así, los guardias municipales tuvieron que disolver una manifestación de protesta ante la casa consistorial. Los periódicos también dejaron constancia de la actuación de varios carteristas durante las exequias, a las que asistió un gran gentío, incluidas muchas personas que llegaron de otros municipios en trenes especiales. Una placa en el cementerio de Erandio sigue rindiendo hoy un «cariñoso recuerdo a las infelices víctimas del naufragio del bote San Blas». En los días posteriores a la tragedia, se abrió una suscripción pública para recaudar dinero que sirviese de ayuda a las familias: la banda de música de Sestao, por ejemplo, donó 487 pesetas; la orquesta de la Juventud Republicana de Las Arenas, 213, y la compañía de los tranvías hizo entrega de 180.

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Dos peritos inspeccionaron la embarcación, recuperada de la ría, y llegaron a la conclusión de que estaba «en perfecto estado para prestar servicio» y de que se había ido a pique porque «era excesivo el número de personas que se embarcaron». El naufragio del San Blas hizo dolorosamente consciente a la sociedad de los peligros que suponía la sobrecarga de los botes de pasajeros. La Comandancia de Marina pidió a los ayuntamientos de las localidades ribereñas que controlasen los embarcaderos en los días más señalados, cuando se podía esperar una mayor concurrencia. «Habrá sido hija de la casualidad esta terrible desgracia –reflexionaba un periodista de 'El Noticiero Bilbaíno'–, pero hace mucho tiempo que se temía podía ocurrir, porque, en los numerosos botes que constantemente atraviesan la ría en aquel punto, se habían olvidado toda clase de precauciones».

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