Los ocultos males del sexo
Tiempo de historias ·
Hace un siglo las enfermedades venéreas eran un mal que se extendía más allá de lo que se suponía. No era exclusivo de una clase social, afectaba a todasDe aquella prensa bilbaína de principios de siglo XX pueden aprenderse muchas cosas. No sólo los hechos, los trascendentes y los aparentemente intrascendentes, ayudan a comprender y a construir la historia. También sus pequeños anuncios clasificados y sus reclamos publicitarios facilitan la reconstrucción de aquella lejana sociedad. Entre los anuncios que conformaban la publicidad de la época merece la pena llamar la atención sobre unos cuya oferta, médica para más señas, se destinaba a sanar lo que se conocían como enfermedades de la piel y secretas. Si de lo primero pudiera caber alguna duda, en cuanto al segundo aspecto o especialidad el refrán «piensa mal y acertarás», le va a la perfección.
La abundancia de esa oferta de servicios médicos, en muchas ocasiones mayor que otras, lleva a concluir que la extensión de las enfermedades venéreas era un asunto nada desdeñable. No solo eso. La propia publicidad de las mismos insertada en la prensa y el hecho de que muchos de los médicos fueran privados, hace sospechar que ese tipo de males no eran exclusivos de la clases más bajas y desfavorecidas, sobre las cuales tradicionalmente se ha hecho recaer la responsabilidad en cuanto a la propagación de enfermedades de transmisión sexual.
La preocupación sobre la salud sexual de los bilbaínos no era nueva a comienzos del siglo XX. De hecho en la segunda mitad del siglo XIX, alrededor de 1874, las presiones militares sobre las autoridades provocaron la creación de un servicio médico especial para intentar controlar un mal que causaba verdadero pánico: la sífilis. Convencidos de que las culpables no eran otras que las prostitutas, el citado servicio médico se enfocó, sobre todo, al control de las mismas. Si en ellas estaba el origen lo mejor era vigilarlo desde la raíz. De ahí que en los reglamentos de higiene que a partir de entonces se elaboraron la meta a conseguir no fuera otra que apartar a aquellas prostitutas enfermas de sífilis.
No contaba aquel argumento, producto de una reflexión castrense equivocada y de una visión sesgada por la virilidad del momento, que la propia irrupción de los militares en la villa fue de por sí un elemento susceptible de control, pues no eran pocos los soldados que transmitieron la enfermedad a las propias prostitutas con las que estuvieron. No obstante, todo recayó sobre las mujeres que por las razones que fueran se habían visto abocadas a practicar las prostitución y que, desde aquella época, se convirtieron en objetos de control y estudio.
A pesar de todo, la presencia de la sífilis era innegable. La llegada de muchos trabajadores foráneos a Bilbao y su hacinamiento en los barrios altos agudizó el problema. Era urgente ampliar los servicios y especializarlos. Así, en 1918 se ubicó en la Plaza de la Cantera el Centro de Higiene Especial. Aquella especie de hospital en miniatura estaba destinado a mujeres afectadas por la sífilis u otro tipo de enfermedad de origen sexual. También había un apartado para los hombres.
Obviamente, las instalaciones estaban diseñadas para que no hubiera el más mínimo contacto entre ambos sexos. A la altura de aquel año, concretamente desde 1910, existía un medicamento eficaz para la cura de sífilis. Se trataba del llamado 606 o salvarsán, creado por el médico alemán Paul Ehrlich. Este compuesto fue la salvación para muchos enfermos y se mostró como el remedio más contundente antes de la aparición de la penicilina.
No obstante, el problema se mantuvo. La reiteración de los anuncios médicos en la prensa lleva a pensar que la población afectada no se circunscribía exclusivamente a zonas obreras, donde abundaba la prostitución. Anuncios como los siguientes fueron publicados en la prensa bilbaína –principalmente en 'El Liberal' y 'El Noticiero Bilbaíno'– hace exactamente cien años: «Dr. López. Hospital San Juan de Dios de Madrid, con 48 años de práctica en enfermedades venéreas, sifilíticas y de la piel. Se inyecta sin dolor el 606». «Piel, Venéreo, Sífilis. J. Salaverría, especialista público de enfermedades venéreo-sifilíticas y de la piel del Santo Hospital Civil de Bilbao». «Vías urinarias. Venéreo-Sífilis. Bustinza, especialista».
Y no eran los únicos. Los había incluso que ofrecían pasar consulta en el domicilio del interesado y los que tenían un horario especial para obreros. Es decir, que si había horas para trabajadores también las había para el resto de la población. Por otro lado, el hecho de que la mayoría de los médicos fueran privados lleva a suponer que la población susceptible de su tratamiento contaba con algunos recursos. No eran obreros de los barrios altos. No andamos muy descaminados si afirmamos que la sífilis también estaba extendida entre la clase acomodada y con una moral intachable. Quizás porque las aventuras sexuales de muchos hombres respetuosos eran más frecuentes de lo que su moralidad y costumbres sociales nos harían suponer.
Secreto médico
Desgraciadamente no existen registros fidedignos sobre la extensión de las enfermedades venéreas, y en especial de la sífilis. La satanización de esos males, considerados como propios de viciosos y degenerados, obligaba a cerrar el círculo alrededor de las únicas sobre las que se mantenía el control: las prostitutas. De ellas sí hay registros. Sin embargo, razones de índole moral y el celo sobre la vida íntima de muchos hombres evitaron una mayor eficacia en la lucha contra la enfermedad. La vergüenza fue mayor que la honradez a la hora de reconocer, no sólo el mal, sino unas prácticas que contravenían los códigos morales vigentes en la época. Ni siquiera los médicos podían dar cifras de sus intervenciones. Sobre este asunto, el secreto médico era sagrado.
Todo esto explicaría la permanencia de una enfermedad que, achacada a las mujeres, saltaba de unas clases sociales a otras a través de la naturalidad de los ritmos amatorios.
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