Una emperatriz romana en Vitoria
Tiempo de historias ·
Desde 1821 el rostro de Gala Placidia mira a los paseantes desde un pedestal del parque de la Florida. Una extraña historia de amor la unió para siempre al rey godo AtaúlfoAcostumbrados como estamos a mirar sin ver, el rostro de la emperatriz romana Gala Placidia ha pasado siempre desapercibido, incrustado como está en el escudo del rey visigodo Ataúlfo, cuya escultura es una de las cuatro que bordea el ruedo del kiosko del parque de la Florida de Vitoria.
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Desde que se colocara en el pedestal en 1821 no ha conseguido el fervor que entre algunos tienen los cuatro reyes godos, a pesar de ser una de las pocas mujeres que aparece en las esculturas callejeras de Vitoria.
Lo cierto es que Gala tiene una biografía de película. Nació durante la decadencia del Imperio Romano en Constantinopla entre el año 388 y 383, según las fuentes que se consulten, y era hija del emperador Teodosio y su segunda mujer, Gala. Cuando cumple 20 años los visigodos, después de tres asedios, toman y saquean Roma, y ella es una de las personas que cae prisionera en los combates por la capital eterna. Ataúlfo, cuñado de Alarico, rey de los godos, se lleva a la prisionera y al emperador depuesto, Prisco Atalo, a las Galias. En Narbona (actualmente Francia), se casa con ella y los historiadores sospechan que hubo más amor que política en este matrimonio. Corría el año 414.
En los primeros meses del año 415 nació un primer hijo de esta relación, que se llamó Teodosio pero murió al poco de nacer y fue enterrado en Barcelona. Años más tarde fue trasladado al mausoleo imperial de la basílica de San Pedro de Roma. Ese mismo año es asesinado Ataúlfo -algo muy habitual entonces-, considerado el primer rey de la monarquía hispánica.
Le sucedió Sigerico, muerto violentamente después, quien manda azotar a Gala. Cuando el nuevo rey, Valia, asciende al trono, envía a la viuda de Ataúlfo a Roma. Su hermano Honorio la obliga a casarse con el general Flavio Constancio, que llegó a ser emperador pero tambien murió pronto. Gala tuvo dos hijos con él, Valentiniano III y Honoria.
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Fue muy comentada la intensa relación con su hermano -por parte de padre- Honorio hasta alcanzar el escándalo. Ese aspecto y los rumores de que había conspirado contra él en connivencia con los visigodos la llevó de Rávena al exilio de Roma, primero, y a la corte de Teodosio II en Constantinopla después.
Pero el destino le tenía guardada todavía una importante misión. En el año 425, Valentiniano, el hijo de Gala, es nombrado emperador de Occidente. Apenas había cumplido seis años y es su madre la que hace el papel de regente hasta el año 437.
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Falleció en el año 450 en Roma. Devota cristiana, ordenó construir iglesias como las de San Juan Bautista y de la Santa Cruz de Rávena. De esta solo queda el oratorio de San Lorenzo, conocido como mausoleo de Gala Placidia. No existen, sin embargo, certezas de que fuera enterrada en un lugar tan hermoso como ese. En Roma mandó terminar la basílica de San Juan de Letrán. Solo por su mausoleo ya tiene un hueco en la historia, una obra maestra del arte paleocristiano declarada patrimonio de la humanidad.
Del Palacio real a la Florida
Esta es la gran historia que hay detrás de ese gigantesco escudo de Ataúlfo, el primer rey godo de la monarquía española, un vitoriano más en la Florida siguiendo de cerca los bailables del redondel.
Como se sabe estas formidables esculturas formaron parte un día del complejo escultórico del Palacio real de Madrid. Su diseño corresponde al padre dominico Fray Martín Sarmiento, un religioso ilustrado que pensó en hacer un catecismo de piedra para el pueblo sobre los diferentes reyes de la monarquía española, 108 efigies, y colocarlas en la cornisa del palacio. Su principal obsesión era vincular la monarquía hispánica con el Imperio Romano. Así que recordó a Ataúlfo, el primer visigodo que pisó la península ibérica y el primero que se enamoró y se casó con una emperatriz romana, Gala Placidia.
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Las estatuas fueron talladas entre 1750 y 1753 con Fernando VI de rey. Tienen por lo tanto 266 años. El artista fue Felipe de Castro y utilizó piedra caliza de la cantera de Ridueña en Colmenar de Oreja (Madrid). Era uno de los jefes del taller de escultura junto a otro gran maestro, el italiano Giovanni Domenico Olivieri. Al llegar Carlos III al trono ordenó que se quitaran todas las estatuas. Las razones no están claras. Unos dicen que fue por seguridad y otros por estética. A partir de 1787 se comenzaron a distribuir por diferentes puntos de España.
Podrían haber elegido la efigie de Leovigildo, del que se dice que pudo fundar una ciudad denominada Vitoriaco tras derrotar a los Vascones y que puso esta parte de la tierra en el mapa. Pero no, aquí llegaron en 1821, gracias a una carta que enviaron a Fernando VII los concejales del Ayuntamiento encabezados por el alcalde segundo Melquiades María de Goya. Atención a los argumentos. Los ediles de una ciudad tan fiel y leal como en 1808, cuando el tirano de Europa le arrebatara el reino, pedían cuatro esculturas para el nuevo paseo en construcción «a la vista del campo de la Batalla de Vitoria, batalla que le había devuelto el reino». Fernando VII, que había visto la reacción de los vitorianos en defensa de él mismo aquel 19 de abril de 1808 cuando se amotinaron y cortaron las riendas de los caballos que tiraban del carro que le llevaba a Bayona, no podía negarse.
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Pero en principio, según Eulogio Serdán, los vitorianos preferían las efigies de Isabel I La Católica y de Alfonso XI, más ligados a la historia alavesa, la primera por jurar sus fueros y el segundo porque fue el receptor de la Voluntaria Entrega.
Al parecer, por un criterio más artístico que político se trajeron finalmente las estatuas de los reyes godos. Llegaron por este orden, Ataúlfo (16 de octubre de 1821), y el 2 de noviembre, Theudio y Liuva I. Estos venían en las galeras de Pallarés. Y Sigerico entró en Vitoria el 16 de noviembre de la mano de un carro de mulas de Juan Presa.
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El Ayuntamiento pagó religiosamente el porte, a siete reales de vellón la arroba. Ataúlfo pesó 277 arrobas; Sigerico, 275; Theudio, 288 y Liuva I, 280. Una arroba castellana equivale a 11,5 kilos por lo que cada estatua supera los 3.000 kilogramos. El desembolso total fue de 10.527 reales de vellón, incluidos los 320 reales de rigor para los llaveros de palacio como gratificación.
Desde noviembre de 1821, Ataúlfo, Gala y sus compañeros visigodos forman parte de la historia de la ciudad.
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