Crímenes y broncas de marineros en el puerto de Bilbao
Los tripulantes extranjeros aportaban un toque de vistosidad al Bilbao de hace un siglo, pero también eran una fuente habitual de problemas
Carlos Benito
Domingo, 26 de junio 2022, 01:53
Muchas veces, nos imaginamos el Bilbao de hace un siglo como una ciudad más apacible y provinciana de lo que realmente era. Aquella villa que rondaba los 100.000 habitantes funcionaba como un ajetreado cruce de caminos en el que se encontraban personas de procedencias y culturas muy diversas: estaban, por un lado, los emigrantes que llegaban de otras regiones de España para buscarse un porvenir en la minería y la industria, que en una proporción nada desdeñable acababan sobreviviendo en condiciones miserables; pero, además, existía una llamativa población flotante (nunca mejor dicho) compuesta por la tripulación de los barcos atracados en el puerto. Los marineros extranjeros, con apariencias a menudo extravagantes, aportaban un toque de vistosidad a aquella sociedad de principios del siglo XX, pero también se convertían en molesta fuente de conflictos: bajaban a tierra con hambre de vida y sed de alcohol y sus expediciones por tabernas y burdeles no siempre tenían final feliz.
Bilbao, 1917
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Tipos singulares. Desembarcaban personajes como Alfredo Faithful, un argentino acusado de asesinato que medía 1,95 e iba cubierto de tatuajes.
Para empezar, siempre había alguno que regresaba de madrugada, con un equilibrio inestable, y no superaba el reto de caminar por la planchada de acceso al barco. Así se ahogaron marineros como el noruego Christian Calwose (las transcripciones que la prensa de la época hacía de los nombres extranjeros nunca parecen muy de fiar), que se precipitó a la ría en 1919 en Olabeaga. Y tampoco era raro que algunos de estos currantes del mar se quitasen la vida durante su estancia. Un ejemplo es el de Wilhalm Strebou, tripulante de un buque alemán que se quedó fondeado en Bilbao al empezar la Primera Guerra Mundial. «Con frecuencia lo veían dominado por honda pesadumbre, producida por la carencia de noticias de los suyos», recogía 'El Pueblo Vasco'. Su cadáver apareció en el muelle de Portugalete a principios de 1915. Y qué decir de aquel marinero ruso que intentó suicidarse cuatro veces en un par de días: primero se arrojó a la ría, de donde le rescataron unos vecinos; después, trasladado a un calabozo, trató de ahorcarse, pero lo descolgaron los celadores; de nuevo en la calle, se arrojó ante el automóvil de la viuda de Palacios, pero el chófer le adivinó las intenciones y logró frenar a tiempo; finalmente, detenido por la Guardia Civil, se arrojó por el hueco de una escalera, pero lo agarraron por los fondillos de la americana.
Dos noruegos espléndidos
Las modalidades más habituales de estos 'sucesos de marinería' tenían lugar durante sus correrías por Bilbao y las márgenes de la ría, en las que nunca rehuían una buena bronca y, a menudo, hacían todo lo posible para provocarla. «Los guardias municipales de servicio en San Francisco detuvieron ayer a siete marineros ingleses de raza negra por promover un fuerte escándalo. Se les ocuparon varias armas de fuego», informaba el periódico en abril de 1920. Una costumbre extendida era la de comer y beber en alguna fonda y marcharse sin pagar, aunque la culpa no siempre se les podía atribuir exclusivamente a ellos, como demuestra lo sucedido a dos «noruegos espléndidos» en una taberna de Miribilla allá por febrero de 1916. «Los dos camaradas pidieron unos chiquitos de vino y un par de chorizos, poniéndose a comer y beber tranquilamente. Pronto se vieron rodeados de media docena de mangantes que les ayudaron a consumir cuádruple ración, creyendo que como de costumbre los extranjeros pagarían, pero no tenían las siete pesetas con 50 céntimos», recogió el diario.
Estos enfrentamientos solían derivar en violencia y, a veces, acababan de la peor manera, como ocurrió en el crimen de Lamiako de 1919. Siete marineros nórdicos (tres noruegos, dos finlandeses y dos daneses) estuvieron bebiendo en la casa del pintor Francisco Saavedra, en Las Arenas. «Hicieron un gasto de 41 botellas de cerveza, que se negaron a pagar en un principio. Después planearon un proyecto canalla, diciendo a Francisco que le pagarían a bordo», relató 'El Pueblo Vasco'. El anfitrión confió en sus huéspedes y acabó arrojado a la ría, donde se ahogó. Uno de los marineros, Christiano Hugo Milsen, fue condenado a ocho años de prisión y a pagar tres mil pesetas a la viuda.
Hay que tener en cuenta que en las tripulaciones de la época no escaseaban los individuos de índole sospechosa. Es una pena que no se publicase foto del argentino Alfredo Faithful, enrolado en vapores ingleses, que mató a otro marinero en Barakaldo: tenía 18 años, medía metro noventa y cinco y estaba «completamente tatuado», según destacaron las crónicas. Huyó a Castro Urdiales, pero lo apresaron.
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Por supuesto, también había marineros extranjeros que se convertían en víctimas de delitos, a manos de sus compañeros o de los elementos más oportunistas de la población local. A Emilio Solonin, otro noruego, le quitaron el acordeón y la americana dos rateros bilbaínos cuando andaba embriagado por las calles. Y al sueco Johan Frederich Eklund le robaron 400 pesetas. El periodista que escribió la noticia no pudo evitar el toque irónico ante los desafíos que le planteaban estas criaturas llegadas del norte: «El denunciante manifestó que sospecha de dos compañeros de hospedaje llamados Goh Hagues y Walter Gubrisch. El agente señor Martín Álvarez detuvo a estos, cuyos nombres no nos atrevemos a consignar de nuevo por temor a escribirlos de distinta manera».
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