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Lo mejor de los Carnavales de 1920 fue la final del Campeonato del Norte entre el Athletic y el Arenas.

Los carnavales de hace un siglo: mamarrachos, jebos y aburrimiento

Tiempo de historias ·

Las carnestolendas de 1920 fueron tan aburridas que se llegó a afirmar que nunca más Bilbao podría volver a disfrutar de esas fiestas. Lo único bueno fue la victoria del Athletic en la final del Campeonato del Norte

Martes, 25 de febrero 2020, 07:56

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En 1920 se confirmaron los temores de los años anteriores: las fiestas de Carnaval ya no interesaban. «Faltan dos días para los Carnavales y no se nota esa animación peculiar que precede a estas fiestas», señalaba 'El Liberal' veinticuatro horas antes de que se iniciasen los festejos. Tan sólo el comercio, que no dejaba pasar la oportunidad de hacer caja, por poca que fuera, mostró síntomas de que las fechas eran un tanto especiales. Escaparates llenos de disfraces, confetis, serpentinas, caretas… Algo a lo que los bilbaínos apenas llegaron a prestar atención. Por parte de las autoridades, alejadas ya desde hacía tiempo de la participación en los jolgorios de Momo, no hubo nada más que indicaciones para que la fiesta se ajustase estrictamente a las normas morales del momento. Se prohibieron los disfraces en los que la ropa interior se mostrara por el exterior y que los hombres se vistieran de mujeres. Tampoco se permitieron disfraces de mal gusto y mucho menos que inspirasen suciedad y dejadez. Todos aquellos que infringieran lo establecido «serían castigados, aparte de ser detenidos si desobedecieran y se resistieran a cumplir las órdenes de los agentes de la autoridad». Una vez más quedaban los bailes organizados por las sociedades privadas, mucho más emocionantes y sugestivos aunque todas se comprometían a que los actos programados fueran de lo más decoroso. Por el contrario, en las calles de Bilbao sería más de lo mismo: «las comparsas de excéntricos de siempre, y los invariables pierrots, colombinas y bebés, sin olvidar a los jebos que rebuznan de lo lindo durante los tres días».

De todos modos, no todos se apenaban de la decadencia más que confirmada de los Carnavales bilbaínos. 'El Noticiero Bilbaíno' se felicitaba porque eso no demostraba otra cosa que el triunfo del sentido común y la constatación de que los chiflados no pasaban de media docena. Sí se felicitaba en cambio por la participación aquel año de lo que se llamó una jebada, que no era otra cosa que un grupo de jóvenes de Arrigorriaga vestidos de aldeanos, nobles y fuertotes, cuyo cometido fue el de organizar serenatas, bien ejecutadas, para amenizar a los aburridos bilbaínos. Estaba formada por obreros a los que no movía en absoluto ningún ánimo de lucro pues la recaudación iba a parar «a la caja del Ateneo, entidad que presta grandes servicios en el inmediato pueblo de Arrigorriaga». Del resto de las comparsas, nada reseñable.

A última hora, el Ayuntamiento concedió permiso a una llamada 'La Redención', acompañada de una pareja de danzas americanas sobre un carrito; y a otra denominada «Los Doctores», cuyo repertorio estaba compuesto de coplas en las que se recitaban horrendos crímenes. Entre ellos los titulados «Hallazgo de una horrorosa fiera en Archanda» y «Horribles parricidios en Verdún». A decir verdad, ni una ni otra gustaron. Carecían de ingenio. Hasta se afirmó que «las coplas son como para matar a sus autores». Bien mirado, si ni siquiera se admitía la chanza y el cachondeo, ni la ridiculez ni el descaro, estaba claro que los Carnavales en su conjunto no interesaban a nadie. Ni los políticos, ni la prensa les prestaban atención. Eran ridículos, chabacanos y de mal gusto. Así las cosas, no extrañó que las fiestas de Momo se convirtieran, casi exclusivamente, en un momento de disfrute casi exclusivo de las sociedades privadas.

«El Carnaval de verdad y más digno de mención –señaló 'El Noticiero Bilbaíno'-, estuvo en los salones de El Sitio, Club Cocherito, Teatro de los Campos, casinos políticos, centros regionales y sociedades de recreo, donde la animación no ha decaído hasta altas horas de la madrugada». Ahí sí que se lo pasaban bien. Y bebían, por cierto, porque una de las cosas que más llamó la atención durante los festejos de Don Carnal de hace un siglo fue el gran número de curdas que hubo entre los asistentes a alguno de aquellos bailes de máscaras privados.

Pero lo que el Carnaval había perdido lo había ganado el fútbol. El domingo 15 de febrero, en plena celebración carnavalesca, se jugó la final del Campeonato del Norte entre el Athletic y el Arenas. «Miles de personas, en imponentísma manifestación de simpatía, acudieron a subrayar, con ensordecedoras ovaciones, desde las gradas de San Mamés, el resurgir de los veteranos», celebró 'El Noticiero Bilbaíno'. En la misma línea, El Liberal señaló que «desde que se inauguró el campo de San Mamés no ha habido tanta gente en ningún partido como la que anteayer llenó el stand de bote en bote». Se vendieron todas las entradas. El precio de las de general fue de 75 céntimos y no de una peseta como era la costumbre. El partido fue memorable y según todas las crónicas solo hubo un equipo sobre el césped, el Athletic, a pesar del buen trabajo que realizaron los areneros durante el primer tiempo. Para la afición aquello significó un regreso a la gloria. El resultado final fue de 2 a 0 para los rojiblancos que en aquella ocasión formaron con Rivero, Acedo, Hurtado, Eguiluz, Pacho Belauste, Sabino, Sena, Pichichi, Joshe Mari, Laca y Germán.

Una buena notica

Los Carnavales llegaron a su fin el martes 17 de febrero. Entre la más absoluta indiferencia, los más viejos del lugar afirmaron que lo de aquel año nada tuvo que ver con los anteriores. Insípidos y aburridos. Como señaló El Liberal: «Hoy más que nunca debemos destacar la desaparición de las fiestas carnavalicias, que no son más que reminiscencias de algo que fue y que, ya, no volverá a ser». Para 'El Noticiero Bilbaíno', el final del Carnaval fue una buena noticia. No había valido para nada excepto para que los mamarrachos se pasearan por las calles y para que un par de comparsas hicieran gala de su mal gusto e inmoralidad. Lo único reseñable, por aquello del buen gusto y «las caras bonitas», fue el paseo de coches por la Gran Vía. Poco más. Sólo quedaba ya, como prolongación de los festejos el domingo de Piñata, en el que se habían organizado bailes y concursos de disfraces en distintos centros. Pero esa fiesta estaba ya dentro de la Cuaresma que se iniciaba, como era la costumbre «con la recordación de la terrible sentencia: Pulvis es et in pulverem reverteris».

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