La boda gitana a la que asistieron miles de bilbaínos
Tiempo de historias ·
Betty y Codry se casaron hace sesenta años en la Campa de los Ingleses y lo celebraron durante cuatro días, con cuatrocientos cincuenta pollos, dos cerdos y un montón de cervezacarlos benito
Viernes, 26 de octubre 2018
Los bilbaínos de hace 60 años se encontraron con un evento inesperado para animar la espera de la Navidad. Podríamos decir que fue el equivalente de 1958 a los premios MTV o a algún otro evento por el estilo de nuestros días, pero con unas características un tanto diferentes, más populares y espontáneas: una pareja de gitanos nómadas eligió la capital vizcaína -más en concreto, la Campa de los Ingleses- para contraer matrimonio y miles de personas se dejaron llevar por la curiosidad y acudieron al lugar donde se celebraba el vistoso enlace y el posterior banquete.
Se trataba de una boda importante, porque los novios pertenecían a familias de peso dentro de su comunidad. Ella, Betty González, de 17 años y nacida en Madrid, era nieta de Mimi Rossetto, 'la Faraona', a quien los periódicos saludaban como «reina de los húngaros trashumantes de todo el mundo», aunque parece que su papel era más bien el de una mujer de respeto para los nómadas del centro de Europa. De Mimi, que había fallecido unos meses antes en Italia, se contaba que había venido al mundo en la zona de Bilbao, que había ganado una fortuna como tratante de caballos y que siguió fumando en su pipa de cerámica hasta poco antes de su muerte. El novio, Codry, tenía un perfil menos claro: se sabía que su familia procedía de París, aunque en realidad él había nacido en Teruel.
¿Por qué decidieron venir hasta Bilbao para casarse? Se podría pensar que los orígenes de la abuela tuvieron algo que ver, pero en realidad fue un capricho de la novia, acostumbrada a que su casa estuviese en todas partes: «Ella lo ha pedido así. Ha andado por muchas tierras, pero Bilbao es lo que más le ha gustado», explicó la portavoz de la familia al periodista de 'La Gaceta del Norte'. Su parentela viajó a Bizkaia desde Lourdes y dedicó la víspera de la boda a disponerlo todo en la Campa de los Ingleses. Aquella jornada de preparativos dio lugar a un cambio importante en los planes para el enlace: Yani, el padre de la novia, invitó a una cerveza a un cura escolapio que estaba jugando al fútbol con unos alumnos, el padre Sebastián Galdeano, y este logró convencerle de que la pareja debía casarse por la Iglesia y no solo según el ritual gitano, según tenían previsto. Eso obligó al novio a pasarse por el obispado, prestar juramento de que tanto él como su prometida habían sido bautizados -ya que no llevaban ningún documento que lo certificase- y someterse a un breve interrogatorio que recogieron así los periódicos.
-¿Tú no te habrás casado alguna otra vez antes?
-Si me hubiera casado antes y quisiera casarme ahora, me mataban los de la tribu hoy mismo.
-¿Y cómo te vas a casar sin párroco, sin nadie que sepa de ti más que los tuyos?
-Yo soy de los 'vagos' y los 'vagos' pueden casarse donde quieran.
Y aclaraba la prensa que, ciertamente, los que 'vagan' tienen por párroco al obispo del lugar en el que se encuentren.
El 2 de diciembre, día de la boda, miles de bilbaínos fueron desfilando por la Campa de los Ingleses, donde los gitanos habían adornado sus tiendas con pañuelos de seda y ramos de flores y habían acogido a invitados de toda Europa. La presión de la muchedumbre les obligó a formar un círculo con los coches, para delimitar su espacio, y la Policía Armada tuvo que enviar efectivos extra para mantener a raya a los curiosos. El padre Sebastián, asistido por el párroco de San Francisco Javier, Francisco Novales, ofició la ceremonia a mediodía en el interior de una de las caravanas, ante un cuadro de la Macarena y una imagen recién comprada de la Virgen de Lourdes. La novia vestía traje de raso blanco adornado con multitud de monedas de oro: «Le habríamos puesto más, pero nos ha dado un poco de apuro entre tanta gente», explicaron sus familiares al reportero de EL CORREO. También lucía un anillo de 350 gramos y un antiguo medallón francés de diez centímetros de diámetro.
Tras el enlace, empezó la fiesta, que se prolongó cuatro días y costó unas cien mil pesetas a la familia del novio. «Cuatrocientos cincuenta pollos, dos cerdos, varios barriles de cerveza, vino, champán y coñac», enumeraba las provisiones el periodista de EL CORREO. «A mí me largaron de pronto una pata de pollo y un vaso de cerveza. A los demás compañeros también», añadía. Betty desapareció muy pronto de la vista y Codry se afanó en repartir calderos repletos de pollos asados y carne de cerdo. ¿Luna de miel? «No hay -le aclararon al redactor de 'La Gaceta'-. Viviremos las dos tribus juntas tres o cuatro meses y, luego, se irá la del novio con la pareja a Cádiz, para embarcar allá hacia el Canadá».
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