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La prensa tomaba partido, como 'La Gaceta del Norte', que pedía el voto para Chalbaud en tono encendido mientras atacaba a Prieto.
La batalla electoral de 1919

La batalla electoral de 1919

Tiempo de historias ·

Los comicios en los que hace un siglo se eligió al diputado por Bilbao a Cortes se convirtieron en un estallido de violencia en el que se dieron agresiones, peleas a palos y hasta tiroteos multitudinarios en la villa

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Domingo, 26 de mayo 2019, 01:12

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«Ha llegado el día de la lucha», aseguraba 'El Liberal', periódico republicano-socialista. «Se da hoy la batalla», anunciaba el nacionalista 'Euzkadi'. «Aceptemos la batalla como venga»: Indalecio Prieto, el candidato de las izquierdas. «¡Patriotas! ¡Gora Euzkadi! ¡Arriba con nuestros pechos, arriba con nuestros puños, arriba con todo el alma!». Las proclamas electorales sonaban a gritos de guerra.

No eran metáforas, sino llamamientos a la lucha. Fue en las elecciones legislativas del domingo 1 de junio de 1919, año en el que hubo legislativas, provinciales y municipales, como en 2019. Hace un siglo los comicios se planteaban en Bilbao como una batalla. Véase el rumor que publicó 'Euzkadi': que un candidato monárquico había comprado el sábado «cuatro docenas de pistolas con sus correspondientes municiones». Especies de este tipo estuvieron a la orden del día.

Fue un día violentísimo en Bilbao: proliferaron tiroteos, agresiones, algún linchamiento, hubo incluso un atentado, pues seis balas impactaron en el automóvil de Prieto cuando iba por Atxuri. Muchas familias se marcharon, por el miedo. La villa vivió una algarabía permanente, asistió a tumultos, marchas compactas de militantes, suplantación de electores, peleas con garrote y despliegue de agresivas estrategias.

Todos alegaron inocencia. Republicanos, socialistas y nacionalistas coinciden en señalar la mala fe del «enemigo», así llamaban a los adversarios. ¿Fueron todos agredidos, nadie rompió un plato? No tenemos relatos neutrales, pero sin duda todos recurrieron a la violencia e intentaron manipular las elecciones, planteándolas como una batalla.

Seguramente, los distintos relatos contienen algunas exageraciones, para cargar las culpas ajenas. No resulta verosímil que los nacionalistas Sota, presidente de la Diputación, o Chalbaud, candidato, suplantaran electores personalmente, como dijeron. Tampoco resulta creíble que los cientos de obreros que trajeron los socialistas llegaran como unos ángeles demócratas para defender la pureza del sufragio, o que las movilizaciones nacionalistas tuvieran el mismo sentido. Hubo masivas suplantaciones de votos. Obreros socialistas y jóvenes nacionalistas combatieron por las calles. En ambos bandos hubo armas de fuego y unos y otros las usaron.

Quizás tenían razón los nacionalistas al alegar que dispararon por la tarde en Bidebarrieta para defenderse del inminente ataque socialista. O fue por la saña que les atribuyeron los socialistas. Pero no hay duda de que el tiroteo fue masivo. A lo largo del día hubo heridos de ambos lados y en los dos se incautaron armas.

«Dale, dale, dale»

El sentido de algunas actuaciones se nos escapa. ¿Por qué los nacionalistas adoptaron el grito de guerra «Dale, dale, dale», que se lo gritaron primero a mujeres que iban a misa en el Corazón de María? Sobre todo, extrañan las reacciones ante los disparos. Por ejemplo: en pleno tumulto de pronto suena un tiro, sucedió varias veces ese día. No echaban a correr, contra lo que esperaríamos, sino que los demás sacaban sus pistolas o revólveres y se producía la balacera: hasta 500 tiros hubo en un incidente, contabilizó el experto de turno. La estampida se produjo después, tras generalizarse el tiroteo: la peor parte se la llevó Clemente de Axpe, que tenía 89 años y fue pisoteado. El anciano era ajeno a la lucha, en eso coincidieron todos.

Otra cuestión resulta casi incomprensible. Ese día hubo muchos tiroteos, dos multitudinarios. Sobre las once de la mañana, frente a las escuelas de Atxuri: «el griterío aumenta progresivamente. Suena una bofetada, vense los puños en alto. La reyerta se extiende como la pólvora, y aquí y allá, doscientos, quinientos se lían a palos. De pronto suena un disparo y cae un hombre». Después, se generalizan los tiros, el estruendo es fenomenal, hay balas por doquier… Saldo: media docena de heridos, ninguno muy grave. Quizás algunos rehuían el hospital, para evitar problemas con la policía, pero aun así asombra la desproporción entre tanto tiro y su (afortunadamente) escaso impacto. Pasaron el día disparándose y el único herido de consideración fue el anciano que atropellaron. O las armas eran muy deficientes, o los bilbaínos tenían pésima puntería… o, lo más probable, predominaban los tiros al aire. Se trataba de asustar.

Tales comportamientos tienen que ver con la forma que adoptaban las elecciones de la Restauración. Desde 1890 había sufragio universal (masculino), pero se manipulaban. En Vizcaya los grandes empresarios (Chávarri, Martínez Rivas, Gandarias, etc.) recurrieron tempranamente a la compra de votos. Las tornas empezaron a cambiar en el XX. Republicanos y sobre todo socialistas y nacionalistas crearon partidos con capacidad de movilización, lo que dificultaba la compraventa del voto. No llegó la pureza del sufragio: los partidos de masas lucharon por el control electoral. Desde 1918 se enfrentaban en las legislativas republicano-socialistas y nacionalistas, cada uno con amplias bases y ambos grupos recurrían a la presión.

Llamada a la movilización en el diario 'Euzkadi'.
Llamada a la movilización en el diario 'Euzkadi'.

Los medios de identificación de electores eran muy deficientes. No siempre se exigía la cédula, que no llevaba foto. El control de las mesas electorales, a veces coactivo, permitía que unos votaran por otros. En alguna mesa, al mediodía habían «votado» todos los censados: habían pasado «votantes» que habían consumido todo el censo, suplantándolo. A veces el elector se encontraba con que había votado ya. Los partidos litigantes procuraban ocupar las proximidades del colegio electoral, a veces con largas colas para desanimar a los adversarios y colocar «bolilleros» (impostores). Todos decían luchar por la pureza del sufragio pero lo manipulaban en lo posible. En su descargo, estaban las dificultades de una victoria electoral sin tales triquiñuelas, incluso si tenían la adhesión del electorado. La búsqueda del control de la calle justificaba la exhibición de armas o de garrotes. Además, en estos ambientes se sentían en su elemento los menos escrupulosos, que los habría siempre en todos los partidos.

El resultado combinaba la voluntad de los electores, la presión de los partidos, las compras de votos, los favores administrativos y la manipulación del censo, a veces con votantes inexistentes o fallecidos, que 'votaban' en favor del manipulador.

Planes de batalla

Las elecciones se planificaban como una batalla que exigía movilización de gente, organización y disciplina. Antes de las siete los partidos desplegaban agentes, apoderados y simpatizantes. También tenían sus 'bolillas', dispuestos a votar por otro; a veces se equivocaban en el nombre, lo que provocaba hilaridad, no escándalo: uno no sabía si en aquella mesa se llamaba Cordero o Carnero; otro dio el nombre del tendero de la esquina: su salida, ingeniosa –«¿no puede haber dos?»- se acogió con carcajadas. Nadie se engañaba sobre lo que pasaba.

Los barrios altos eran la zona obrera. Allí comenzó la movilización al alba. Corría el rumor de que «los jelkides» iban a marchar sobre el barrio. Para evitarlo, los socialistas trajeron a los mineros y obreros de la margen izquierda. Su desfile, con vivas a Prieto «y a los descamisados», en formación cerrada de varios cientos, provocó la huida de alguna vecina, temerosa de los enfrentamientos. No los hubo, los nacionalistas no intentaron entrar en la zona –sólo a media mañana tuvieron algún grupo en San Francisco-. Dijeron que el rumor había sido una estratagema para que los socialistas llamasen a los obreros de la margen izquierda, esta quedase desguarnecida y los nacionalistas pudiesen «trabajar» Baracaldo con tranquilidad. Fuese cierto o no, la mera posibilidad de esta táctica define el cariz belicista de los procedimientos electorales.

A lo largo de la mañana hubo tensiones en Urazurrutia. El principal feudo nacionalista estaba en los distritos de Santiago y de Atxuri. Allí se produjeron graves incidentes al mediodía, sofocados con la intervención de las fuerzas de orden, guardia civil a caballo. En Barrencalle se sucedieron los incidentes cuando a primera hora de la tarde los socialistas comenzaron a celebrar la inminente victoria de Prieto. Un nacionalista gritó «Gora Euzkadi!»: le lanzaron un tiesto, sonaron decenas de tiros…

Hubo mesas tranquilas en la Gran Vía, pero donde no estaba clara la hegemonía se sucedían las peleas, como en Autonomía o la Casilla. Lo peor fue el tiroteo que se produjo a media tarde cuando hubo un conato de asalto a Juventud Vasca –la sede estaba en la esquina Bidebarrieta/calle del Perro-, con disparos que salían de todos los lados y respuesta nacionalista.

Al caer la noche las izquierdas celebraban el triunfo de Prieto. Al parecer, los obreros que volvían en tren a las minas disparaban tiros victoriosos por las ventanas.

No cualquier tiempo pasado fue mejor.

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