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Uno de los cables con el que el 'Virulent' es remolcado se rompe antes de llegar a Pasaia. Aygües
Los arrantzales que salieron a por merluza y pescaron un submarino

Los arrantzales que salieron a por merluza y pescaron un submarino

Tiempo de historias ·

El 4 de enero de 1959 las tripulaciones del 'María del Coro' y del 'María Jesús' se toparon con una pieza inesperada a 95 millas de la costa: un sumergible de guerra abandonado que decidieron remolcar para obtener una recompensa

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Jueves, 23 de enero 2020

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Los periodistas lo tuvieron fácil, porque la evocadora imagen les vino dada en bandeja: el submarino fantasma. Así se refirieron prácticamente todos los reporteros en sus crónicas a la extraordinaria captura obtenida por los pesqueros de Pasaia 'María Jesús' y 'María del Coro' el domingo 4 de enero de 1959, que «se encontraron en plena mar una pieza hasta ahora desconocida en los anales de nuestras costas: un submarino abandonado, sin un solo tripulante y a la deriva», como escribió Olmo, enviado especial al puerto guipuzcoano para cubrir la arribada de aquella peculiar 'pesca'.

Entonces en 'La Gaceta del Norte', el autor de Don Celes fue uno de los numerosos periodistas de toda España que cubrió el acontecimiento y fue el que elaboró el relato más detallado del hallazgo. Los dos pesqueros, «propiedad de Iriberri SA», habían zarpado «de Pasajes el día 3 de enero a las seis de la tarde para dirigirse a la zona francesa a la pesca de merluza». Avistaron el sumergible al día siguiente, a las once de la mañana y «a unas 95 millas de la costa». A pesar de que las autoridades intentaron que los pescadores no hablaran con la prensa, Olmo logró entrevistar al patrón del 'María Jesús', Evaristo Agote, y al del 'María del Coro', Andrés Fajardo, que le relataron su aventura.

Como explicó Agote, no era la primera vez que los arrantzales se cruzaban con un sumergible, pero este les llamó la atención: «Cuando nos fuimos acercando comenzamos a notar algo raro». El navío «no maniobraba normalmente y pensamos en alguna avería. Pero ya después, al ver que no cerraba su camino para evitar el encuentro con nosotros, aunque nos costaba creerlo, nos convencimos de que estaba abandonado».

Los patrones decidieron 'pescarlo' y llevarlo a puerto. La maniobra fue «difícil y peligrosa», según Agote. Desde un bote, abordaron el submarino Fajardo, de 27 años, y dos de sus marineros. «Al llegar a él, el patrón se lanzó al agua y, trepando por la cadena que colgaba de proa, consiguió encaramarse». No fue nada fácil: Fajardo explicó que «el sumergible se bamboleaba con unos movimientos tremendos. Ya antes de subir estuve temiendo que en uno de ellos se me cayera encima». Se tiraron dos cables de arrastre desde los dos pesqueros que los pescadores consiguieron afianzar «después de varias horas de tarea». Pero uno de los cabos, el del 'María del Coro', se rompió cuando empezaron a remolcar el buque de guerra, hacia las nueve de la noche. «Entonces se estropeó toda la operación y no nos quedó otro recurso que aguantar toda la noche al son de mar y viento en torno al sumergible», narraba Agote. Para entonces los arrantzales ya habían descubierto que el submarino se había perdido cuando estaba siendo remolcado: «Llevaba a proa aún un trozo de la cadena de amarre».

El remolque se reanudó a la mañana siguiente. «Volvimos a arriar el bote –que por cierto, está hecho polvo después de los trastazos que ha llevado el pobre– y de nuevo cuatro voluntarios, tres del otro barco y uno del nuestro, se lanzaron hasta el submarino», contó el patrón del 'María Jesús'. Esta vez, y durante el viaje de regreso, tres arrantzales permanecieron en la vela –la torreta– del submarino. Allí aguantaron hasta el día 7, con «ropa de abrigo, comida, vino y calefacción a base de coñac». También a base de fútbol: se llevaron una pequeña radio para estar al tanto de los resultados de los partidos: «Quien más quien menos todos llevamos quinielas en el bolsillo y hay que saber si somos millonarios o seguimos dependiendo de las redes».

De hecho, los pescadores esperaban obtener una buena recompensa por su peculiar hallazgo. Creían que se les iba a premiar de algún modo o que incluso podrían vender el sumergible, aunque tenían sus dudas sobre sus derechos sobre el barco: «Yo no sé cómo harán eso, pero...», comentaba Agote.

Alertado, el armador puso sobre aviso a las autoridades marinas. Se envió un tercer pesquero de refuerzo, el 'Larra', y después llegó el guardacostas 'V-18'. Este barco «nos escoltó hasta el puerto, en cuya boca el 'Monte Altube'», un mercante, «intervino sin darse cuenta y estuvo a punto de hacernos polvo el remolque». Según el corresponsal de 'El Correo', Enrique Cimas, la entrada en Pasaia del 'Y-15' –era una de las identificaciones que lucía el submarino– fue apoteósica. «Se congregó una verdadera multitud en la bocana del puerto de Pasajes y en sus rocas y picos circundantes. Parecía un día de romería en pleno enero». Se tardó «cerca de cuatro horas en inmovilizar al buque junto a los muelles del puerto pasaitarra». Los tres arrantzales –Antonio Loureiro, Manuel González y Arturo Rey– seguían en la torreta del sumergible «soñando aventuras épicas, venían completamente helados».

En tierra esperaban «autoridades de Marina, periodistas, fotógrafos de prensa, corresponsales e informadores que no perdían detalle». También estaba el cónsul británico en San Sebastián, Ignacio Leclerq, «con la misión especial de comprobar la nacionalidad del submarino, del que en principio, se aseguró era inglés». Y lo era. A pesar de que hubo sus dudas y de que incluso apareció de la nada un sospechoso propietario estadounidense dando gracias por telegrama a los «heroicos pescadores» por haber recuperado 'su' submarino. Las dudas se debían a que en el casco figuraba otra identificación, 'Argonaftis', escrita en caracteres helénicos.

Misterio resuelto

Las autoridades militares desvelaron el misterio con rapidez. Era un sumergible británico que había sido cedido a la Marina griega y que, en el momento de su desaparición, estaba siendo devuelto al Reino Unido. Era el 'HMS Virulent' (P 95), un submarino costero de la clase 'V' construido en 1943 por los astilleros Vickers Armstrong (Newcastle-on-Tyne, Inglaterra) y botado en 1944. Medía 62 metros de eslora y 4,8 de manga, podía alcanzar una velocidad en superficie de 12.5 nudos y de 9 en inmersión (hasta una cota de 91 metros). La tripulación estaba compuesta por 33 oficiales y marineros. Sirvió solo dos años en la Royal Navy para ser cedido después a la armada griega, en la que navegó con el nombre de 'Argonaftis' desde 1946 hasta 1958. El barco se perdió cuando la cadena con la que era remolcado se rompió durante una tempestad, el 15 de diciembre de 1958.

Aunque según el corresponsal de 'El Correo' su aspecto exterior era imponente «y de línea muy bella», por dentro estaba destrozado, como pudo comprobar el capitán de fragata Francisco Núñez de Olañeta, natural de Hondarribia, encargado de inspeccionar el navío cuando ya estaba abarloado al destructor 'Hernán Cortés'.

No quedó muy claro si los arrantzales obtuvieron alguna recompensa por su pesca. Aunque el Almirantazgo cursó una reclamación formal, el Gobierno británico tampoco hizo demasiados esfuerzos por recuperar el barco. Languideció en los muelles de Pasaia hasta que, según cuenta Iñaki Egaña en 'Mil nuevas noticias insólitas del país de los vascos', «fue subastado, con un precio de salida de 60.000.000 pesetas. Nadie se presentó a la subasta. Finalmente, una empresa donostiarra lo compró por 2.265.000 pesetas para desguace». Acabó convertido en chatarra en 1961.

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