Apaches en Bilbao
Tiempo de historias ·
Hace cien años, la villa vivió una oleada de lo que la prensa denominó «apachismo»: una robos con violencia que provocaron miedo y preocupación entre sus habitantesHace un siglo Barcelona era un polvorín. Al creciente malestar de la clase trabajadora se había unido la amenaza patronal de un 'lock out'. La situación se antojaba insostenible. A punto de estallar. Sin embargo, en Bilbao, ciudad bien informada de lo que sucedía en Cataluña, interesaban más otros asuntos. «Fue la comidilla del día –señaló 'El Liberal' el 3 de noviembre de 1919-. Ayer no se habló de otra cosa que del escandaloso suceso de Achuri en el que desempeñó el papel de víctima el relojero don Eduardo Perraut». Se entendía la preocupación. De todos era sabido que, de un tiempo a esa parte, la inseguridad de los bilbaínos se había convertido en cuestión delicada y el caso del relojero en particular ilustraba a la perfección la inquietud del vecindario. Se decía que Bilbao estaba a merced de los «apaches». Incluso se hablaba de un «apachismo» descontrolado. ¿A qué o a quiénes se referían? Los llamados apaches no eran más que atracadores violentos, muchas veces súbditos extranjeros, que aprovechaban la mínima para perpetrar sus delitos en los que además de desplumar a sus víctimas, no dudaban en utilizar la fuerza.
El hecho que entonces estuvo en boca de todos, sucedido el 1 de noviembre de hace cien años y ocupó una parte destacada en los principales diarios de la Villa. La templanza de los individuos, la preparación del delito y la violencia con la que obraron ofrecieron a los lectores suficientes argumentos para que, durante unos días, en Bilbao no se hablara de otra cosa. Tal y como se informó entonces, el bueno de don Eduardo Perraut regentaba una relojería en el barrio de Atxuri. El día primero de noviembre recibió la visita de un hombre bien vestido y con acento extranjero –se dijo que era francés-, que quedó con la víctima para la tarde de ese día con el fin de entregarle unos relojes para su arreglo. Pero lo que iba a ser una simple visita de trabajo se convirtió en una pesadilla. La tarde de autos, además del francés acudió otro hombre con aspecto un tanto amenazador y lo que iba a ser un asunto de relojes, calibres y piezas, se transformó en un infierno para Eduardo.
Primero le echaron pimienta en los ojos, después «le taparon la boca con un pañuelo muy ordinario parecido al que usan los aldeanos vascos» y, por si todo eso fuera poco, le colocaron un cuchillo en el cuello. Ni que decir tiene que les dio todo lo que le pidieron. El dinero y las pocas joyas que tenía. Y para mayor desgracia, le pusieron un saco en la cabeza y lo tiraron en la trastienda. Cuando más tarde lo encontraron, el infeliz relojero estaba hecho un manojo de nervios.
La noticia del asalto corrió como la pólvora por toda la villa. A la indignación generalizada se unió la exigencia a las autoridades. Había que dar caza a los apaches. Tanto impresionó el hecho que en la búsqueda de los dos delincuentes se llegaron a implicar gentes normales y corrientes. Entre ellos destacó un joven conocido por el apodo de 'Hucha', una especie de Sherlock Holmes bilbaíno con hábiles dotes detectivescas. Sin embargo, a pesar del despliegue de la policía y de los detectives aficionados, los dos pájaros habían volado. Se dijo que habían comido en un local de San Francisco y que luego habían tomado el tranvía de Durango con la intención de llegar a San Sebastián. Otros testimonios los situaron en Portugalete. De allí, se dijo, se habían dirigido a Balmaseda para después coger el tren de la Robla. Sea como fuere, la pista de los dos individuos cada vez era más débil. Como tristemente señaló la propia víctima, cogerles iba a ser imposible.
La danza macabra
El de Atxuri no fue el único asalto con violencia de aquellos días. Tan sólo una semana después, un fogonero del vapor 'Uribitarte' fue interceptado por dos individuos extranjeros, dos apaches según la prensa, que tras interpelarle en su idioma le sujetaron y le robaron todo lo que tenía. No contentos con eso, «una vez cometida esta infamia, lo arrojaron al suelo y allí sobre su cuerpo, bailaron la danza macabra». Por fortuna, en esta ocasión y gracias a los gritos de la víctima, los asaltantes pudieron ser detenidos. Menos suerte tuvo Rogelio Martínez, natural de Almería, que en la madrugada del 8 de noviembre fue asaltado por dos individuos extranjeros, otros dos apaches. Tras amenazarle le robaron toda la documentación y los 80 duros que acababa de cobrar y con los que tenía pensado volver a su pueblo para alistarse en el ejército. Aunque lo peor fue la paliza que le dieron después.
Desgraciadamente, hechos como los narrados o similares no eran pocos. A los asaltos violentos se unían las estafas, los hurtos y los robos en viviendas. Hasta los ricos sufrieron estos desmanes. Con todo ello, la opinión pública se manifestaba preocupada o, al menos, eso era lo que trasmitía la prensa que se preguntaba por la labor de los servicios de seguridad. ¿Cómo podían permitir que ese tipo de individuos, muchos de ellos fichados, anduvieran libremente por las calles de Bilbao?
No obstante, a pesar del incremento de los asaltos y robos con violencia, la prensa en general mantenía una actitud positiva ante la Policía. Confiaban en la detención de los delincuentes aunque, para muchos ciudadanos, entre los que se encontraba el damnificado relojero de Atxuri, aquello no eran más que deseos pues, a decir verdad, casi nunca se atrapaba a los malos. Sí pudo saberse, en cambio, la identidad de uno de los apaches del atraco de Atxuri. Se trataba del súbdito francés llamado Raul Lemonier. No era un desconocido. Había estado en la cárcel de Larrinaga y no precisamente por delitos de poca monta. Con todo esto no era de extrañar que en el Bilbao de hace un siglo se anduviera con mucha preocupación y con mucho cuidado.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión