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MIRARI ARTIME
Sábado, 12 de noviembre 2022
Veintidós días después de que el 'Prestige' se partiera en dos, la marea negra había recorrido ya más de mil kilómetros y campaba a sus anchas por el Golfo de Bizkaia. Aunque al principio nadie quería creer que el crudo que aquel viejo barco llevaba en sus entrañas fuese a llegar al País Vasco, a principios de diciembre de 2002 las primeras galletas de chapapote alcanzaron las playas de Aizkorri, en Getxo, La Salvaje y Atxabiribil (Sopela), La Arena (Muskiz y Zierbena) y Bakio. La contaminación marina más importante que ha sufrido la costa cantábrica se convirtió en una urgente realidad.
El gabinete de crisis creado con presencia de siete departamentos del Gobierno vasco, las diputaciones de Bizkaia y Gipuzkoa y el Ayuntamiento de Donostia, con el asesoramiento científico del centro tecnológico Azti-Tecnalia activó una operación sin precedentes: se movilizaron todos los recursos de tierra, mar y aire, a más de tres mil voluntarios y a la flota pesquera en su totalidad. Desde Hondarribia hasta Santurtzi, un ejército de mil pescadores.
Tierra adentro se procedió a proteger los espacios de gran valor ecológico. Se colocaron barreras flotantes en la Reserva de la Biosfera de Urdaibai y Txingudi, así como en las rías Barbadun, Plentzia, Lea y Artibai, Deba, Zumaia y Orio. En la mar, la primera batalla de la titánica lucha para frenar al viscoso y tóxico galipote se libró frente al Cabo Peñas.
En diversos vuelos de rastreo del 112 del Principado de Asturias, los científicos observaron cómo numerosas manchas de 15 a 20 metros de diámetro flotaban a merced de la corriente y el viento. Técnicos de Azti lanzaron desde el aire dos boyas de deriva para su seguimiento. La información resultó fundamental. Una gran marea negra a cien millas al noroeste de la costa se aproximaba a Euskadi y su ruta era un asunto capital para garantizar la eficacia de una operación sin precedentes.
El 7 de diciembre como flota de avanzadilla partieron 28 pesqueros vascos y cántabros. El 'Oskarbi' de Bermeo estaba entre ellos. «Al ver la extensión que alcanzaba nos temimos lo peor», recuerdan desde la tripulación. «Advertimos de que si todo aquello venía a nuestras costas, estábamos perdidos». Los augurios más pesimistas se cumplieron.
Apenas quince días después, la mayor concentración de manchas de fuel que amenazaba Galicia, tan grande como la isla de Menorca, avanzaba hacia el País Vasco y las primeras muestras entre Muskiz y el Cabo Matxitxako eran más que visibles. Todos coincidían en que había que actuar y otras 150 embarcaciones partieron desde el muelle bermeano rumbo a la costera más oscura de sus vidas.
El ondarrés Eusebio Arantzamendi es en la actualidad el presidente de la Federación de Cofradías de Bizkaia. Fue uno de los pescadores que no dudó en ensuciarse. Participó directamente en la recogida del chapapote que se desarrolló sobre todo entre enero y febrero de 2003. Aún mantiene fresco en su memoria lo que vieron sus ojos. «Una barbaridad. Peces y aves muertas en la superficie del mar y un fuertísimo olor a fuel. Se te caía el alma a los pies», señala.
A bordo del 'Lau anaiak', un barco de madera de bajura, recuerda que partieron contra viento y marea. «Estábamos en paro tras terminar la temporada», explica. «Nos avisaron desde la Consejería que se acercaba lo peor. Un temporal azotaba la costa, daba miedo zarpar, pero nos insistieron en que era necesario partir, que la situación era muy grave». «Salimos a por él y trabajamos muchísimo, sin parar ni para descansar. No había tiempo que perder», dice con contundencia. «Teníamos que responder, había mucho en juego, nuestro sustento y el de toda la costa».
La recogida no resultó fácil. «Costaba mucho romperlo, pero después de distintas pruebas y métodos de succión, de redes, nos equiparon con horcas para fragmentarlo en la mar y recogerlo con salabardos especiales, kilo a kilo, para depositarlos en los contenedores, cuatro a cada costado del pesquero», detalla. «En cada salida retirábamos unos 14.000 kilos», indica. «Parecía que no acababa nunca».
Algunos optaron por llevar los viveros cargados de agua para sumergir el barco un poco más y acercarse al chapapote que impregnaba el pesquero por todos los costados. «Al principio, comenzamos sin mascarillas, pero el fuerte olor y los gases que desprendía resultaban imposibles de soportar», relata Arantzamendi. «Luego nos facilitaron buenos buzos, guantes y máscaras con filtros de carbono».
De vuelta, descargaban en una planta de tratamiento de fuel en Zierbena, que después de ser procesado pudo reutilizarse en la refinería de Petronor. «Y había que limpiar el barco», indica el cofrade mayor de los pescadores vizcaínos. Después, para facilitar la tarea también se instalaron más depósitos de recogida en el resto de los muelles vascos.
Según datos de un estudio posterior –de 2009– elaborado por Azti, los barcos vascos recogieron 21.100 toneladas de fuel emulsionado, lo que supuso el 76% de todo lo retirado en el Golfo de Vizcaya y el 60% del que pudo recuperarse en el mar. Se superó incluso en eficacia a los buques europeos anticontaminación presentes en las costas gallegas y el Golfo de Bizkaia (la cantidad que estos quitaron representó el 37% del total recogido en el mar). El petrolero monocasco liberiano dejó escapar 63.000 toneladas de fuel pesado y tóxico.
Los arrantzales cogían una media de 600 toneladas diarias y otras 55 en la costa. Las embarcaciones de recreo también colaboraron y limpiaron otras 40. Informes técnicos elaborados con posterioridad sostienen que el impacto en el litoral de Euskadi hubiese sido parecido al que sufrió el gallego de no haberse 'pescado' el crudo. «Fuimos muchos. Apenas recorríamos unas millas y ya dábamos con él. Estuvimos bien coordinados por radio hacia las zonas que presentaban una mayor contaminación. Y nos pagaron muy bien», sostiene Arantzamendi.
Por cada kilo de chapapote, cobraban cinco pesetas. «No salimos por el dinero, sino porque estaba en juego el futuro de nuestra costa, nuestro sustento. Porque conocemos el medio, porque podíamos llegar con facilidad y porque veíamos que el desastre ecológico iba a ser mayúsculo si no actuábamos», recalcan desde la federación de cofradías. Según fuentes del Ejecutivo autónomo, se calcula que la factura económica del 'Prestige' costó a los contribuyentes vascos 50 millones de euros que posteriormente fueron devueltos vía Cupo. Las indemnizaciones del Estado llegaron a finales de 2004, dos años más tarde que al resto, tras muchas críticas por no estar de acuerdo con la cuantía de las compensaciones.
Aunque el esfuerzo de los pescadores resultó una de las mejores herramientas para frenar la contaminación producida por el accidente del buque petrolero, desde Azti reconocen que debido a las limitaciones del estado de la mar y el azar en la localización de las manchas, el rendimiento del operativo desplegado en algunos momentos de la crisis resultó variable.
De hecho, favorecido por los vientos del norte a finales de febrero abundantes arribadas de chapapote tiñeron de negro todas las playas, calas, rocas y acantilados de Bizkaia en mayor medida y algo menos en Gipuzkoa. El fuel impactó de lleno en entornos tan icónicos como La Concha, San Juan de Gaztelugatxe y Urdaibai.
Con la primavera llegó la calma, aunque en verano se registraron importantes repuntes que obligaron a cerrar esporádicamente los arenales en plena temporada de baños. El chapapote se convirtió de nuevo en el protagonista y la pesadilla de los servicios de limpieza. En septiembre, el Gobierno vasco también prohibió la recolección de algas por estar impregnadas.
Para los arrantzales, la catástrofe tuvo una incidencia directa en una de sus pesquerías más importantes, la de la anchoa. En sus primeras incursiones después del desastre, no encontraron ni rastro de la emblemática especie hasta las 200 millas. Cerca de 80 pesqueros vascos y gallegos se concentraron en la bahía de La Concha en señal de protesta. Lucieron pancartas con mensajes como 'Prestige=muerte' y 'Hemos recogido 21.000 toneladas de chapapote ¿Y ahora qué?'.
En julio de 2005, la Comisión Europea prohibió la pesca del bocarte en el Golfo de Vizcaya por la crítica situación de su población. «Estuvimos cinco costeras de veda sin poder salir a por anchoa y ¿quién nos asegura que el 'Prestige' no tuvo nada que ver?», cuestiona el presidente de las cofradías vizcaínas quien recalca que las pérdidas económicas y ecológicas fueron incalculables.
Veinte años después, las técnicas y métodos desarrollados entonces y mejoradas son las que se utilizan para hacer frente y minimizar el impacto de otro gran problema de los mares: la basura y los plásticos.
3.000 voluntarios y la flota pesquera en su totalidad se movilizaron desde Hondarribia hasta Santurtzi para hacer frente a la marea negra que amenazaba la franja litoral.
50 millones de euros costó a los contribuyentes vascos la retirada del chapapote, cantidad que después sería devuelta vía Cupo. Las indemnizaciones no llegarían hasta dos años más tarde.
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