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Así envejece tu cuerpo, década a década

Así envejece tu cuerpo, década a década

Tras la plenitud que alcanzamos a los veintitantos, se inicia un deterioro al principio imperceptible. No es un proceso lineal, hay saltos en algunas edades, ¿en cuáles?

Lunes, 6 de febrero 2023, 16:57

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Envejecemos, sí, y lo hacemos sin remedio. Esta reflexión nos suele caer a plomo en torno a la mediana edad –entre los cuarenta y muchos y los cincuenta y pocos–, cuando apreciamos los primeros signos de deterioro, quizá imperceptibles para la gente que nos rodea, pero evidentes para nosotros. Suelen ser una sorpresa y casi nadie la recibe con alborozo (quizá con serenidad, pero cero alegría). El caso es que no solemos esperar este tipo de cambios, no los vemos venir y de repente... ¡ahí están! Una arruga en la cara en la que no habíamos reparado, un cambio en nuestra silueta cuando llega el verano y nos ponemos la ropa de playa –esto no estaba así el año pasado, ¿no?–, un difuso dolor de huesos por la mañana, un cansacio hasta ese momento desconocido el día después de realizar una actividad física... ¿A quién no le suena?

Lo curioso es que este momento de la verdad es solo una cuestión de percepción, porque nuestro cuerpo ha empezado a envejecer mucho antes (aunque con cierta benevolencia no nos lo ha hecho ver en los primeros compases). María Barado Piqueras, coordinadora del grado de Nutrición de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), explica que las primeras células en 'estropearse' visiblemente son las de la piel. El colágeno (que interviene en la aparición de arrugas) y la elastina (que tiene que ver con el sostén de los tejidos) se degradan... Esto, por fuera. Pero a nivel interno también pasan cosas: «¡Todo se ralentiza con los años!», sentencia. Los riñones, el hígado y otros órganos que ayudan a eliminar desechos del organismo se hacen menos eficaces «y, entonces, empezamos a acumular más toxinas y a tener más problemas». Es decir, nuestra maquinaria empieza a tener menor capacidad de autoarreglo.

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El hombre envejece externamente más tarde que la mujer, pero lo hace de forma más abrupta. La Universidad de Stanford (California) ha revelado en un estudio cómo evoluciona el deterioro de nuestro cuerpo. Para ello han examinado casi 3.000 proteínas -presentes en el plasma- de más de 4.000 individuos de entre 18 y 95 años, que sufren cambios drásticos -para arriba o para abajo- en algunos momentos de la vida. La conclusión es que hay tres puntos de inflexión: los 34 años, los 60 y los 78 (vejez). Según otro estudio de la firma británica de servicios médicos Bebebden Health realizado en Reino Unido, la edad madura comienza a los 53 años. Esto supone que, psicológicamente hemos retrasado nuestra entrada en la madurez, ya que hasta hace pocos años se estimaba que la frontera estaba en los 40. Y a los 58 ya eras una persona mayor.

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A partir de esta edad se inicia, poco a poco, una merma. Pero como los órganos funcionan más allá de las necesidades, no notamos diferencia.

Las hormonas están a tope: las mujeres son superfértiles (con un 40% de posibilidades de embarazarse en un ciclo) y el deseo sexual está 'on fire' en ambos sexos.

La masa muscular se encuentra en niveles óptimos.

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«Me encuentro en buena forma, aunque ni de lejos hago todo el deporte que me gustaría ni me alimento de la mejor manera…Pese a todo, aún no noto mucho eso del paso de los años, salvo por algún asomo de arrugas de la felicidad en la cara, que son de expresión más que de otra cosa. Noto que el cuerpo me responde bien: puedo salir, hacer deporte, trabajar un montón de días seguidos... y, por mucho que me canse, con unas horitas de sueño me despierto como nueva y con buena cara (algo que a mi madre le llama la atención). Estoy, supongo, en un momento dulce: ya no tengo acné, me noto con energía para todo y no me duele nada».

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Si hemos abusado del sol, de los 30 a los 35 ya tenemos la piel 'tocada' y parecemos más mayores de lo que somos.

Hay una ligera bajada de la libido y de la musculación en los hombres. Sin embargo, las mujeres están en plenitud sexual y empiezan a acumular grasa en las cartucheras.

Empezamos a andar menos erguidos. Y tras las locuras de juventud, el control cognitivo de nuestro cerebro es mucho más férreo.

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«¡Ostras, que me duelen cosas a veces! Es la primera vez que noto que, sin estar enfermo (catarros, etc), tengo molestias. Me pasa sólo cuando voy al gym y me excedo o cuando juego un partido de fútbol con los colegas: ¡si me caigo me hago más daño y hay más posibilidades de que al día siguiente haya alguna zona del cuerpo resentida! Y lo que más me agobia: noto que cada vez tengo más entradas y me da que no voy a llegar a los 40 con toda la melena (ya estoy mirando por ahí lo de los implantes de pelo jeje...)».

En rigor, tal y como apunta José Luis Cabezas, profesor de Psicología del Desarrollo, «envejecemos desde que nacemos, pero si asimilamos envejecimiento a deterioro, podemos decir que década a década hay cambios en este sentido después de que entre los 20 y los 28 años estemos en la cresta de la ola». A partir de este punto álgido vamos a ir perdiendo habilidades y funciones de modo paulatino, con un salto fuerte «al llegar a los 75, cuando las personas suelen sufrir cambios acusados». Por supuesto que influye la genética (hasta un 30% de la responsabilidad en el proceso de envejecimiento) y factores externos (un 30%), como mantener hábitos saludables, pero, pasada esta barrera y adentrándonos en los 80, 90... «son muy excepcionales los casos de personas que están muy bien físicamente». No es un panorama que invite a la euforia... «¡Pero también hay cosas que mejoran con la edad!», añade Cabezas. ¿En serio? «Sí, a nivel psicológico (salvo en caso de enfermedad), ganamos riqueza en el vocabulario y en sabiduría, que está formada por tres pilares: inteligencia, creatividad y experiencia», asegura. «Y otra cosa buena: los mayores tienen un mejor análisis de la realidad, porque están más conectados con ella». Esto quiere decir que aprendemos en las décadas finales eso tan importante de dar relevancia a lo que realmente la tiene

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En el cerebro, el hipocampo (la zona de 'almacenamiento') ya había empezado a encoger, así que tendremos algún despiste 'de la edad'.

El cristalino del ojo se hace menos flexible y tenemos problemas para ver de cerca. Las arrugas aparecen de forma ya clara.

El metabolismo se ralentiza. El cuerpo empieza a consumir unas 15 calorías menos al día por cada año y adelgazar empieza acostarnos más esfuerzo. La grasa va a la tripa.

La capacidad reproductiva del hombre desciende un 60%. La función de los riñones decae y perderá un 10% en cada década siguiente.

El diámetro de las pantorrillas se reduce. A los 45 años empiezan los cambios hormonales y hay una regresión de todos los tejidos: peores digestiones, menos resistencia al alcohol, menor deseo sexual y menor resistencia física.

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«¿Si a mi edad he notado el paso de los años? Pues sí. Por primera vez en mi vida. Nunca antes había tenido la sensación de que mi cuerpo y mi vitalidad iban a menos. Y pasados los 40 he percibido cierto bajón. No mucho, pero está ahí. Termino la semana más cansada, me cuesta recuperarme de los excesos... ¡y he empezado a usar gafas para ver de cerca porque de repente soy incapaz de leer sin ellas! Veo que cada vez necesito cuidarme más para estar bien: si duermo poco, lo noto, si bebo alcohol... lo noto (¡durante días!), si me exceso con la comida tengo digestiones pesadas. ¿Y mi aspecto? Mmm... la gente dice que me conservo bien, pero cada vez busco más ese 'efecto buena cara' que prometen los cosméticos, porque noto que mi piel ha perdido algo de frescura (los demás quizá no lo perciban, pero yo sí)».

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Empiezan los problemas para distinguir los sonidos agudos, y sufrimos acúfenos (pitidos). A nivel cerebral, la parte emocional cobra mucha fuerza y nos entran las 'urgencias'.

Aumentamos de peso y la sequedad de la piel y las mucosas son ya evidentes.

El deseo sexual decae. Las mujeres suelen tener la menopausia y esto se traduce en que el útero y la vagina se reducen, lo mismo que los pechos (aunque a un 10% se le dispara el tamaño). A los hombres, les aumenta el tamaño de la próstata.

Perdemos agua. A partir de los 57 años, la proporción corporal de líquido se reduce un 10%. En los varones se queda en un 50% y en las mujeres en un 45%.

Entre los 40 y los 45 empezamos a perder estatura. En unas décadas, esta 'mengua' puede llegar a ser de 3 centímetros en los hombres y de 5 en las mujeres

... y la curvatura de la espalda empieza su carrera imparable. Perdemos un centímetro por década a partir de los 50.

La causa es que la pérdida de agua afecta a los discos intervertebrales, que se aplanan, y las vértebras quedan más juntas.

Hay una pérdida de la masa ósea del 30% en las mujeres y de más del 17% en los hombres.

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«Tengo una desconexión entre mente y cuerpo que cada vez resulta más evidente: en mi cerebro, sigo pensando que ando por los 35, pero en realidad tengo ya 52 y mi cuerpo se empeña en recordármelo de vez en cuando. Me ayuda en el autoengaño el hecho de conservar una buena mata de pelo, que parece una tontería pero a lo mejor no lo es tanto: en las reuniones de compañeros de EGB veo un montón de cráneos que me parecen más viejos que el mío. Pero, como decía, después el cuerpo me traiciona: cada vez me crujen más cosas al levantarme, cada vez me cuesta más empezar a andar con ligereza cuando me incorporo desde la cama o el sofá, cada vez me cuesta más subir escaleras, cada vez tengo más episodios de lumbago... La barriga crece inexorablemente, los análisis de sangre acumulan más y más equis y, en fin, hay partes del cuerpo que ya no tienen la turgencia imponente de la adolescencia. Y lo de la vista fue una catástrofe: en solo unos meses, allá por los 50, pasé de leer sin problema los prospectos de medicina, de esos que imprimen pequeñitos adrede para hacernos sentir más viejos, a distinguir mal las letras del móvil. Pero... ¿cambiaría la mata de pelo por una vista de lince? A lo mejor no».

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La nariz y las orejas se 'alargan', la cara se ensancha, pero la boca se reduce porque los labios pierden volumen. La grasa de debajo de la piel se hace más fina. Perdemos fuerza muscular, flexibilidad y velocidad en la marcha.

El diámetro de los brazos empieza a reducirse en el caso de los hombres. Necesitamos tres veces más luz que a los 20. A los 65 las mujeres empiezan a bajar algo de peso, los hombres, a finales de esta década.

La pérdida de masa muscular y ósea sigue su carrera. La grasa tiende a acumularse en torno a los órganos (grasa visceral). La prevalencia de la artrosis es del 30 %, cifra que aumenta al 80 % en personas mayores de 65 años.

El 60% tienen hipertensión y el 20% sufre bajadas cuando se levanta deprisa. Disminuye la frecuencia cardiaca. El sistema inmunitario se ralentiza y algunas infecciones pueden complicarse.

El hígado reduce su tamaño y disminuye el número de células. Las enzimas que ayudan al organismo a procesar fármacos o alcohol no son ya tan eficaces, por eso sus efectos duran más.

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«¡Me encuentro muy bien! De hecho, me veo mejor que muchos de mi edad. De mi grupo de amigos (creo que todos hemos pegado bajón de un tiempo a esta parte) hay un 80% que están peor que yo y dos o tres que son sobrehumanos, unos máquinas, así que no me quejo de cómo estoy yo. Desde que hace cinco años me dio un infarto, me cuido más (dejé de fumar, por ejemplo), aunque quizá no todo lo que debiera. Aun así, ahora mismo acabo de hacer mis 40 minutitos de bici diarios. Igual ya no soy capaz de jugar al fútbol como antes, pero hago otras cosas. Eso sí, duermo mucho peor que antes. Me despierto tres o cuatro veces todas las noches… lo sobrellevo con paciencia y con ayuda de una pequeña siesta de 10 minutos después de comer. Creo que la actitud me ayuda a estar bien y el hecho de que cuando mis amigos hablan de cosas que en unos años no van a poder hacer… Uff, yo ahí ni entro, ni me gusta estar con gente que se hace la vieja… ¡que la vejez 'contamina'!»

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El porcentaje de grasa corporal suele duplicarse en comparación con el de la adolescencia. Este aumento incrementa también el riesgo de padecer problemas como la diabetes. Hay personas que en esta década han perdido ya un 30% de su función renal.

Se acelera nuestra pérdida de estatura, y medimos de 2,5 a 7,5 cm. menos que de jóvenes. Cambia la forma del torso debido a la redistribución de la grasa.

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«¡He perdido en todo! Lo que más rabia me da es que me canso mucho más rápido que antes. Soy muy inquieta y quiero hacerlo todo rápido y ahora noto que cosas que antes hacía en una hora ahora me lleva tres. Hasta los 65 años estuve trabajando en una residencia y estaba realmente bien: madrugaba mucho y es una tarea muy física y también muy psicológica, pero podía con todo. Y llegaba a casa y seguía haciendo cosas. Pero ahora… es distinto, creo que con la jubilación perdí fuelle y creo que los años de doblarme me han pasado factura a modo de dolores de espalda, por ejemplo. Luego está el cuerpo, que te ves el bajón. Aunque dicen que a las mujeres nos vienen todos los cambios con la menopausia, yo creo que no, que tiras muy bien hasta mucho después. Yo hace muy poquito que he empezado a mirarme y a pensar, 'jo, arrugas, celulitis, mi pelo tiene menos fuerza…'.Y no te gusta mucho lo que ves, pero bueno, también soy consciente de que, en general, me encuentro bien y que lo que me van saliendo son solo achaques».

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Las pupilas se contraen y el ojo pierde capacidad para adaptarse a distancias y condiciones de luz. Los colores se perciben menos brillantes y con menor contraste. Todo lo vemos grisáceo y tenemos más problemas para ver en entornos oscuros.

Tenemos más dificultad para entender algunos fonemas, sobre todo con ruido de fondo. Se produce menos saliva y las cosas nos saben más amargas e insípidas. La regulación de la temperatura corporal se hace difícil.

La capacidad respiratoria se reduce a la mitad cerca de los 90 y roncamos más. El riñón ha perdido hasta un 40% de su función y ya no 'sanea' la sangre como debiera.

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«¿Qué cómo estoy? Hecha una tortilla. Con la vitalidad que he tenido, que he trabajado en casa, fuera de casa, he criado cinco hijos. Pero bueno, aquí estoy, aunque sea con mis dolores de huesos, que me dan unas mañanas… Luego mejoro, pero hay veces que no puedo hacer la cama hasta la hora de comer. Lo que noto es el cansancio, que antes me encantaba hacer comilonas familiares con 20 personas a la mesa y ahora es que ya… se hace de cuando en cuando pero con ayuda. Supongo que es ley de vida. También me fastidia que cuando me pongo enferma, con un simple catarro que antes pasaba por alto, ahora me tumba, se me quita el hambre y tardo en recuperarme. Cuando me quejo (cosa que no suelo hacer) mis hijos me dicen que hay gente de mi edad que está peor… ¡ya llegarán ellos! Pero vamos, que es verdad, a mi edad ya has ido perdiendo a mucha gente más joven que tú y yo al menos estoy aquí y con la cabeza bien, que es lo mejor».

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