Cinco décadas del primer hito feminista en el periodismo
No ha llovido tanto desde que las periodistas, por muy preparadas que estuvieran, sólo podían acceder a puestos de documentación en las redacciones. En los 60 y 70, publicaciones punteras como la norteamericana Newsweek, revista semanal de izquierdas, no les temblaba la voz al espetar a toda aspirante: «Si quieres ser redactora, vete a cualquier otro sitio. Las mujeres no escriben en Newsweek». Hasta que 46 de sus trabajadoras se organizaron y demandaron a la empresa por discriminación laboral basada en el género
La denuncia de las 46 empleadas de Newsweek por discriminación de género tanto en las contrataciones como en los puestos dentro de la revista tuvo lugar en 1970. Convocaron una rueda de prensa a la que asistieron todas e hicieron pública su decisión. Aquello desencadenó toda una ola de demandas: las periodistas de Time, The Reader's Digest, The New York Times, NBC y de la agencia de noticias Associated Press también acabaron denunciando la situación que hasta el momento se veían obligadas a soportar por ser mujeres y periodistas. Y que era esta: podían buscar datos para sus compañeros redactores, hacer todas las llamadas necesarias para verificar un tema y recabar la documentación y a las fuentes imprescindibles para darle poso. Al fin y al cabo, estaban sobradas de títulos, capacidades e inteligencia, pues entre ellas había ganadoras de becas Fullbright, primeras de sus promociones y licenciadas con todos los honores de las llamadas Siete Escuelas Hermanas de buenas familias, que es el nombre que reciben las siete primeras universidades creadas solo para mujeres, el grupo de universidades femeninas más elitista de los Estados Unidos (cuatro en Massachusetts, dos en Nueva York y una en Pesilvania, cinco de las cuales existen hoy, ya que una, Radcliffe, se integró en Harvard, y otra, Vassar, ha pasado a ser mixta).
Pero lo que de ninguna de las maneras podían hacer estas 'periodistas de segunda' era escribir los artículos que se publicaban, en muchos casos, con los datos que ellas habían buscado, ni mucho menos firmarlos, ni tan siquiera a medias, con sus compañeros varones. Ellos y sólo ellos eran los únicos encargados de redactar y de figurar. ¿Suena tremendo? Pues así eran las cosas. Contemplaban impávidas cómo sus colegas masculinos ascendían más rápido a veces con ideas que ellas habían lanzado. Encima de no poder acceder a la categoría de redactora, cobraban salarios hasta tres veces inferiores a los de sus compañeros. Sexismo claro, entre otras cosas, porque sus jefes dudaban de la capacidad de estas mujeres como profesionales.
Aquellas mujeres respondían a un arquetipo. Jóvenes graduadas independientes y decididas, caras nuevas en la gran ciudad, llenas de aspiraciones. Mujeres que en privado ardían con el tipo de ambición que Nueva York alienta tan bien. Sin embargo, en las entrevistas de trabajo se les dijo que nunca podían llegar a la cima, ni siquiera a la mitad. Y a pesar de todo, aceptaban cualquier tarea que se les encomendara (clasificar el correo, recoger recortes de periódico, llevar cafés). Vestidas con faldas cortas y gafas de montura oscura, hacían ruidito con los tacones para ganarse el favor de la gerencia masculina y sonreían cuando los jefes las llamaban 'dollies' (muñequitas). Así era como funcionaba el mundo en ese momento. Aunque cada una creía en silencio que ella sería la que consiguiera abrirse paso, la ambición real no era algo de lo que una mujer pudiera hablar en voz alta.
Hasta que en 1969, cuando el movimiento de mujeres reunió fuerza a su alrededor, se inquietaron. Comenzaron a reunirse en secreto y a conversar discretamente durante el rato del almuerzo. Al principio solo había tres, luego nueve... hasta que llegaron a 46, el primer grupo de profesionales de los medios en demandar por discriminación laboral basada en el género a su empresa. En el litigio decían claramente que estaban «obligadas a asumir un papel subsidiario simplemente por su sexo». Ganaron, y eso erosionó la cultura machista imperante. Obligó a introducir a las mujeres en el debate y a cambiar la labor reporteril de Newsweek en infinidad de temas que, con el paso de las décadas, transformarían la vida que alguna vez conocieron estas valientes periodistas. Mujeres que en su quehacer diario se convencieron porque así se lo hicieron entender de que el único trabajo al que podían aspirar dentro del semanario era a buscar información y que jamás podrían ocupar el puesto de redactor, simplemente porque era un terreno exclusivo de sus compañeros. La demanda les abrió las puertas para transformarse en reporteras en una época en que comenzaban a caer las barreras para las mujeres y la revista, como el resto del país, empezaba a percatarse de las ambiciones, los talentos y las destrezas de la mitad de su población. Desde la perspectiva de estas chicas, cada paso adelante era casi un pequeño milagro.
Hay una serie de televisión, 'Good Girls Revolt' ('La Revuelta de las Buenas Chicas'), creada por Dana Calvo y producida por Amazon, que narra estos hechos. Y también hay un libro homónimo, escrito por Lynn Povich, una de aquellas denunciantes, publicado en 2012 por la editorial Public Affairs (no está en castellano, sólo en inglés) y titulado 'The Good Girls Revolt: How the Women of Newsweek Sued Their Bosses and Changed the Workplace' (no está en castellano, sólo en inglés), que cuenta todos los detalles. Como que después de meses de conspiraciones secretas en el baño de mujeres se armaron de valor para presentar la demanda públicamente el mismo día en que llegaba a los quioscos un número de la revista que llevaba el movimiento de liberación de la mujer en portada. En aquella publicación los editores tuvieron la sensibilidad de que fuera una mujer la que escribiera el reportaje, aunque tuvieron otro feo; en lugar de encargárselo a una se sus trabajadoras, se lo encomendaron a otra periodista del New York Post. Por cierto, la portada presentaba la silueta teñida de rojo de una mujer desnuda levantando su puño contra un fondo amarillo rompiendo un símbolo azul de Venus. Topicazo. Todo esto también coincidió con la primera huelga de mujeres por la igualdad que se llevó a cabo en el estado de Nueva York.
Irónicamente, la revista Newsweek pertenecía a Katharine Graham, dueña de The Washington Post Company. Al enterarse de la demanda preguntó: «¿En qué lado se supone que estoy?». La verdad es que las 46 empleadas desconocían que desde hacía seis años tenían derecho, por ley, a desempeñar la misma ocupación que un hombre si tenía la misma capacidad. En efecto, una de ellas, Judy Gingold, supo por la amiga de una amiga que era abogada que esto que hacían en el semanario Newsweek violaba el Título VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964. Contactaron a Eleanor Holmes Norton, por entonces directora legal adjunta de la Unión Americana de Libertades Civiles, y ahora una delegada ante el Congreso de Washington, D. C., y esta les ayudó en la primera demanda por discriminación sexual que se interponía en EE UU contra un medio de comunicación. Un golpe poderoso para una revista que se consideraba a sí misma como progresista.
¿Cómo terminó todo? No hubo cambios inmediatos. Fueron meses de negociaciones y las mujeres tuvieron que poner una segunda queja formal aún en 1972, dos años después de la primera, para que la revista empezara a hacer avances sustanciales. Al menos no podían despedirlas, porque al tratarse de denuncias formales sus puestos de trabajo quedaban protegidos. De pertenecer a Newsweek, hace 50 años este artículo habría sido escrito por un hombre. Yo podría haber hecho la investigación o ayudado a elaborarla mientras traía y llevaba cafés y el correo a mis compañeros varones, pero un hombre lo habría escrito y recibido el crédito. Y mientras la carrera periodística de él habría avanzado, a mí me habrían dicho que fuera a otro lugar si quería escribir, porque las mujeres «no» escribían en Newsweek.
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