Joseba, el guardián de la flora vasca
Hijos de la Tierra ·
Este plentziarra forma parte de la Red de Semillas de Euskadi para preservar y fortalecer las especies vegetales autóctonas en el País VascoEs normal que a Joseba Ibargurengoitia le entre un hormigueo de omnipotencia cuando ve cómo sus semillas se transforman en tallos, ramas, hojas y frutos. Este plentizarra afincado en Vitoria es una especie de guardián de la flora vasca. Trabaja desde hace una casi una década en la Red de Semillas de Euskadi, una asociación que desde hace 25 años lucha por preservar y fortalecer la biodiversidad vegetal cultivada en el País Vasco. Es algo así como jugar a ser Dios a pequeña escala. Porque parece imposible que un minúsculo grano pueda brotar y pasar a ser un robusto árbol o una delicada flor. Una especie de milagro que surge de la (casi) nada. «Es escuchar a la naturaleza y apoyarla. Es muy satisfactorio. Trabajar en la huerta, obtener sus frutos... Es un regalo», agradece Joseba a un proyecto que «pone el valor el patrimonio 'oculto' entre los baserris de Euskadi».
La Red ha conseguido recuperar un total de 1.500 árboles frutales y aproximadamente 500 semillas en el País Vasco. Hortalizas, cereales, leguminosas, forrajeras... La 'copia de seguridad' de estas especies están 'escondidas' a buen recaudo en el Centro de Estudios Ambientales de Vitoria, un antiguo establo para guardar el ganado de las carnicerías vitorianas que se ha convertido en la casa del parque botánico de Olárizu, en el Anillo Verde. Ahora lo que atesora es la esencia de la rica y diversa flora presente en Euskadi. En esta sede cuentan con unas de las mejores instalaciones del territorio para limpiar, secar, etiquetar y conservar las semillas en las condiciones adecuadas. «Es un trabajo 'in situ', fuera del campo, para que en un futuro dé sus frutos en la huerta y así combatir la pérdida de biodiversidad en el País Vasco», señala Joseba.
En la sala frigorífica, siempre con una temperatura constante de diez grados, es donde se conservan todos los ejemplares. En una bandeja reposan redondos guisantes de Ajangiz, en otra las codiciadas alubias de Gernika... Y varios tomates de Artziniega asoman desde otro recipiente. En los estantes hay un montón de tarros de vidrio en los que se pueden ver semillas de todo tipo que en un futuro se convertirán en berzas forrajeras de Valdegovía, lechugas martina o puerros de Durango. «Hay tanta variedad... Todo es parte del patrimonio vasco y supone algo estratégico para la sociedad. Cuanta más diversidad en la flora, el territorio tiene más posibilidades para adaptarse al cambio climático, a posibles nuevas plagas, enfermedades... Incluso se evitan crisis alimentarias. El ejemplo más reciente es la banda marrón del pino. Están cayendo como moscas al no haber riqueza en cuanto a especies». Joseba detalla que las variedades vegetales más rústicas no requieren de tantos pesticidas porque «están mucho más adaptadas al medio natural que les rodea». Llegan a la mesa del consumidor sin contaminar tanto durante el proceso de crecimiento y aportando «un gran porcentaje de nutrientes mayor que las verduras comerciales para que prime el aspecto». «Cómo sean por dentro ya es otra cosa», lamenta. Incluso algunos agricultores se plantean sembrar en grandes extensiones únicamente con semillas de la Red.
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Antes de reposar en los tarros de la cámara, todas las semillas han pasado por el laboratorio. Encima de una mesa hay un buen número de tubos que conservan diferentes variedades con las que se está trabajando. Entre tanto artilugio, Joseba levanta y muestra unas pequeñas 'perlas' verdes. «Esto es soja». También hay un soplador, un tamiz, una prensa y una lupa de ochenta aumentos que incluso permite ver los granos en tres dimensiones. «¡A través de la lente parecen marcianos!», bromea. En esa sala también se lleva a cabo un trabajo importante y meticuloso como es la prueba de germinación. «Cuando el número de semillas de una especie es limitado, hacemos este proceso para conocer el estado en el que se encuentran y si es viable que broten. Hace poco lo hemos hecho con una semilla de trigo de más de 40 años que encontramos en un caserío de Bizkaia». Una forma de asegurar el tiro para no perder un pequeño tesoro. El Phímetro indica si aún 'hay vida' en el grano, mientras que el conductímetro señala el estado de conservación del mismo. «Es un trabajo muy meticuloso que precisa de un proceso mucho más esterilizado que el llevado a cabo en lugar de cultivo al uso», explica Joseba mientras hace un ejemplo con 'embriones' de perejil de Valdegovía.
El último paso es la germinación. En Olárizu hay varias cámaras con aspecto de nevera futurista en las que se puede controlar la temperatura y las horas de luz en su interior. Dentro de esta especie de refrigerador, cada placa de petri contiene unas diez semillas -en uno de los casos de una especie de planta tomatera- y un gel de agar agar para que la humedad a la que se somete el grano sea constante. Esta sustancia realiza una función similar a la del algodón húmedo en el clásico experimento infantil para sembrar lentejas o similares. En las estanterías de los aparatos también hay pequeños tiestos con granos ya germinados en su tierra para que florezcan unas plantas silvestres. ¿Y no se trata de una producción demasiado pequeña para poder afianzar estas especies en el territorio? Sí, pero por eso entra en escena la figura imprescindible de los 'guardianes', unos 400 agricultores que se encargan de sembrar y expandir por sus baserris y huertas las diferentes variedades que les facilita la Red. «Los baserritarras nos acogen con los brazos abiertos. Veían que podían perder eso que tanto valoran. Antes la variedad era mucho más elevada. Hemos ido puerta a puerta en cada caserío en más de 25 municipios y varias cuadrillas. Encontramos nuevos tipos de semillas, las optimizamos, ensobramos y repartimos para que haya un legado y se fortaleza esa cosecha». Y luego recogen las nuevas semillas fruto del proceso para cerrar el círculo. La Red cuenta con ocho personas que colaboran fuerte de manera activa, además de otras treinta que echan una mano de forma puntual. Y ya son más de 500 socios en total.
Joseba ve la labor de la Red como «un trabajo de hormigas». «Es en el huerto donde las semillas son los protagonistas, cuando pasan de la mano de los agricultores a la tierra». Además de las instalaciones de Olárizu, el colectivo cuenta con más de ocho huertos de referencia frutal, dos plantaciones experimentales y un castañar de tres siglos de antigüedad en Apellániz que está en proceso de recuperación. En su sueño por hacer que estas variedades vascas pasen de «lo puntual a la realidad colectiva» hay muchos otros tipos de trabajos. Talleres de formación, charlas de divulgación, catas, actividades experimentales... «Potenciar las cosechas autóctonas es importante y necesario. Incluso el ministerio de Defensa ha considerado esta labor estratégica y necesaria para la sociedad», zanja.
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