Luis Martín, el vecino de Sodupe de 87 años que acaba de aprobar el Bachillerato: «Estudiar me hace feliz»

Tesón. Acaba de sacarse el título ante la admiración de sus profesores. «Hacer que trabaje el cerebro siempre es bueno», dice

Miércoles, 8 de junio 2022

Luis Martín Montejo es un señor de 87 años, nacido justo antes de la Guerra Civil, pero también es un estudiante que acaba de terminar ... el Bachillerato, y en su personalidad se combina de alguna manera la experiencia del hombre que lo ha vivido todo con la ilusión y la inquietud del joven que no para de urdir planes nuevos. Cuando le hablan del mérito que tiene sacarse el título a su edad, él procura quitarle importancia al asunto: «Estudiando he sido feliz», zanja, y pasa a detallar sus proyectos para las semanas venideras. En cierto modo, Luis está y ha estado siempre estudiando, por mucho que la vida no le haya dado grandes facilidades para ello.

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Aunque nació en Sodupe, el mismo pueblo donde vive hoy, su infancia transcurrió en los asentamientos mineros de La Arboleda y Burzako. Y, desde luego, no fue una niñez fácil: su padre murió cuando él tenía 5 años, víctima de un accidente en la mina, y su madre tuvo que marcharse a servir y a trabajar en una fábrica. Él se quedó en Burzako con los abuelos: «Las cosas no andaban muy bien. A los 11 estuve un año enfermo y los médicos decían que lo mío se curaba con una buena alimentación, pero había poca comida», explica. ¿Ya se acuerda de sus maestros allá en Burzako? «Con la que más tiempo estuve fue con doña Zenaida, una mujer muy maja que se murió con 102 años o así. Su marido también era maestro y tenía otro nombre especial, se llamaba Eufronio». A Luis, la memoria no le flaquea.

Con 14 años empezó a trabajar de mozo en un caserío. Con 16, entró a la industria naval como pinche y, a partir de ahí, fue prosperando: «Yo era un chaval normal, me portaba bien, y la mayoría de los demás eran un poco granujas», se ríe. La mayor parte de su carrera laboral transcurrió en Astilleros del Cadagua, primero en el taller y luego en la oficina, donde estuvo «veinticinco años dibujando». A los 55, cuando empezaron a desbaratar los astilleros, lo prejubilaron.

«Como veía el panorama bastante negro, me había puesto a estudiar: yo solo tenía la Primaria, pero sin papeles, y me saqué el graduado en Solokoetxe». Su siguiente etapa educativa llegó tras quedarse viudo en 2009: «El Centro de Educación Permanente de Adultos de Zalla nos animó a hacer recuperación de memoria y me apunté. Después me ofrecieron estudiar la ESO y la saqué. Y seguí». En la sede vizcaína del Instituto Vasco de Educación a Distancia, en el barrio bilbaíno de Arabella, no les constaba ningún estudiante de Bachillerato tan mayor. Tampoco han conocido a muchos tan constantes: «Luis es un alumno excepcional, y no solo por su edad -apunta el director del instituto, Xabi Valle-. Ha hecho un esfuerzo importante en venir desde Güeñes y siempre ha querido hacerlo todo bien». El interesado añade sus puntualizaciones: «He ido poco a poco. También había que hacer otras cosas: he tenido que cuidar a algún nieto, fui administrador de mi comunidad cuatro años para poner el ascensor... Y el covid me tuvo fuera de la circulación un tiempo, 26 días ingresado y después con dificultades para mantenerme en pie».

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«Me gusta saber»

¿Tenía rabia de no haber podido estudiar más de chaval? «Rabia ninguna, yo vivo bastante feliz. Pero siempre me ha gustado saber, enterarme de cosas. Estudiar te ayuda a tener una visión de la vida. ¡Hacer que trabaje el cerebro siempre es bueno!», desarrolla. ¿Sus materias favoritas de estos años? «La que más me ha gustado a lo mejor ha sido Matemáticas. También el euskera, que sabía algo, pero poco. Tengo un montón de apuntes que quiero reordenar porque ahora pueden servir para algún nieto: cuando estudié la ESO, hice lo mismo». Su otro proyecto inmediato es construir un mecanismo en el que trabajó hace años: «Es un aparato de movimiento continuo. Moralmente hay que hacerlo, porque lo que ocurre con la energía es una barbaridad. La semana que viene voy a ponerme a dibujar».

Luis, que tiene cinco hijos y tres nietos, se declara orgulloso de unas cuantas cosas en su vida. «Por ejemplo, de que ninguno de mis hijos fume. Hace tres años, un señor que había trabajado conmigo de ayudante me dio las gracias porque lo había tratado bien: de eso también estoy bastante orgulloso. Y me dieron un trofeo por haber sido donante de sangre: no es que esté orgulloso por el trofeo, sino por haber hecho lo correcto». Ahora, a esa lista de cosas bien hechas puede incorporarle ese título de Bachillerato obtenido a una edad admirable: «Todavía no tengo el papel -precisa-, pero ya lo he pagado».

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