Vaya por delante que nada tiene que ver la infame historia de terror de ETA con el órdago independentista con el que los partidos soberanistas ... catalanes quisieron violentar el orden constitucional en octubre de 2017. Nada en absoluto, salvo por los fines separatistas perseguidos y porque, tanto en el caso vasco como en el catalán, los respectivos argumentarios nacionalistas aluden a la existencia de un «conflicto político» que, si se mide en términos de apoyo popular al rupturismo, es hoy mucho más evidente en Cataluña y apenas perceptible en una Euskadi cada vez menos radicalizada en lo político y más centrada en su progreso y bienestar socioeconómico.
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Dicho esto, la inauguración del Memorial sirve para recordar algunas lecciones aprendidas de la lucha cívica contra el terrorismo etarra que no solo no han quedado obsoletas, sino que siguen siendo necesarias y plenamente vigentes. Algunas de ellas las volvieron a poner sobre la mesa los intervinientes en el acto de ayer, enfocado a prevenir contra el olvido que acaba desembocando en indiferencia. Por eso las palabras siguen siendo importantes. Por eso, en una Euskadi en la que alguna vez se llegó a considerar que matar a concejales era digno de figurar en una ponencia política con el pomposo nombre de 'socialización del sufrimiento', sigue siendo vital condenar, con todas las letras, cualquier agresión al que piensa diferente.
Por eso son pertinentes las advertencias que hizo ayer el presidente de la FVT, Tomás Caballero, sobre la importancia de salvaguardar la veracidad del relato frente a la falsaria teoría de la guerra entre dos bandos y otra, más novedosa, sobre el respeto a la memoria de las víctimas como garante de la fortaleza del Estado y de su resistencia a la coacción, en su día por la fuerza de las armas, y hoy transformada en chantaje «dialéctico o político».
Sea o no una referencia al avispero catalán, es de nuevo imprescindible evitar comparaciones. Ahora bien, si de algo da testimonio el Memorial es de la importancia que la respuesta social al terrorismo tuvo en su derrota y de cómo la unidad política, de las fuerzas vascas en el Pacto de Ajuria Enea -hasta el triste episodio de Lizarra- o de los dos principales partidos españoles en el Acuerdo Antiterrorista, facilitó el camino que condujo a la desaparición de la banda. Y aunque los esfuerzos de los sucesivos Gobiernos, también de los Zapatero y los Eguiguren que tan de cerca vivieron el epílogo de ETA, resultaron determinantes, fue sobre todo la constatación de que la sociedad vasca daba mayoritariamente la espalda al terror y empezaba a arrinconar a sus justificadores lo que hizo inevitable su final y obligó a ETA y a su brazo político a cambiar el paso.
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Los vascos, agotados por décadas de insoportable tensión, hicieron el resto al emprender, sin aspavientos, el camino hacia la moderación y la transversalidad. En el caso catalán, tampoco habrá un pacificador ni una varita mágica que obre el milagro y, desde luego, no serán los indultos los que desactiven el dañino bucle. Tampoco habrá referéndum a la escocesa, algo en lo que el nacionalismo vasco hace tiempo que dejó de insistir. Será un nuevo pacto ajustado a los límites legales el que debería conducir a los catalanes a aceptar su pluralidad y a priorizar la inercia que lleva a toda sociedad a buscar su propia prosperidad.
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