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De izquierda a derecha, Marisol Chavarri, Esther Sáez, Alejandro Ruiz-Huerta, José Ramón Muñoz, Gloria Vázquez y María José Rodríguez.
Las cicatrices del terrorismo

Las cicatrices del terrorismo

Un libro recoge más de sesenta testimonios en primera persona de víctimas de las distintas organizaciones armadas que actuaron en España

LORENA GIL

BILBAO

Sábado, 15 de septiembre 2018

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«Este libro trata sobre las ruinas que deja el terrorismo, y sobre las historias de duelo y superación de las personas a las que ha afectado». 'Memorias del Terrorismo en España' (editorial Catarata) reúne un total de 65 testimonios de víctimas de diferentes organizaciones: Desde ETA hasta los GRAPO, pasando por grupos de ultraderecha y yihadistas.

«Pon tú mismo lo que quieras sobre el papel». El historiador y miembro del Memorial por las Víctimas de Vitoria Raúl López Romo, autor de la publicación, dio libertad a los protagonistas para que compartieran sus reflexiones. Algunos damnificados, sobre todo quienes sufrieron la violencia etarra, ya habían hablado antes. Pero para otros muchos, ésta ha sido la primera vez. «Las víctimas tenían que haber estado en el centro del debate público. Han llegado tarde, pero no por voluntad propia. Son ellas quienes deben contar sus historias», defiende Lópéz Romo. Los testimonios de las víctimas aparecen trufados con textos, que parten siempre desde «la experiencia individual», escritos por historiadores y profesionales de diferentes campos, así como de activistas que trabajaron durante años cerca de quienes sufrieron la sinrazón de los violencia.

  1. Mari

    Hija de una víctima de ETA

    «El certificado de defunción ponía 'shock traumático'»

Mari Sol Chavarri.
Mari Sol Chavarri.

«En el instituto sabíamos cuándo no iba a haber clase. Si por la noche las noticias eran que había habido enfrentamiento entre etarras y guardias civiles, llegábamos a clase y asamblea. Las manifestaciones eran a favor de los etarras», evoca Mari Sol Chavarri. «Nunca pensé que a mi padre podía pasarle algo». La banda le asesinó el 9 de marzo de 1979.

Miguel Chavarri Isasi era jefe de la Policía Municipal de Beasain. Tenía tres hijos. Mari Sol, a sus 17 años, era la mayor. Dos etarras entraron hasta su despacho aprovechando un momento en el que se encontraba solo en las dependencias policiales y le descerrajaron nueve disparos. Su caso es uno de los 300 que permanecen sin resolver. Ha prescrito. «Al médico que certificó su muerte le amenazaron y le dieron 48 horas para irse del pueblo», comparte Mari Sol en el libro 'Memorias del Terrorismo en España'. «Yo estudiaba COU en el instituto de Beasain. Sobre las diez de la mañana llamaron a la puerta una amiga mía y el conserje. Me dijeron que mi madre se había puesto enferma (...) Cuando llegué a mi casa, se me abrazó llorando: ¡Qué nos han hecho!». Esa mañana Mari Sol estaba «enfadada». «No quería darle un beso y conseguí escaquearme. Claro, no le di un beso ese día ni nunca más», se lamenta. En aquella época no había ayudas. Ni institucionales ni profesionales. Solo soledad. «Mi madre se volvió loca cuando vio que en el certificado de defunción ponía que el motivo del fallecimiento de mi padre había sido 'shock traumático'. Peleó y ahora pone 'shock traumático producido por arma de fuego». Se fueron a vivir a Logroño. «Dejamos toda nuestra vida en Beasain». Mari Sol lleva hoy su testimonio a los colegios de La Rioja. «A aquellos años los llamaban de plomo. Yo pensaba en esas familias, destrozadas como la nuestra. ¡Qué solos estaréis! ¡Lo que os queda todavía!».

  1. José

    Guardia civil destinado en Gipuzkoa

    «Sonido de sirenas, pelotas de goma y 'Policía asesina'»

Estuvo destinado como guardia civil en la Comandancia de Gipuzkoa desde 1979 hasta finales de 1983. José Alfonso Romero relata, entre otras experiencias personales, un episodio que vivió junto a su compañero Ángel durante una tarde en la que aprovecharon para disfrutar «de las pocas horas de descanso de que disponíamos». Del pub Novecento a la discoteca La Perla, en San Sebastián. Y sobre las ocho, de vuelta al cuartel. «En el linde de la parte vieja con el Boulevard, sonido de sirenas, secos estampidos de pelotas de goma, gritos de 'Policía asesina'. Rutina», evoca.

Optaron por volver a pie por el paseo de La Concha. «Dos hombres apoyados en la barandilla miraban aparentemente al mar. Uno de ellos llevaba una txapela. Al pasar a su altura vi cómo avisaba con el codo al compañero, a la par que le hacía un gesto con la cabeza para de inmediato situarse a nuestra espalda», relata José Alfonso. Aceleraron el paso, al tiempo que buscaban «bajo la ropa una pistola» que no llevaban. «Podríamos gritar, llorar, atarnos al cuerpo de alguna de esas personas ajenas a esa batalla». «A pocos metros del túnel de Ondarreta echamos a correr. Ellos también. Ángel lo hizo por el interior y yo por la parte exterior. Al final del túnel nos volvimos a encontrar. Jadeando cruzamos la calle. Al llegar a la esquina, ya no estaban», comparte José Alfonso.

En la Comandancia les enseñaron fotos de miembros de ETA y ambos reconocieron al de la txapela. Era Josu Zabarte -alias el 'carnicero de Mondragón'-. «Tuvisteis suerte».

  1. Glori

    Teniente alcalde por el PSE en Zarautz. Amenazada ETA.

    «Vecinos pidieron que los escoltas no esperaran en el portal a que bajásemos»

Gloria Vázquez.
Gloria Vázquez.

Gloria Vázquez, teniente de alcalde y portavoz del PSE en el Ayuntamiento de Zarautz, comparte en el libro 'Memorias del Terrorismo en España' lo que supuso para su familia y especialmente para sus hijos el vivir escoltados. «Mayo de 2007, elecciones municipales. Mi hija tenía tres meses de edad y me dijeron que había sido elegida concejal. Su padre también tenía escolta, pues él había sido concejal en la legislatura anterior y volvió a salir elegido. La idea era que renunciara él y siguiera yo, pero tardamos mucho en encontrar a alguien que quisiera sustituirle», reconoce. Cuando por fin consiguió dejar su acta, ETA asesinó a Isaías Carrasco y el PSE volvío a poner protección a los exediles. Durante mucho tiempo, Gloria y su familia contaron con cuatro escoltas. Ese verano de 2007, con un hijo de ocho años y una hija de meses, «salimos de Euskadi más que nunca». «Era insoportable andar por el pueblo con los niños o ir a la playa con cuatro personas siguiéndonos los pasos», expresa. «Cuando nos montábamos en el coche tenía que distraerlos para que no vieran cómo revisaban los bajos. No les expliqué nunca la realidad hasta que ETA se rindió», asegura.

Algunos amigos le reprocharon que hubiera asumido un cargo público que implicara escolta teniendo hijos. «Como si yo estuviera poniéndolos en riesgo. Era una de las perversidades del terrorismo y de sus seguidores, que pretendían trasladar la responsabilidad de lo que pudiera ocurrir a los propios amenazados». Varios vecinos convocaron una reunión para «pedir que los escoltas no esperaran en el portal» cuando bajaban de casa. «Les molestaba que se hubieran quitado las papeleras de delante de casa por motivos de seguridad (...). Luego estaba aquella amiga que no quería que su hijo jugara en mi casa». Sus hijos tenían trece y cinco años cuando les retiraron la escolta. Hoy conocen los motivos por los que tuvieron que vivir con protección. «Se sienten orgullosos de que su madre no cediera ante el miedo».

  1. Aleja

    Último superviviente del atentado de Atocha

    «Un compañero cayó sobre mí. Recibí cuatro o cinco impactos en mi pierna»

Alejandro Ruiz-Huerta.
Alejandro Ruiz-Huerta. EC

Alejandro Ruiz-Huerta el es último superviviente de la masacre de Atocha que pistoleros de la ultraderecha al servicio del Sindicato Vertical de Transportes provocaron en enero de 1977 en un despacho de abogados laboralistas en Madrid. Cinco personas fueron asesinadas y otras cuatro resultaron heridas. «Entre ellos, estaba yo», dice Alejandro. A finales de los cincuenta, a través del PCE, se plantaron las bases para la creación de despachos de abogados comprometidos con el asesoramiento a los trabajadores. El de la calle Atocha lo ocupagan los abogados de barrios.

«A lo largo del mes de enero del 77 tuvo lugar en Madrid una huelga del sector del transporte y los trabajadores empezaron a reunirse en nuestro despacho», evoca Alejandro. Joaquín Navarro era uno de los que coordinaban la protesta. Los autores del atentado mantendrían después en sus declaraciones tras ser detenidos -fueron condenados a cien años, pero quince era la pena máxima posible- que su objetivo era «darle un susto». Ni siquiera estaba en el escenario del crimen. Eran más de las diez y media de la noche y en el despacho quedaban siete abogados. «Llamaron a la puerta. Dos pistoleros aparecieron en el hall», comienza el relato. Uno preguntó por Navarro, el otro se dedicó a arrancar los teléfonos. En un momento concreto, uno de los asesinos movió a dos de las víctimas y «tropezó con el quicio de la puerta». «Se le disparó la pistola y la bala le rozó el anorak a la altura del brazo», revela Alejandro. «Se hizo el silencio brutal, acompasado de los disparos». «Caímos por los suelos. Allí nos remataron. Enrique -un compañero- cayó encima de mi cuerpo. Sólo mi pierna derecha recibió cuatro o cinco impactos de bala. Me hice el muerto», comparte. Escuchó entonces los gritos de otros dos compañeros pidiendo auxilio en los balcones. Recuperaron un teléfono y llamaron. «Sonó el timbre». «Tardé varios meses en recuperarme físicamente. Psicológicamente mucho más».

  1. Josef

    Viuda de una víctima de los GRAPO

    «Ha perdido la vida por salvar a dos terroristas»

José Ramón Muñoz Fernández. Asesinado por los GRAPO en 1990 durante una huelga de hambre
José Ramón Muñoz Fernández. Asesinado por los GRAPO en 1990 durante una huelga de hambre

«Ingresaron en el hospital Miguel Servet de Zaragoza a dos grapos en huelga de hambre, en una situación crítica. No querían que los reanimaran. Pero los médicos no podían dejarlos morir. Como eran problemáticos, nadie quería tratarlos. Mi marido era el jefe del departamento -Medicina Interna- y tuvo que hacerse cargo de uno de ellos», relata Josefa Yangüela, viuda de José Ramón Muñoz. Otro doctor se encargó del segundo terrorista.

Las amenazas de los GRAPO no tardaron en llegar. Y en cumplirse. El día anterior al asesinato, una monja enfermera contó a Josefa que familiares de los terroristas estaban esperando a que su marido saliera del despacho. «Le dijeron que 'mañana' tendría 'alguna noticia'», revela en el libro 'Memorias del Terrorismo en España». Aquel 27 de marzo de 1990 «me fui a Logroño a ver a mi madre, que era muy mayor. Fue él quien quiso que me fuera. Por la tarde, estando en la consulta privada, que estaba en nuestra misma casa, unas personas pidieron hora haciéndose pasar por enfermos. Al entrar le pegaron varios tiros en la cabeza», describe. Fueron dos grapos, un hombre y una mujer. El jefe de la organización era Fernando Silva Sande. Al llegar de vuelta desde Logroño, Josefa no podía entrar a su casa de la cantidad de gente que había. «Pensé lo peor», reconoce. En la puerta le dijo a un policía que era la mujer del doctor Muñoz. «Le acompaño en el sentimiento», le espetó. «Así me enteré». «El dolor fue espantoso. Abrazándonos, les dije a mis tres hijos: Podéis estar orgullosos de vuestro padre. Ha perdido la vida por salvar a dos personas, aun siendo terroristas».

  1. Marí

    Hermana de una víctima del atentado yihadista contra el restaurante El Descanso

    «Recorrimos todos los hospitales de Madrid»

María José Rodríguez
María José Rodríguez

José Arturo Rodríguez estudió para aparejador en la Universidad Complutense. Se casó y consiguió trabajo en lo suyo, aunque lejos de casa. «Durante mis vacaciones solía ir allí donde estuvieran: Cádiz, Almería... Nunca olvidaré aquellos veranos y su sonrisa», expresa su hermana, María José. Ese día, el 12 de abril de 1985, Arturo iba a celebrar que había conseguido un trabajo en Madrid, cerca de su familia. «Tenía 33 años y mil proyectos por cumplir». Estaban esperando en la barra del restaurante El Descanso a que les dieran mesa para cenar. «El asesino dejó una bolsa y se fue. La bomba estalló llevándose la vida de 18 personas, entre ellas la de mi hermano, y causando cerca de cien heridos».

María José estaba en casa estudiando los exámenes de la universidad. Sus padres estaban pasando el fin de semana en la Sierra. Mientras cenaba, vio en televisión la noticia del atentado. «Me pareció algo horrendo», censura. A las dos de la madrugada sonó el teléfono. «Nos informaron de que mi cuñada estaba en el hospital Ramón y Cajal, pero no sabían dónde estaba mi hermano. Llamamos a mis padres y recorrimos todos los hospitales de Madrid. Nadie nos daba noticias», explica. Fue a través de la radio como se enteraron de que Arturo estaba entre los asesinados. «En ese momento vi desvanecerse a mi madre (...). Pasó de ser la mujer más activa y sana a somatizar todo. Ni ella ni mi padre volvieron a ser los mismos. El daño, el dolor les pasó factura y ambos fallecieron demasiado pronto», se sincera. Por entonces la yihad islámica era algo desconocido. «Nadie nos dio una explicación (...). El sumario es muy largo, muy grueso, según me han dicho. No lo he visto ni he tenido acceso a él», lamenta. «Casi todas las víctimas de este atentado perfirieron aislarse e intentar llevarlo cada uno a su forma. Y la sociedad, con el tiempo, lo olvidó».

  1. Esthe

    Herida grave el 11-M

    «Es tan duro no acordarte de que tienes hijos»

«La mañana del 11 de marzo de 2004 es un amasijo de recuerdos (...). El no perder la conciencia en ese momento me sumergió en un shock profundo porque no era capaz de procesar lo que había ocurrido», inicia su relato Esther Sáez, herida grave en los atentados yihadistas de Madrid. Viajaba sola en el tren. Hasta febrero solía ir con su marido, pero le cambiaron la ubicación del trabajo y empezó a ir en coche. «Yo estaba tan grave... Me mantuvieron en coma inducido por el estallido de mis pulmones, mis quemaduras y un coágulo en la cabeza que se produjo por todo lo que había caído encima de mí. Me despertaron a los cinco días porque me seguía ahogando pese a tener un respirador. Ahí las enfermeras empezaron a preguntarme si sabía lo que había pasado». La respuesta fue no.

Esther solo sabía que estaba en la unidad de críticos conectada a un montón de máquinas. No podía hablar, ni moverse ni hablar con claridad. Su marido le fue contando poco a poco lo ocurrido. «Me iba recordando que teníamos hijos... Es tan duro ser consciente de que no te acuerdas de que tienes hijos o que no recuerdas las cara de tus padres cuando entran a verte», revela. Esther creía que había sufrido un accidente de avión. Cuando se enteró de que fue un atentado yihadista en los trenes de cercanías su reacción fue de incredulidad: «¿Me lo estáis diciendo en serio?», preguntó. Más de una vez sintió que se le «iba la vida». Sacó fuerzas para no conformarse con que «alguien decidiera hundir mi vida y la de mi familia». Estuvo en la unidad de críticos 19 días y otros 40 en planta en el primer ingreso. Después sufrió trece cirugías. Sigue con rehabilitación de forma crónica. «Ha sido una lucha de muchos años que sigue y seguirá», asume.

Esther se llevó una «gran decepción» cuando descubrió la actitud de adoptaron los partidos políticos tras el atentado. «Necesitábamos gente que gastara sus energías en averiguar quién lo había hecho y cómo. Me gustaría haber tenido la oportunidad de decirles: 'Lo único que os importa es salvar vuestro honor. ¿Qué honor?», critica. Esther reconce que hay víctimas consiguen salir adelante muchas veces porque «gente sencilla ha salido de sí misma para acompañar a los que tienen dolor». Un simple: «¿Cómo te encuentras?» o un «lo vas a conseguir». «Eso no se tiene que perder nunca porque, si no, nuestra sociedad se muere».

Las claves

  • Todos los terrorismos Recoge los relatos de damnificados por ETA, grupos de ultraderecha, los GRAPO y el yihadismo

  • Experiencia profesional La obra incluye escritos de historiadores y activistas que trabajaron durante años cerca de las víctimas

EL LIBRO

'Memorias del terrorismo en España'

Autor: Raúl López Romo. Editorial: Catarata. 318 páginas. Presentación: Martes, 18. Hotel Abando, 19.00 horas.

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