Sostienen los expertos que nos estamos acostumbrando al horror de tener que contar los muertos por centenares cada día. Que el desconcierto de la primera ... ola y la fatiga pandémica de la segunda están dejando paso en la tercera a una especie de pasotismo nihilista, de indiferencia defensiva, con la que buscaríamos enfrentar el azote, cada vez más insoportable, del virus.
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Seguramente algo de eso hay en la inmediata politización -y consiguiente banalización- de los comportamientos incívicos, insolidarios o directamente violentos que nos está dejando la pandemia. El ejemplo más evidente es el barro político que se está acumulando en Euskadi a paladas, a raíz primero de la vacunación irregular de dos destacados militantes del PNV y, en las últimas horas, en torno a los disturbios callejeros que no dejan de crecer desde principios de año y que protagonizan centenares de jóvenes que se saltan las normas a la torera.
El debate, en lugar de ético o filosófico -por qué esos chavales, sienten que el asunto no va con ellos-, ha derivado hacia lo político, con la sempiterna pelea entre PNV y EH Bildu como telón de fondo. Y no sin razón, en parte, por dos circunstancias específicas que concurren en Euskadi y que no se dan en las algaradas que se han extendido por toda Europa.
La primera es que es la Ertzaintza la encargada de hacer cumplir las medidas y por lo tanto la que recibe los botellazos. Y a nadie se le escapa el simbolismo que ese cuerpo, tan castigado por la violencia de ETA, tiene para unos y otros. Para muchos es memoria viva del implacable acoso al que la banda sometió a los agentes y sus familias y, en general, a todos los que consideraba enemigos. En el 'relato' de otros opera como coartada para acusar al PNV de ser tan represor como el Gobierno español al que antes combatían y ahora salvan de los sinsabores de la minoría parlamentaria. De hecho, dirigentes de Sortu reprodujeron ayer en sus redes imágenes de la intervención de la Policía autonómica en una sentada de trabajadores de ITP en Barakaldo: «Improvisación, soberbia, mentiras y palos. La receta del PNV», tuiteó Arkaitz Rodríguez.
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Nada dijo del segundo hecho diferencial de los nihilistas (que no negacionistas: les da igual todo, básicamente) vascos: que muchos son viejos conocidos de la Policía. Por ejemplo, uno de los detenidos en Santurtzi, que de imberbe tiene poco. De 43 años, denunció torturas de la Ertzaintza, fue detenido por amenazas a un agente de paisano y cumplió siete años por incendiar un autobús.
Así que no es estrafalario pedir, como exige el PNV, más contundencia contra esta violencia callejera. Atrás quedaron los tiempos en que la propia Sabin Etxea hablaba de 'los chicos de la gasolina'. Hoy no hay duda de que cualquier comportamiento violento exige una condena. El problema es que al ciudadano no se le escapa que los reproches cruzados se utilizan también como tinta de calamar para poner el foco donde a cada uno le interesa. Y es esa extrema politización de todo la que ayuda a alimentar el hastío de la gente. Un círculo vicioso. Y peligroso.
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