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Despierta cada día entre tierras zaragozanas, a pesar de que sus raíces se agarran a tierras navarras. Incluso su nombre descubre la ambivalencia, advierte de ese estar aquí estando allá que caracteriza a Petilla de Aragón. El pequeño enclave pertenece a Navarra, diga lo que diga su apellido. Aguarda en el Prepirineo, muy cerca de Sangüesa, a unos 12 kilómetros del límite de su provincia madre, al sur del valle de Onsella, mezcla de nuevo de un poco de aquí y de allá.
Vive partida en dos. La parcela principal linda con Navardún al norte, Uncastillo al sur, Isuerre al este y Sos del Rey Católico al oeste, es montañosa y crece regada por los arroyos de La Rinconera, afluente del Onsella, y el barranco del Vado. Mientras que la parcela menor, situada al suroeste de esa principal, resulta menos escarpada, pertenece al denominado Baztán de Petilla o Los Bastanes y discurre lamida por el arroyo de idéntico nombre, entre Sos y Uncastillo. Dos corazones latiendo al compás para mantener en pie a un solo cuerpo.
Ambas porciones, principal y menor, comparten el mismo orgullo, haber parido a un Premio Nobel de Medicina: Santiago Ramón y Cajal (1852-1934). Hijo pródigo del municipio, el médico y científico, reconocido en 1906 con el galardón por su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso, mostró nervio por primera vez precisamente allí, anunciando al mundo, tras el azote en las nalgas, que él había llegado para alumbrar su identidad con carteles luminosos de neón. Años más tarde cumpliría esta promesa desarrollando una novedosa doctrina sobre las neuronas basada en que el tejido cerebral está compuesto por células individuales; sería conocido por muchos como el padre de la neurociencia y encabezaría la llamada 'Generación de Sabios' que nutrían otros científicos españoles de la época.
Pero al principio, en su casa natal, convertida ahora en museo visitable para quienes quieran saber más acerca de él (Tf. 948925060) ni su padre (médico rural), ni su madre (ambos aragoneses por cierto), podían predecir que aquel crío nacido un 1 de mayo llegaría a convertirse en el hombre que fue. Ni Petilla de Aragón hubiera podido adelantar que la familia de tan afamado vecino acabaría mudándose dos años más tarde.
La causa de tanto trajín (no el de Ramón y Cajal, sino el de los confines territoriales del pueblo) hay que buscarla a comienzos del siglo XIII. Por entonces, Sancho VII 'El Fuerte' de Navarra prestó a Pedro II de Aragón el dinero que precisaba para financiar sus batallas. El monarca aragonés no salió vivo de una de esas contiendas, por lo que no pudo devolver lo acordado. En pago, su homólogo navarro ejecutó la garantía de la deuda quedándose, entre otros, con el castillo de Petilla, del que hoy apenas quedan restos. El sucesor del fallecido tenía exactamente veinte años para saldar la deuda, pero las guerras son caras, no solo en bajas personales, también en monetarias, y el plazo venció, incorporándose el lugar ya para siempre al Reino de Navarra.
Analizado lo dicho, y por concretar, queda claro que quienes viajen a este destino acabarán moviéndose entre Navarra y Aragón, pues ambos flancos muestran interesantes rincones no muy lejanos a los que enfrentarse esta vez en son de paz. Antes de partir, y después de visitar la casa-museo, puede el turista acercarse hasta la parroquia de San Millán de origen románico, si bien las guerras (otra vez) con los aragoneses, incendios y diversas restauraciones góticas cambiaron su morfología sustancialmente a lo largo de los siglos. En el interior, bóvedas de crucería con nervaduras arrancan de ménsulas decoradas por aves y cabezas, entre otros elementos. Ya fuera de nuevo, curioso por su colorido diseño resulta el Hostal Ramón y Cajal.
En el exterior, ambos segmentos (el de Petilla y el de Bastanes), conviven con la naturaleza rodeados de bosques de pinos, quejigos, hayas, nogales, almendros y robles a los que los locales llaman chaparros. Lucen serenos junto a boj, espliego y lavanda, tomillo, manzanilla y té de roca. Y alardean en otoño y primavera de la amplitud en variedades de setas, tantas que la afición a la micología pesa en la zona. Hay quienes parten hasta allí en época otoñal para asistir a la berrea de los ciervos, que tienen como vecinos, abajo, a jabalíes, zorros, corzos, tejones, gatos monteses… y arriba a buitres leonados, águilas, abubillas, gorriones, halcones, milanos, cucos, carpinteros, quebrantahuesos… El agua abunda, por eso es sencillo encontrar un buen lote de fuentes como la de la Bacía, La Teja, Lino, Bubón, Ibón, de Santandrés, la Balsa, Fuentelizones, Vardelinas… Barrancos tampoco faltan, el de la Rinconera recorre el enclave de Petilla como afluente del río Onsella y el de los Bastanes el término de mismo nombre como afluente del Riguel. Las cimas que imponen sombra desde lo alto son el monte Sierra Selva o Viso (1.159 m) y Cruz (1.132 m); ambas forman parte de las estribaciones occidentales de la Sierra de Santo Domingo.
Desde el propio municipio, que parece surgir entre rocas para zafarse de ellas, parten diversas caminatas. A través de la ya conocida Sierra de Santo Domingo. Un ejemplo es la circular que sigue hacia el Castillo Roita para después regresar, a lo largo de poco más de 10 kilómetros con desnivel positivo de 367 metros. También puede afrontarse la etapa 47 del GR1 entre el pueblo y Sos del Rey Católico, un trayecto que cubre aproximadamente 15 kilómetros con desnivel positivo de 293 metros. Están consideradas de dificultad moderada y todo el trayecto puede consultarse y seguirse al detalle obedeciendo a Wikiloc.
Si atendemos a las excursiones en coche, por la parte Navarra, a solo 25 kilómetros, el Medievo se traduce en edificio de la mano del del bello Monasterio benedictino de Leyre compuesto por cripta, iglesia y puerta Speciosa románicas. Referente espiritual del antiguo Reyno y panteón de sus primeros monarcas, tras mil años de existencia el pulso monacal benedictino late todavía con empeño en uno de los conjuntos monásticos altomedievales más importantes de España, enclavado dentro de un precioso marco natural. Son las voces de quienes moran en ese hogar las encargadas de que perduren entre sus muros los cantos gregorianos, con calendario incluido disponible en la web www.monasteriodeleyre.com para que quienes se acerquen no se los pierdan. A solo 8 kilómetros de allí, otro edificio muestra su deslumbrante presencia, el Castillo de Javier. Bien de Interés Cultural, la fortaleza del siglo X acogió el nacimiento de otro insigne, San Francisco Javier. Y muy cerca, la rodada debería dirigirse hasta Sangüesa para extasiarse ante la sobresaliente portada románica de Santa María la Real, Monumento Nacional.
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Para amantes de las ruinas y el pasado, buscadores de fantasmas que no llevan puesta sábana, pero sí han impregnado en el ambiente su vaporoso espíritu, resulta interesante un recorrido por el Despoblado de Peña, a solo diez minutos de Sangüesa. Tras el abandono por parte de sus moradores, la pequeña localidad parece haber quedado congelada en el tiempo. Lo que queda de la escuela, el horno o la casa abacial impregna un inquietante ambiente al conjunto encantador que algunos, aseguran, está encantado y otros, tienen claro, adora posar en fotos, acostumbrado a las cámaras y a los curiosos como se encuentra. Desde allí, veinte minutos distan hasta la siempre emocionante Foz de Lumbier, uno de los paisajes más pretendidos de la provincia. Horadada por la acción del río Irati, bastan unos pasos para caminar entre sus paredes rocosas por sendero sencillo. Otro más largo y circular señalizado la rodea a través de las laderas circundantes, suma 6,4 kilómetros con 360 metros de desnivel, por si alguien quiere aprovechar para estirar un rato las piernas, ya que ha conducido hasta allí.
Pero desde el principio de estas líneas nos referíamos a otro flanco a partir de Petilla, el aragonés, ese lado que se inclina hacia otra comunidad con nuevos destinos. Desgranemos el que queda, ampliación del menú que la carta turística presenta. Apenas diez kilómetros separan la localidad de Luesia, donde todo el mundo busca el Pozo de Pigalo, Paisaje Protegido de la Sierra de Santo Domingo. Los orígenes de ese pueblo hay que buscarlos en nuevas luchas, las de cristianos y musulmanes. El casco urbano medieval descansa bajo los restos de un castillo, suma judería y casas palaciegas del siglo XVI. En la románica iglesia del Salvador los recién llegados se paran a admirar su portada mayor. El río Arba regala piscinas naturales dentro de un entorno quebrado al que se accede por una ruta de 3 kilómetros donde los chivatos arrendajos cantan para advertir al resto de congregados sobre la presencia humana. Rodeado de bosques robustos, a ellos acudían en busca de refugio maquis y en pos de una zona cubierta estraperlistas. Narran que, tras algunos enfrentamientos por el monte, quedaban esparcidos cadáveres que acababan en Ayerbe, donde practicaba la autopsia el padre de Ramón y Cajal, médico de la localidad entonces.
Tal vez la región no cuente con las dos torres del Señor de los Anillos, pero sí con las del Castillo de Sibirana, que bien podrían haber alojado a Saruman y Sauron si les gustasen los adosados (o casi). Cada una aguarda en un extremo del peñasco, unidas entre sí por dos muros paralelos situados sobre los bordes de la roca. Declarada Bien de Interés Cultural, la fortaleza permanece erguida dominando una espectacular roca no demasiado alta pero de paredes verticales (o casi) y, aunque su origen es incierto (muchos votan por la época musulmana), mantiene una estructura románica legada posiblemente desde el siglo XI.
Imprescindible resulta también el paseo por Sos del Rey Católico, a 15 kilómetros de Petilla. Ya advertimos de que se puede ir hasta allí caminando a través de senda marcada, pero quienes se acerquen en coche han de saber que este pueblo medieval luce el título de uno de los Pueblos más bonitos de España y el de Conjunto Histórico-Artístico. Cuna del monarca (de ahí el nombre), Fernando contruyó en sus tiempos una importante atalaya fronteriza entre los antiguos reinos de Aragón y Navarra. En la parte más alta se alza la torre del homenaje de su castillo (XII), a sus pies desciende sinuosa la judería hasta la plaza Mayor, la lonja, la casa consistorial y las grandes casas nobiliarias. La más famosa entre estas últimas es el Palacio de Sada, donde el soberano amaneció al mundo. Ahora acoge un Centro de Interpretación dedicado a su figura y la oficina de turismo que suele programar visitas guiadas. Los amantes del románico pasan siempre por las iglesias de San Martín de Tours y San Esteban, bellos frescos adornan la cripta en la segunda.
Algo más lejos, a 35 kilómetros de nuestra base de operaciones, otro Conjunto Histórico Artístico espera con el curioso nombre de Uncastillo. Obviamente, el origen de su denominación proviene de 'un castillo' sobre la Peña Ayllón cuyas paredes aún imponen a quien se acercan. Joya repleta de patrimonio histórico-artístico, llama especial atención el románico. Lucen ese estilo las iglesias de San Martín, Santa María, San Juan, San Lorenzo y San Felices que dan carácter a su semblante medieval repleto de calles laberínticas. El templo de San Martín de Tours, por cierto, acoge el Centro de Arte Religioso del Pirineo. Él y los demás conviven con residencias palaciegas, como la Casa Consistorial renacentista, el palacio de Martín el Humano o la Lonja, por eso dicen del emplazamiento que podría conocerse como una villa-museo. A 15 kilómetros de ella se encuentra Los Bañales, uno de los yacimientos arqueológicos romanos más importantes de Aragón, por si quedan tiempo y ganas.
Falta todavía por explorar un último objetivo, vuelve la hora de salir en busca de naturaleza. Hacia un hijo de ambos flancos, un espacio que toca ambas provincias materializando el matrimonio y la custodia compartida de su descendencia. Nos referimos al embalse de Yesa, situado al pie de la sierra de Leyre. Un título importante da razón de ser a esta visita: se trata de la mayor superficie navegable de Navarra, con 10 kilómetros de longitud. Abastecida por el río Aragón, aguarda entre el término municipal de Yesa y Zaragoza, rodeado de quejigales, hayedos y pinares. Justo en la carretera que conduce al Pirineo oriental navarro. Con buen tiempo no es complicado encontrar deportistas practicando windsurf, vela ligera o esquí acuático, y pescadores en busca de truchas, carpas o percas. Impresiona tanto que lo conocen como el Mar del Pirineo, pequeño desde luego no parece. Aguas cristalinas reflejan el cielo y a quienes lo rodean, también los rostros de aquellas personas que se acercan a conocerlo buscando el impacto que su visión provoca y pidiendo una foto a sus acompañantes, como si fuera posible mantener la sensación de infinidad encerrada en una imagen. Es el broche de oro para tanto metal precioso esparcido por la zona. Aseguran, por cierto, que la caída del sol allí deja sin habla, por si apetece enmudecer.
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María Díaz y Álex Sánchez
Almudena Santos y Leticia Aróstegui
Isabel Toledo
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