Entre montañas y milagros hacia Santo Toribio
El Camino Lebaniego discurre por tierras cántabras, entre paisajes y edificios admirables. Primavera y verano son dos buenas épocas para enfrentarlo
Nunca les importó lo accidentado del camino. Ni montañas ni requiebros del tiempo atmosférico desanimaban a los peregrinos que decidían emprender un viaje espiritual por la actual Cantabria a través de las sendas marcadas por el Camino Lebaniego desde la Edad Media. Los denominados 'crucenos' o 'peregrinos de la cruz', partían con el claro objetivo de llegar hasta la Lignum Crucis, según la tradición el pedazo más grande de la cruz de Cristo, del brazo izquierdo. Aguardaba en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, donde también se postraban ante los restos de Santo Toribio de Astorga, rogando por un milagro o una curación.

Cantabria es la única región del mundo cristiano que cuenta con dos caminos de peregrinación jubilares designados Patrimonio de la Humanidad. Este es uno de ellos. El otro es el Camino de la Costa que forma parte del Camino de Santiago. «Peregrinos de la Cruz ya en la Puerta del Perdón, Venimos con alegría al encuentro del Señor», con estas palabras eran acogidos los penitentes a su llegada tras el esfuerzo, después de haber atravesado parajes naturales de gran belleza jalonados de ejemplos capitales del patrimonio arquitectónico.
Todavía hoy, muchos parten desde la marina localidad de San Vicente de la Barquera hasta es cenobio, completando 72,73 kilómetros en tres etapas. Con la credencial específica y un documento de la peregrinación, la Lebaniega, que acredita haber cubierto el trance. Unos movidos por su fe, otros por las joyas naturales y arquitectónicas que descubrirán a su paso, y algunos para sumar a la actividad deportiva un extra de empeño cultural. ¿Te animas?
Etapa primera
San Vicente de la Barquera-Cades

No es la mayor de las propuestas que habrá que afrontar, tampoco la más pequeña. Cubre en total 28,5 kilómetros sobre un desnivel acumulado de 577 metros. Parte del mar, con las vistas del Cantábrico saludando a quienes emprenden la caminata, con panorámica de los Picos de Europa si la jornada ha salido despejada. Desde la gótica iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, construida en la misma época que la muralla y el castillo. La mayoría de peregrinos se detienen ante una de las mejores piezas del arte funerario español renacentista, el sepulcro en alabastro del inquisidor Antonio del Corro (XVI). Al lado del templo se encuentran los restos del Hospital de la Concepción (XV-XVI), donde antaño descansaban los peregrinos del Camino de Santiago. Y cerca, el edificio consistorial, un antiguo palacio de la familia del Corro (XVI).
Aunque no formen parte del camino, los amantes de la historia y los edificios con abolengo deberán acercarse, antes de partir, hasta el Castillo del Rey (XIII), el Puente de la Maza (XV) o el Santuario de la Barquera (XV). Y al convento de San Luis (XV), donde descansó Carlos V, aún como príncipe, en su primer viaje a la península, en 1517.
El siguiente objetivo espera tras 8 kilómetros, en Serdio. Para no liarse, puedes informarte y seguir cada etapa con facilidad gracias a la web www.caminolebaniego.com. El agua de la mar dirá adiós a un viaje en el que, desde este momento, prevalecerán los tonos glaucos. Un verde cada vez más luminoso se abrirá paso al transitar por La Acebosa, justo mientras cruza el peregrino por el puente superior la autovía del Cantábrico. Impondrá su esperanza en Hortigal y Estrada, donde aguarda una torre medieval gótica del XIV que merece la pena contemplar. Se integra en un conjunto preparado para la defensa, con foso, cerca y capilla, nacida en un tiempo en que la paz era a veces más complicada de lograr que un milagro del santo.

No hay una única manera de llegar al objetivo, sino dos alternativas. Una continúa por la carretera, más centrada en el asfalto, y otra obedece al camino oficial a través del barrio de El Hoyo, lo que supone más tiempo para caminar, pero mejor paisaje. El Camino Lebaniego sigue una bonita pista de montaña hacia Muñorrodero. En ese cruce de vías se despiden los peregrinos rumbo a Santiago de Compostela de los crucenos, que deben obviar las flechas amarillas (para los primeros) y estar atentos a las rojas. En la localidad citada arranca la Senda Fluvial del Nansa. Regala 8 kilómetros entre bosque de ribera, con árboles que marcan los límites y un buen número de puentes de madera para cruzar el río. Acaba en Camijanes para tomar, después, la dirección derecha hacia una pasarela que cruza el agua y acerca hasta la fuente del Solaz de los Cerezos.
Vuelve la duda en este caso al existir dos opciones, aunque la resuelve la época del año, ya que la segunda solo vale para la veraniega, cuando el nivel del río baja. Es: seguir por el camino oficial carretera arriba, hasta el pueblo de Cabanzón, o escoger la variante regalada por la ribera del Nansa. Lógicamente, esta última gana en belleza y vistas, pero muchas veces regala barro si no ha brillado el sol. Ya en el destino, otra torre medieval luce como protagonista. Llegada desde épocas feudales, completaba un importante sistema defensivo. La original está fechada en el siglo VIII, pero únicamente sobreviven los muros del XV.

Queda seguir moviéndose, cruzar el pueblo para empezar a subir a Otero o seguir por la carretera hasta Cades, donde por fin podrá el caminante descansar cuerpo y pies. Allí, el edificio más buscado es la ferrería, construida en el año 1752. Un sistema completo recogía el agua a 1.000 metros de altitud, lo dirigía por un canal y lograba, así, dar vida a la propia ferrería y a dos molinos harineros. Para descansar, lo mejor es acercarse a Puente El Arrudo, donde se encuentra el Albergue El Cárabo. Eso sí, reserva antes.
Etapa segunda
Cades-Cabañes

Toca enfrentarse a la etapa más larga, así que prepara las piernas y ve poco a poco. Hablamos de 30,53 kilómetros exactamente con desnivel acumulado de 1.525 metros. Ahí queda eso. Dejamos atrás el albergue de Puente el Arrudo donde hemos dormido. Hay que cruzar el puente y seguir hacia la Ferrería de Cades. Allí aguarda la ruta hacia Lafuente. Ve con cuidado por este tramo, no hay arcén en la carretera, sí señales que indican aquello de 'Atención peregrinos'. La vegetación ayuda con su adorno durante esta parte hasta llegar a Sobrelapeña, donde elegir un desvío a Quintanilla. Ese desvío suma de 1,5 kilómetros ida y vuelta. «Encontraremos una tienda y un bar. Se puede hacer así, deshaciendo el camino, o bien desde Quintanilla, en forma de 'v', volver a coger la carretera para regresar hasta Lafuente», aseguran los promotores de la página web oficial sobre el camino.

Allí espera una de las estrellas más relucientes de esta ruta, tesoro del arte Románico en la provincia, la iglesia de Santa Juliana, Bien de Interés Cultural. Levantada entre finales del siglo XII y principios del XIII, muestra claras influencias del protogótico, por ejemplo en los arcos apuntados.
Sin cruzar el pueblo, a solo cincuenta metros desde la iglesia de Santa Juliana, en Lafuente, espera la flecha hacia el siguiente destino, Burió. Continuará el peregrino hacia Collado de Hoz. La panorámica del Valle de Lamasón también es de lo mejorcito. Llegará la hora del descenso, que se extiende hasta Cicera a lo largo de 1,8 kilómetros.

Allí no pasa desapercibido el Mirador de Santa Catalina, a unos 3 kilómetros, por eso animan a verlo. «El primer kilómetro es la propia salida del pueblo que nos sitúa en la subida al mirador. Los otros dos recorren un sendero idílico en el que, para dar más interés, se han recreado figuras de la mitología cántabra», añaden. Así que, déjate llevar y disfruta como un niño entre seres extraños que te vigilan desde el imaginario popular. Y luego asómate a la pretendida balconada sobre los Picos de Europa y parte del Desfiladero de la Hermida. La recordarás durante mucho tiempo.
De Cicera a Lebeña distan otros 9,6 kilómetros. Robles y hayas con edad suficiente para lucir el título de milenarios adornan el bosque. Los amantes de la micología podrán fijarse en las setas si pasan por allí en temporada micológica. Cuidado, surge sin complejos la amanita faloides, una de las variedades más mortíferas. Nuevo redoble de tambor tras descender a Santa María de Lebeña, quien enmarca otra maravilla del arte prerrománico español. Creada en el año 925, se trata del templo mozárabe de Santa María de Lebeña (originales con el nombre no fueron, no). Lo levantaron manos y brazos de cristianos huidos de territorio árabe, gracias a la artes aprendida en el sur de la península y a las herramientas que allí se usaban.

Después de revisar bien esta joya, es hora de seguir por la carretera hacia Allende, subir al final de este largo día, Cabañes, y acercarse al albergue, primera construcción a la derecha. Quien no quiera dormir allí, cuenta con «dos alternativas para llegar antes a la Villa de Potes», explican. Seguir por el desfiladero de la Hermida, «con el peligro que esto entraña, ya que es una carretera estrecha con tráfico», avisan. O, en la intersección a Allende, tomar a la izquierda el desvío por el río del Rubejo, hasta Habario, donde conocer los castaños milenarios y desde donde acceder a Pendes, ruta mucho más segura. Si asciendes seguirás optando a dormir en Cabañes, hay una bifurcación en medio del camino.
Etapa tercera
Cabañes-Santo Toribio

Queda ya solo el último esfuerzo. Los pasos discurrirán por la jornada más corta, 13,7 kilómetros con desnivel acumulado de 339 metros. Para quienes hayan dormido en Cabañes, es hora de seguir hacia el habario y Pendes. Por cierto, aconsejan comprar los típicos quesucos de Liébana. Baja después hasta la ermita de San Francisco por una ruta que lleva a Tama. ¿Qué ver allí?: su iglesia con restos románicos. Quienes saben de esto aseguran que vale la pena retroceder kilómetro y medio para visitar el Centro de Interpretación de los Picos de Europa, para tener más claro lo que se está conociendo, empaparse de información y saber más sobre la zona que visitas.

A la vuelta hacia Potes, es posible tomar el camino de Campañana para obviar la carretera. Se trata de un paseo paralelo que termina en el centro de la villa. Potes vence y convence, enamora con sus casas de piedra y ese ambiente de montaña que conecta con el modo rural que gusta encender a los urbanitas.
Allí aguarda el Albergue de Potes, «gestionado por el Centro de Estudio Lebaniegos, dentro de la antigua iglesia de San Vicente, que responde al estilo gótico», recuerdan. Contemplarás la famosa Torre del Infantado con los Picos de Europa de fondo. Casa torre del XV, la familia Orejón de la Lama, primero, el marqués de Santillana y el Duque del Infantado, después, fueron dueños de este edificio con funciones militares. El peregrino dará una vuelta sin prisa por el maravilloso casco antiguo, Conjunto Histórico-Artístico. Después puede hacerse fotos en los puentes, frente a las casas blasonadas, sobre el empedrado romano… Tomarse una copa en la variedad de bares disponibles y pedir un plato de cocido lebaniego (imposible abandonar este viaje sin tomarlo), el más típico de la zona.

Cubierto turismo y avituallamiento, toca salir hacia el objetivo que inició esta marcha, el Monasterio de Santo Toribio. Faltarán únicamente 4,2 kilómetros. Fechado en los siglos XIII y XVIII, cuenta con estilo gótico clásico y barroco. ¿Se acuerdan de la canción de la que hablábamos al principio, con la que se recibía a los peregrinos? Mencionaba la Puerta del Perdón, del siglo XV. Cada año Santo Lebaniego, el Vaticano la abre, es decir, cada año que el 16 de abril, aniversario del monje Santo Toribio, cae en domingo. Sobre el Santo, ya saben, este personaje trajo hasta este lugar la reliquia considerada como el resto más grande de la cruz de Cristo, la Lignum Crucis. Por cierto, si aún quedan fuerzas, allí arranca la Ruta Vadiniense que conduce al Camino Francés hacia Santiago de Compostela. Pero esa es otra historia.
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