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Basilea es la ciudad universitaria más vieja de Suiza, la bañada en museos, cima de la arquitectura moderna regada por el Rin. Domina el cantón más pequeño de los 26 que dan forma al país, solo dos pueblos más, Riehen y Bettingen, lo engordan. Friburgo, también universitaria, está considerada una de las ciudades más interesantes del Medievo europeo. Es la de exuberante naturaleza y las 200 fachadas góticas del siglo XV que adoran el fluir del río Sarine. Para conocer su cantón hay que moverse. Basilea y Friburgo tienen mucho que ofrecer, lo buscado con afán y lo encontrado por casualidad. Como las siguientes propuestas.
No parece raro lo de cruzar fronteras si tenemos en cuenta que Basilea limita con Alemania y Francia. Un paseo de 5 kilómetros, el camino 'Rehberger', une dos destinos artísticos, la Fondation Beyeler (www.fondationbeyeler.ch) y Vitra Campus (www.vitracampus.com). La primera levantó sus muros sobre Suiza, la segunda decidió alzarse en el vecino germano. A lo largo del camino encontrarás 24 hitos artísticos, también casitas de cuento, viñedos y vistas sobre Basilea.
Los impulsores del primer destino encargaron a Renzo Piano un museo activo que inspirara amor por el arte contemporáneo. Toma el tranvía 6, dirección Riehen Grenze, para verlo. Después camina hacia Vitra Design Museum, al que puso envoltorio Frank Gehry (fue su primer edificio en Europa)y al Vitra Schaudepot, ideado por Herzog & de Meuron, con muebles de diseño.
Reutilizar es un verbo que pega bien con inmuebles. Dar una vida nueva a viejos edificios puede transformar un cadáver de ladrillos en un punto de encuentro alternativo donde disfrutar citas culturales y gastronómicas. Es lo que sucedió a la antigua fábrica de cerveza Warteck, que dejó de calmar la sed física y ahora amaina la enfocada al ocio. Invita a disfrutar de la Cantina Don Camillo (www.cantina-doncamillo.ch) en acogedor ambiente postindustrial. Con la chimenea de la vieja factoría como telón de fondo, para saborear cocina creativa en una de las azoteas más curiosas de la ciudad.
Si te mencionan el ferry, te hablan de las barcazas que cruzan la anchura nada desdeñable del Rin, desde la Grosbassel a la Kleinbasel y al revés. Para facilitar el tránsito a quienes estiman lejos alguno de los tres puentes con los que cuenta la zona antigua. Por 2 francos suizos superarás el cauce dentro de un transporte ecológico. El navío se abandona a la corriente, amarrado a un cable, o acabaría desembocando, como el río, en el Mar del Norte.
Nos abandonaron pronto, dejando una secuela de fans que siempre los echará de menos. El club de quienes decidieron marcharse a los 27 años, que incluye también a Amy Winehouse, sigue vivo en la historia de la música y en un mural de Art4000. La obra de arte muestra a otras estrellas del universo musical, nombres como Michael Jackson, Freddie Mercury o Tina Turner. A Eric Clapton, David Bowie o The Beatles cruzando el mítico paso de cebra de Abbey Road... Y desde el instante que poses juntos a ellos, también a ti. Espera en la calle Gerbergässlein, dentro del casco antiguo.
El casco antiguo de Basilea resiste al paso del tiempo. Seguro de quién es, trata de luchar contra las oleadas de modernidad que sacuden cada época. Su catedral de arenisca roja cuida el descanso eterno de Erasmo de Róterdam. Católico ferviente, pidió que lo enterrarán en el templo antaño católico, a pesar de que el edificio había pasado a ser protestante. Por la zona vieja se moverá el visitante entre nombres de calles que recuerdan a los gremios, como Glockengasse (la de fabricantes de campanas) o Sattelgasse (de sillas de montar). Y rojo también luce un ayuntamiento imposible de obviar, en la Markolatz. Preciosas pinturas visten sus paredes.
Los amantes de la arquitectura están de suerte. Basilea cuenta con varios hitos materializados en edificios. Existe una ruta para encontrarlos, pero puedes concentrar tus esfuerzos en Novartis Campus, el acceso es gratuito. Uno de los arquitectos que más suena es Frank Gehry. Su firma se nota en el edificio de oficinas que no cuenta con placas de titanio, pero sí con vidrio. Después toca buscar trabajos de Günther Vogt o Guido Hager; escultura de Richard Serra, mural de 60 metros de Claudia Comte... Y el Novartis Pavillon, diseñado por Michele De Lucchi, que al anochecer muestra juego de luces generado por miles de células.
Cambio de lugar, 11.000 personas trabajan en las Torres Roche, rascacielos blancos que sirven de guía para desorientados. Observan a los transeúntes desde 178 y 205 metros, tal y como los parieron los suizos Herzog & de Meuron en 2015 y 2022.
Si lees rápido el nombre de Kunstmuseum Basel parece euskera. Es lo único que harás veloz, porque visitarlo(s) requiere horas. Nos referimos no solo a uno de los museos más famosos de Suiza, sino a tres museos en uno (www.kunstmuseumbasel.ch). A los basilienses les gusta el arte, no hay duda. Su cantón suma 40 museos en 37 kilómetros cuadrados. Esta sala expositiva fue la primera colección de arte de nivel abierta al público. Cuadros de Picasso descansan en sus salas. También obras de Rembrandt, Cézanne, Monet, Van Gogh... Trabajos desde el siglo XV conviven con contemporáneos en el trío de edificios. Otros puntos de Basilea ofrecen curiosidades: en la Fuente de Tinguely, esculturas mecánicas agitan el agua.
Las orillas del río se llenan de terrazas cuando asoma el buen tiempo. Los habitantes salen a la calle para poblar las 'Basel buvettes'. Toman sus tragos mientras ven la vida pasar arrullados por el fluir del agua en la que, a veces y para sorpresa de foráneos, surgen cabezas de quienes se han lanzado al agua con su bolsa impermeable, la 'Wickelfisch', donde guardan la ropa para dejarse arrastrar por la corriente y llegar antes a sus destinos sin subir al tranvía o al autobús.
La fábrica de galletas más antigua de Suiza luce el nombre de Jakob's Basler Leckerly (www.baslerleckerly.ch). Nada menos que 270 años de historia, y muchos paladares rendidos a su dulzor de miel, avalan el producto que adoran los basilienses. Propone variedades del dulce típico de Basilea, el Läckerli. Puedes acudir comprarlo o apuntarte a la visita guiada de una hora que incluye repaso histórico, recorrido por la pastelería donde el proceso se hace a mano y degustación.
Parece imposible encontrar, en el entorno luminoso del pueblo de Gruyères, vigilado por los montes del suroeste suizo, algo siniestro... hasta que entras al HR Giger Museum (www.hrgigermuseum.com/). Allí el negro de la oscuridad y el rojo de la sangre combinan, generan desasosiego. Entonces recuerdas los terrores nocturnos que sufría el creador de Alien, Hans Rudolf Giger, artista suizo que saltó a la fama al ganar un Óscar por su monstruo en 1980.
Adquirió el Château St. Germain en este bucólico pueblito, e instaló sus obras. Frente al HR Giger Bar, donde tomar una cerveza bajo una bóveda que imita huesos. Obsesionado por los líquidos que fluyen entre orificios, su infancia en un colegio católico tuvo mucha culpa. Para mantener calmados a los niños, las monjas mostraban un Jesucristo cubierto de sangre. «Estáis haciéndole sufrir», decían. Aquello marcó al artista, igual que marcará la visita por las 20 salas.
Cuenta la leyenda que en el año 400, el rey de los vándalos, Genserico, contempló en este lugar el cielo rojo del atardecer cruzado por el vuelo de una grulla (en francés 'grue') y decidió fundar allí su ciudad. Por eso, el escudo de Gruyères muestra una grulla sobre fondo colorado. Pasear por sus breves callejas y acceder al castillo remite a la legendaria narración. Obviamente, también al famosísimo queso, cuya historia puedes conocer en La Maison du Gruyère (www.lamaisondugruyere.ch/). Aunque lo que de verdad aconsejamos es pedir la famosa 'fondue moité-moité', elaborada con Gruyère y Vacherin Fribourgeois, en el Café-Restaurant des Remparts (www.remparts-resto.ch/). Si prefieres el chocolate, su historia se revela cerca, en la fábrica Maison Cailler de Bulle (https://cailler.ch/fr/experiences-cailler).
Fecales, sí, no nos hemos confundido... el único transporte de este tipo que subsiste en el mundo. De mecanismo sencillo: dos cabinas, una arriba, otra abajo. La de arriba con depósito lleno de estas aguas, la de abajo asciende por contrapeso. Arriba la ciudad alta, con el ayuntamiento, la catedral y la sala expositiva de un viejo conocido y su pareja, el Espace Jean Tinguely - Niki de Saint Phalle. Abajo, el impresionante casco antiguo. En medio, desnivel de 56,4 metros. El precio del viaje: 3 francos suizos.
Naturaleza y edificios de estilo gótico tardío conviven en la fascinante zona antigua de Friburgo. Utilizar la palabra precioso para definirlo es quedarse corto; cuántas veces la parte más anciana de la ciudad cuenta con moles de piedra molaza que guardan la espalda. Mientras un río nacido en Los Alpes fluye, contradictorio, de sur a norte. Cuántas poder recorrerlo jugando a golf urbano con palos que se alquilan en la Oficina de Turismo. O montar en bici eléctrica para conquistarlo sobre ruedas. Su pasado católico se refleja en peculiares edificios que dejaron órdenes de capuchinos, cistercienses o Caballeros de la Orden de Malta que antaño controlaban el paso del Puente de San Juan. Otro puente, el de Berna, cruza de la parte francoparlante a la germanoparlante. Enlaza con la arquitectura militar medieval preñada de torres defensivas que se dan la mano gracias a un recorrido de unas cuatro horas.
Junto a la catedral de Friburgo espera 'La calle de los esposos'. Sobre la cabeza de los transeúntes dan la bienvenida una mujer y un hombre. Dicen que es la calle de los maridos fieles y la esquina de las mujeres modelos, pues la cruzan los futuros matrimonios cuando van hacia el templo para casarse. Al ir, encuentras a los anfitriones de cara, sonrientes por el futuro que intuyen. Al volver, dan la espalda y una cita reza: «Bueno, buen hombre, sé feliz hoy que te casas, porque mañana será tu esposa quien lleve los pantalones de la casa».
Más allá de la anécdota, las vidrieras de la catedral merecen visita. Su torre se eleva 78 metros sin culminar en aguja, se acabó el dinero para coronarla. Subirla supone 365 escalones tan largos como los días del año.
De cuento parece la localidad de Murten (Morat en francés). Luce perfil sobre el lago y suma 800 años bien llevados. Las casitas al borde del agua dan envidia, las del centro enamoran. Balcones, ventanas y fuentes rebosan flores. Su muralla, la única accesible de Suiza, acuna el entorno como una madre protectora y recuerda antiguas gestas. Como la batalla de 1476, cuando los confederados derrotaron al ejército de Borgoña. Además existen rutas cicloturistas como la que parte hasta Avenches, antigua ciudad romana (a su anfiteatro).
Frente a Murten saluda la región de Le Vully. Antaño plantaban rosas en el borde de los viñedos porque, en caso de enfermedad, las flores la padecían antes que la vid, avisaban a los productores. Una senda de hora y media une Surgiez con Môtier. Un desvío lleva al complejo de cuevas de La Lamberta, «Roches Grises», repletas de galerías picadas durante la Primera Guerra Mundial para prevenir ataques.
Siete pueblos y dos aldeas dan forma a la zona de Suiza donde se produce el 1% de sus vinos. Gana por goleada la uva chasselas. Aunque lo que al visitante importa son las vistas sobre el lago, donde programan paseos en barco y se puede nadar.
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Óscar Beltrán de Otálora
Ivia Ugalde, Josemi Benítez e Isabel Toledo
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