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La Granada alpujarreña, natural y troglodita

Fuera de la capital, tesoro arquitectónico reconocido, zonas como La Alpujarra y el Geoparque de Granada brindan la oportunidad de perderse entre casas blancas y preciosas vistas

Viernes, 15 de noviembre 2024, 07:19

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Cuéntame, niña Granada, cómo fue tu infancia, háblame de los íberos que amanecieron en tus tierras, de los romanos y los visigodos que quisieron dominar tu adolescencia, del hechizo que tu cuerpo de mujer causó en los musulmanes y el arrebatamiento que acabarías produciendo entre los cristianos. Confiesa tu secreto, ese arte eterno para encandilar a quienes miran. Nadie ha podido resistirse a tus dones, todos temblaron fascinados por tu belleza, muchos incluso decidieron convertirte en libro, en poema, en canto. Hijos modelados de tu arcilla como Federico García Lorca que pronunció: «Por el agua de Granada sólo reman los suspiros». Descendientes de rocas calizas como Miguel de Unamuno, quien lloró por ti «no lágrimas de pesar ni de alegría, sino de plenitud de vida silenciosa». Unos y otros derramaron lamentos como tu último sultán, Boabdil, incapaz de reprimir el sollozo tras ser expulsado.

Algo tienes que empuja a quererte, nadie regresa impasible de tus dominios. Todos aman tu capital y su diamante, la Alhambra. El Albaicín que la contempla obnubilado desde el Mirador de San Nicolás, el antiguo barrio judío del Realejo donde te viste de gala el trampantojo de la iglesia de Santo Domingo. Hasta las humildes cuevas de Sacromonte adornan tu bizarría, no hay metro cuadrado que se niegue a lucirte. El oxímoron se manifiesta en un Paseo de los Tristes repleto siempre de rostros sonrientes.

Patio de los leones de la Alhambra. Diego Grandi

A Calderería Nueva acuden tus amantes para calmar su sed de gozo en las teterías, envueltos en ese halo arabesco de leyenda que invita a seguir soñando. Imbuido por esa atmósfera escribió Washington Irving sus 'Cuentos de la Alhambra'. Pero tú y yo sabemos que eres es mucho más que palacios, que tu nombre continúa más allá de la capital y la raíz andalusí de tu esplendor mantiene un tronco firme del que surgen ramas al sur y al norte, menos conocidas en algunos casos, igual de hermosas en todos.

Hacia los pueblos blancos

Lorca descifró el lenguaje jeroglífico de esas joyas, por eso escapaba a La Alpujarra cuando podía. La comarca esparcida por la vertiente sur de Sierra Nevada, repleta de pueblos blancos de empinadas y estrechas calles empedradas, ayudó a parir obras como 'La canción del gitano apaleado'. Así que, lector o lectora, cuando decidas aprovechar que Bilbao se ha convertido en la segunda base más importante de Vueling en España con 32 rutas operativas (16 internacionales y 16 domésticas) y reserves la que enlaza directamente con Granada en hora y media durante todo el año (www.vueling.com/es), no olvides que la dama muestra largos brazos y piernas contorneadas fuera de la urbe, alhajas casi ignotas como el Geoparque de Granada y su puerta principal, Guadix, en cuyos pliegues vino al mundo el literato hispanoárabe Ibn al-Haddad. Quizá, de haber nacido en la misma época que sus homólogos, habrían compartido poemas o charlas sesudas, cosas de intelectuales y sabios.

Sobre el intelecto discutían habitualmente los componentes del grupo de Bloomsbury al que perteneció otro escritor enamorado de la provincia, Gerlad Brenan. Su libro 'Al sur de Granada' presenta una inolvidable crónica por La Alpujarra granadina en los años veinte. Hacia la zona partimos, igual que Boabdil tras su expulsión, atravesando el Puerto del Suspiro del Moro donde miró atrás para llorar como mujer lo que no había sabido defender como hombre, sin detenernos en el machismo sangrante de la frase. Nos separa aproximadamente una hora de coche entre plantaciones de almendros, a través de sinuosas carreteras que acercaron al antaño aislado entorno montañés. Por tu cuenta o de la mano de una excursión con Discovering Spain, durante una jornada o, mejor, varias. Con la bolsa cargada de los libros mencionados para entrar en ambiente o vacía de contenido, para dejarse empapar allí.

El pueblo de Pampaneira se encuentra en el espectacular Barranco del Poqueira. Mike Workman

Sin abandonar la carretera, varias paradas obligan a pisar el freno. La primera, tras un desvío, hacia el Puente Tablate. Allí confluyen tres pasarelas de distintas épocas: nazarí, medieval y moderna; testigos de episodios bélicos, la Guerra de Granada entre nazaríes y castellanos en el siglo XV, y la de las Alpujarras en la que moriscos se opusieron al poder castellano en el XVI. La segunda cita lleva al Balcón de la Alpujarra, para observar los pueblos blancos de Cañar, Soportújar y Carataunas. La tercera al Barranco de Poqueira, con vistas a las localidades más turísticas, Pampaneira, Bubión y Capileira, al Pico Veleta y al Mulhacén que, como recitábamos en la escuela, es la cima más alta de la península. Desde allí se observan terrazas y acequias en desnivel que humanos crearon para ganar la lucha contra rigores orográficos, casas escalonadas que ruegan calor al Mediterráneo. Hogares donde 'tinaos' hacen de visera a fachadas para protegerlas de intensas nieves y soles vigorosos, hermanados en pasillos bajo madera, pálidos y encalados, brillantes, de postal. Con tejados de pizarra y coronilla de launa, una amalgama de piedras impermeables que ofrece la tierra.

Puntúa acercarse hasta el Manantial Fuente Agria y al Chorrerón de Pórtugos. Uno ofrece agua con propiedades ferruginosas (del caño derecho sale con gas): otro cascada y sendero por el Parque Protegido de Sierra Nevada. Conducir hacia Capilerilla supondrá conocer la identidad de una extensa Alpujarra preñada de pedanías con pocos vecinos. Allí los aperos se apoyan sobre paredes dispuestos a la labor, los castaños lloran frutos que nadie recoge y algunas casas blancas aparecen teñidas de rosa por efecto de la calima que arrastra arena desde el Sáhara. Varias chimeneas coronan los edificios, la mayor en la cocina, las demás en el resto de habitaciones para calentarlas durante los recios inviernos, como siempre se ha hecho. Y la costumbre aconseja portar en el bolsillo cercano al corazón una castaña para protegerlo. Un banco junto a un enorme álamo lombardo reza: «En nombre de los bosques, yo maldigo a quien tome venganza, árbol conmigo». Cuenta una historia difícil de creer en esta época, la de un pueblo que indultó al ejemplar condenado por poner en peligro un cortijo y paga los cortes de pelo que su melena ramosa precisa.

La Alpujarra ofrece senderos como este de La Taha. Elena Fernández

Desde esta aldea, muy cerca del lavadero donde las mujeres se reunían para charlar, parten diversas sendas, como la que enlaza por el GR7 en 3,5 kilómetros con Bubión. Y es posible emprender a pie medio kilómetro hacia Pitres para conocer otra anécdota. Hace tiempo, un candidato a Cortes preguntó a los vecinos qué querían para su municipio y, para vacilarle, respondieron que un paseo marítimo. Concedió el deseo con la misma ironía, advirtiendo sobre la necesidad de remolcar el agua en espuertas de esparto desde la playa de Motril. Desde entonces se dice que Pitres tiene puerto de mar, aunque le falten el agua y lo demás. La anécdota se transmitió de generación en generación con tanto empeño que el Ayuntamiento regente, el de La Taha, llegó a estudiar pedir a Puertos del Estado el reconocimiento de forma simbólica. No fue hasta hermanarse con Motril en 1998 cuando por fin sumó Paseo Marítimo este rincón a 1.200 metros de altitud (incluso tienen barca y faro).

Pampaneira es uno de los pueblos más visitados de La Alpujarra. I. López

Tras la feliz historia toca mantener buen talante en Pampaneira. Sus callejas piden paseo tranquilo, detenerse en las tiendas del cuco destino. Como la Degustación El Secreto del Jamón, regentada por Pepe, para probar exquisiteces regadas con vino típico costa. En Pepe todo sonríe, desde la boca hasta sus ojos claros, mientras bromea que lleva en su tienda «desde el año 58» (cuando nació). Pocos pasos más arriba abre El Telar de Mercedes, donde ejercen su labor las únicas mujeres que aún trabajan el tejido artesanal en el pueblo.

En la dueña se adivina un humor ácido, «el de aquí», defiende. Nació, dice, «en una época en la que sobrevivían los más fuertes, lo mismo terneros que bebés, cuando las moscas eran especie protegida». Estudió Magisterio, pero sentía inclinación hacia el telar «porque tengo el gen de las mujeres nazaríes», bromea antes de desmentir que en la zona antaño aquellas féminas trabajaran la seda. «Aquí solo se criaban los gusanos de una seda que luego se llevaba a la Alcaicería de Granada». El caso es que Mercedes atendió su peculiar tendencia y en ello lleva toda la vida. «La mayoría de diseños salen del corazón», explica mientras maneja lana de alpaca y recuerda el paso de Antonio Gala, quien le encargó una jarapa alpujarreña de verdad, hecha a base de ropas viejas y trapos reutilizados.

Mercedes trabaja en su telar de Pampaneira. I. López

Vale la pena visitar otros pueblos citados y hacer un alto en Soportújar, el de las brujas. Tras la Revolución de las Alpujarras, cuando los moriscos trataron de reconquistar Granada y acabaron expulsados por orden de Felipe II, hubo que repoblar la comarca con gente del norte, muchos gallegos, que importaron sus 'meigas'. Para impulsar el turismo se ha llenado de hechiceras, arañas negras, casas de caramelo e incluso una fuente dragón de dudoso gusto (y risa segura), dado que el agua surge de su abultado genital por aquello de favorecer la fertilidad.

Las edades de la Tierra

Al abandonar el sur, las rodadas deberán dirigirse al norte, a una zona de espectacular paisaje, el Geoparque de Granada (www.geoparquedegranada.com). Algunos nombres dan pistas sobre sus portadores, si un lugar es conocido como 'La Capadocia granadina' o 'El Cañón del Colorado granadino' resulta fácil intuir qué espera. Y lo que espera sorprende y encanta. Más o menos una hora dista de la capital Guadix, acceso a este destino. Si cierras los ojos hasta el Barrio de Cuevas sentirás que algún encantamiento te ha trasladado al destino turco; solo fachadas blancas, frontal de hogares excavados en roca, recuerdan que sigues en Andalucía. El pequeño conjunto troglodita engorda la tercera ciudad más importante de la provincia y mantiene el título de barrio de casas cueva mayor de Europa. Asentado sobre terreno arcilloso, creció a partir de la reconquista cristiana, porque los moriscos buscaban dónde cobijarse. Para conocer su interior abrieron el Centro de Interpretación-Cueva Museo. Muy cerca, el Mirador Padre Poveda regala vistas sobre el barrio, la catedral y la alcazaba. Cuenta con silla de director de cine porque numerosos filmes como 'Indiana Jones y la última cruzada' se rodaron cerca.

El barrio troglodita de Guadix donde las casas se escavan en la roca donde las chimeneas surgen del suelo. I. López

Más allá de la urbe, el entorno natural muestra con franqueza la complicada simplicidad de sus formas en este Geoparque Mundial de la UNESCO que abarca 4.722 kilómetros cuadrados y 47 municipios pertenecientes a las comarcas de Guadix, Baza, Huéscar y Montes, además de los valles fluviales generados durante el Cuaternario en el norte, gran parte de la Cuenca de Guadix-Baza y parte de las montañas que la delimitan. Así contado, parece inabarcable... tampoco hace falta apuntar en la memoria cada roca. Aquí manda el imperativo de ver solo lo que se pueda. El mejor calificativo es 'impresionante', aunque a ese añadiríamos 'lunar y lunático'.

La erosión fluvial fue modelando los valles, igual que el viento, como un escultor loco que arranca, quita y raspa lo que sus atolondradas musas indican. El resultado es un paisaje de cuento y pesadilla, dotado de singular belleza. Inhóspito, de esos que llaman a la soledad, que replican en un eco infinito su aspecto extraplanetario más propio de Marte que de la Tierra, mientras dibujan una acuarela de tonos cremas y rosados, verdes pálidos de plantas que imploran tormenta para ser regadas y embalses de un azul tan vivo que no solo reflejan el cielo, mejoran su intensidad añil.

Ruta de la Acequia de Toril en el Geoparque de Ganada. I. López

Nada de lo que pueda escribirse dará una pista del impresionante paraje repleto de sendas que recorrer a pie, en bici o 4x4, ni siquiera las fotos hacen justicia a quien posa. Es uno de esos lugares donde sentirse minúsculo ante la naturaleza. Tras enfrentar la sencilla ruta de la Acequia de Toril, junto a una muralla caliza de un kilómetro, mancha blanca coronada por un flequillo vegetal canoso que lucha por sobrevivir. Nacida de las precipitaciones, crecida a base de sedimentación, única en el mundo, pieza de enorme interés geológico. O sobre la Discordancia angular de Gorafe, donde calizas horizontales de la Formación Gorafe-Huélago del plioceno inferior entran en discordia con un sustrato mesozoico-paleógeno repleto de pliegues, creando capas casi verticales de infarto.

Mirador del embalse de Negratín en el Geoparque de Granada. I. López

Amarás las vistas hacia las Cárcavas de Gorafe desde el Puntal de Don Diego; la alternancia de terrenos arcillosos y arenosos, de carmín y rosa del Turoliense superior y el Plioceno de la Cuenca de Guadix, tesoros geológicos con aspecto semidesértico hipnotizador. Los alrededor de 240 dólmenes megalíticos catalogados en la zona, mayor concentración de Europa. Y el magnífico Mirador del embalse de Negratín sobre las cárcavas de mismo nombre labradas en rocas marinas del Mioceno, cuando el Océano Atlántico comunicaba con el Mar Mediterráneo a través de estas tierras. Allí conviene perderse por el sendero circular Chimeneas del Negratín, 7,5 kilómetros entre formaciones. «Granada es apta para el sueño y el ensueño, por todas partes limita con lo inefable», decía Lorca. Es, efectivamente, inefable por mucho que intentemos explicarla, una hermosura por descubrir.

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