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Ripstein indaga en las heridas de una sociedad abierta en canal.

'Profundo carmesí', un tratado fatalista

La cinta de Arturo Ripstein ofrece una mirada sociológica áspera sobre la marginalidad, la diferencia, la inadaptación, el miedo al otro, la complejidad emocional y esa inasible frontera entre el amor, el dolor y la muerte

Guillermo Balbona

Jueves, 3 de noviembre 2016, 19:05

Si la coherencia y la potencia narrativa fueran los pilares de toda ficción -y algo de eso hay- Arturo Ripstein sería dios. El cineasta de 'Principio y fin' nunca se pierde. Lo suyo es una capa de crema de hondura, nunca excesiva, que se adhiere a la piel y se mete en los poros con una sutil intensidad dramática. Esa desazón trágica, entre el retrato sólido y la agitación de las entrañas se esconde y revela por igual en 'Profundo carmesí', una road movie letal de pareja de enamorados que matan, o de asesinos que encauzan su amor en la muerte.

Con sobriedad la incisión del cineasta mexicano indaga en las heridas de una sociedad abierta en canal. Lo escabroso conjuga con la esperanza de unos personajes que buscan en sus periferias una salida. Cada personaje es una grieta abierta en la médula espinal del mundo. Lo que en otros hubiera sido una mera inmersión en el enésimo retrato del asesino en serie, en el cineasta de 'La reina de la noche', con una larga carrera que se remonta a los años sesenta y que incluye el documental y trabajos para televisión, es un tratado fatalista, una mirada sociológica áspera, sobre la marginalidad, la diferencia, la inadaptación, el miedo al otro, la complejidad emocional y esa inasible frontera entre el amor, el dolor y la muerte.

En los años noventa la madurez de Ripstein se ha traducido en un serie de sólidas ficciones con potentes personajes femeninos y un sentido nada frívolo de la radiografía social y moral, desde 'La mujer del puerto' a 'La reina del noche' y 'Así es la vida'. Frente a estereotipos y lugares comunes, 'Profundo carmesí', fruto de la intensa creatividad del cineasta en esa década, cuenta la historia de una pareja, a modo de 'asesinos de los corazones solitarios' a la mexicana, encarnada por los magníficos Regina Orozco y Daniel Giménez Cacho (la dirección de actores es otra de las señas de identidad de Ripstein) donde confluyen los complejos, la venganza, la represión sexual y la pasión carnal. "Nunca había conocido una mujer como tú, carne y aroma sólo para mí". El juego de celos y pasión, más que el móvil económico, alimenta la psicología, las obsesiones y la locura asesina. De nuevo funciona uno de los tándem de escritura más prolíficos y eficaces, el que componen Ripstein y la dramaturga femenina, Paz Alicia Garciadiego.

Premiada en el Festival de Venecia de 1996, 'Profundo carmesí' se apropia con personalidad de unos hechos reales que sucedieron en Estados Unidos a finales de los 40, cuando una pareja de amantes, Martha Beck y Raymond Fernández, que se conocieron mediante un anuncio de contactos de una revista, llegaron a seducir y engañar a mujeres solteras y viudas hasta llegar a crueles asesinatos. Una historia golosa que ha sido objeto de otras adaptaciones, caso de 'Los asesinos de la luna de miel'. Pero, en realidad, a Ripstein y su guionista, que alcanza su sexta colaboración, lo que le interesa es el retrato de una obsesión. Entre el amor platónico y mitificado, que le transmite Charles Boyer, y la pasión por su amante se crea una atmósfera letal. Y, sin embargo, parte de la destreza estilística de Ripstein se enmarca, apoyado en unas excelentes música y fotografía, en mostrar con extraña naturalidad la brutalidad intrínseca de la pareja protagonista. Los contrastes entre la costumbre y lo epatante, entre la supervivencia y la llama del amor, entre la dependencia y la pasión, entre el deseo y el vértigo mortal, entre la vergüenza física y la atracción carnal. Hay un latido de fugacidad y una ilustración permanente de que estamos ante dos vidas destinadas a truncarse.

El contraste de colores y espacios, los espejos, el uso de la luz, la puesta en escena conforman un retablo de drama e inevitabilidad, de fatalismo encendido en el deseo. El propio Arturo Ripstein subrayó con motivo de su filme que "el amor es la emoción más brutal que se puede vivir. Destruye y existe en contra de todo. La sociedad hará siempre esfuerzos desesperados por domesticar esta emoción feroz. Suele lograrlo".

Tras el combate social, la desesperanza y la desigualdad que palpita en esa itinerancia mexicana de 'Profundo carmesí', se asoma, no obstante, la desgarradura, la soledad y la marginación. Un duro retrato, en apariencia de extravagancia asesina y estafa, tras el que se ilumina el dolor y la rabia. Todo es feroz y corrosivo en el filme. En la superficie discurre un amargo trayecto de dos amantes que parecen vivir entre el abrazo y el duelo, entre el deseo y la muerte. Es una pasión en vilo que Ripstein convierte en crónica desmayada como si supiéramos lo inevitable y su condición finalista. Más que amor fou o en fuga es un estado de sitio sentimental, entre la cordura y la locura, una trascendencia de la plenitud reflejada en la muerte y sus formas.

Lo que sublima el filme de Ripstein es su equilibrio seductor entre lo violento y lo dulce. De la búsqueda de belleza salta a la degradación y la infamia, de la elevación a lo siniestro. El cineasta crea un miscrocosmos perturbador y agita los convencionalismos, incomoda la mirada, siembra interrogantes y muestra las sombras. Del consultorio del corazón al ataque cardiaco envenenado. Un acto de amor y muerte, entre la ofrenda y el sacrificio, el reflejo de la pasión en los otros deseados pero objeto de renuncia. Todo es imparable, inevitable, desagradable, desaforado y grotesco pero envuelto en una coreografía de naturalidad, de realismo mágico y extremismo. Un viaje desde la necesidad de amar hasta el centro de la mentira más cruel.

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