josé ibarrola

Hijos de Aguirre

Cada minuto perdido por los populares aumenta la hemorragia hacia Vox y supone un balón de oxígeno para Sánchez, que tiene el centro despejado

Jueves, 24 de febrero 2022, 00:05

Decía Konrad Adenauer, primer canciller de la República Federal Alemana, que en la vida hay tres tipos de enemigos: los enemigos a secas, los enemigos ... mortales y los compañeros de organización. Viendo el devenir de la política española, qué duda cabe de que los más peligrosos son los últimos; al final, la disputa con el de fuera de casa -por muy cruel que sea- siempre tiene algo de teatralización. Lo que parece evidente es que los camaradas de partido pueden provocar muertes políticas. Si no, que se lo pregunten a Pedro Sánchez y Susana Díaz, Pablo Iglesias e Iñigo Errejón o, en la última entrega de los conflictos partidistas, a Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso. Sin embargo, la diferencia entre esta diputa popular y la de Ferraz o Vistalegre es que en estas últimas había un mínimo debate sobre ideas y proyectos. La guerra de Génova es únicamente un enfrentamiento de nombres por ganar poder en el partido. Casado y Ayuso no dejan de ser los hijos políticos de Esperanza Aguirre.

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Cuando Casado ganó la presidencia del PP contaba con el apoyo de José María Aznar, la misma Aguirre se mostraba contentísima por su llegada a Génova y hasta Cayetana Álvarez de Toledo recobró la confianza en el partido. El expresidente de Nuevas Generaciones, que venció en el congreso popular por descarte, representa al PP más duro. Ayuso, que llegó a la política de la mano de Casado, también personifica al sector popular contrario a la memoria histórica, cercano a grupos antiabortistas y heredero del nacionalismo español excluyente más radical. La diferencia radica en que mientras uno se ha encontrado un ciclo político caracterizado por la irrupción de un nuevo PSOE y el ascenso de la extrema derecha, otra ha sabido reinventar la forma de conectar con su electorado en una comunidad proclive a los populares.

Solo tres días de presión política, social y mediática de la presidenta madrileña han servido para tumbar a Casado. En el nuevo ecosistema político, que Ayuso y Miguel Ángel Rodríguez (MAR) entienden como nadie, de poco sirve tener el control del aparato del partido. De hecho, han conseguido que reconocer públicamente que el hermano de la presidenta madrileña haya cobrado una comisión de 55.000 euros no tenga ningún coste político. Al puro estilo Donald Trump, MAR logra que un estilo rompedor deje en segundo plano mentiras y supuestas corruptelas.

Al igual que el ascenso de Podemos consiguió enfatizar en el imaginario progresista que el PSOE es una izquierda floja, la subida de Vox trasmite al electorado derechista que el PP es una derecha incompleta. De ahí han surgido ambas crisis: sus votantes perciben que no sacian sus aspiraciones políticas. Sin embargo, el PP no es una 'derechita cobarde' y está perdido si compite con la extrema derecha en este marco, tal y como está haciendo. Los populares tienen bloqueada la renovación del Consejo General del Poder Judicial desde hace tres años, proponen aplicar un '155 educativo' en Cataluña y han recurrido hasta la Ley de Eutanasia. Esto de derecha blanda no tiene nada. Pero, más allá del liderazgo de Casado, es esta espiral ultra por competir con Santiago Abascal por la que el Partido Popular está hundido en las encuestas. Abascal, por cierto, es otro de los hijos de Esperanza Aguirre.

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La crisis popular evidencia que el sistema de partidos diseñado en la Transición -con un PSOE y PP fuertes, sostenidos por PNV o CiU- ha dejado de existir. En un contexto multipartidista en el que la gobernabilidad es inasumible sin partidos fuertes, el PP debe decidir si volver a ser una fuerza de mayorías o escorarse en la lucha cultural con Vox. Si para la primera misión Alberto Nuñéz Feijóo parece la persona idónea, cabe recordar que el ecosistema gallego no tiene nada que ver con la corte madrileña. Sin embargo, permitiría recuperar socialistas moderados y trabajar por un proyecto estable en un medio plazo. Por otro lado, si Ayuso adapta su discurso a nivel estatal podría neutralizar a Vox asimilándose a ellos, tal y como hizo en Madrid. Sin embargo, un PP en esas posiciones (las mismas que ahora) no tiene nada que aportar a la estabilidad de la democracia española.

Desde de la salida de Angela Merkel, los conservadores no gobiernan en ningún país europeo importante. La crisis de la derecha no es exclusiva de España y los ejemplos más allá de nuestras fronteras demuestran que únicamente con los cordones sanitarios no basta. Más allá de los nombres, el PP debe reflexionar sobre cómo ha llegado a esta situación, de la que tienen más culpa los Aguirres que los Feijóos. Cada minuto perdido por los populares supone que continúe la hemorragia hacia Vox y un balón de oxígeno para Pedro Sánchez, que en este ya final de legislatura ensayará un giro hacia un centro que ha quedado despejado.

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