Mochilas colgadas de la pared de una escuela. EFE

A vueltas con la integración

Debe ser una equiparación de derechos de los migrantes con el resto de la población, y de acceso en igualdad de oportunidades

Andrea Ruiz

Antropóloga experta en procesos migratorios

Sábado, 20 de septiembre 2025, 00:03

Durante estos últimos meses el concepto de integración en relación a las personas migradas ha sido objeto de atención en artículos de opinión y debates ... políticos. Y como en otras ocasiones, la migración se convierte en un lugar común para opiniones variopintas poco contrastadas con el rigor del conocimiento que genera la investigación. Un síntoma de nuestros días.

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En este debate público, la integración sufre de un exceso y de una ausencia. El exceso viene dado por la comprensión de la integración en términos culturales o identitarios. No es algo nuevo y, desde luego, encaja muy bien con los discursos de cierre identitario y nacionalista que vive Europa actualmente. Lo que es preocupante es la repetición y abuso continuo de las explicaciones de carácter culturalista en los procesos de integración por parte de analistas y políticos. Y lo es por lo que oculta y sustrae del debate político: que la integración es, debe ser, un proceso de equiparación de derechos de las personas migradas con el resto de la población y de acceso en condiciones de igualdad de oportunidades y de trato a todos los bienes, servicios y cauces de participación que ofrece la sociedad. Así lo establecía el experto en migraciones Miguel Pajares en 2005 y desde ahí empezamos a trabajar, investigar y pensar políticas públicas muchas personas.

Esta es la gran ausencia en el debate: la equiparación en derechos y deberes de gran parte de la población que conforma nuestra sociedad. Y esa equiparación, sobre todo en las generaciones nacidas aquí con madres o padres migradas, será la que explicará el fracaso o el éxito de los procesos de integración. Acceder con normalidad a bienes y servicios, competir en igualdad de condiciones en el acceso al trabajo, tener las mismas posibilidades de intervenir en las decisiones políticas, de eso trata la integración.

Sin embargo, argüir una y otra vez que son las diferencias culturales las que explican ese fracaso o éxito, llegando al extremo de afirmar que hay 'culturas' de difícil encaje, incluso incompatibles, con nuestra democrática sociedad, es lo que más gusta. Probablemente porque la apelación a lo cultural en este caso forma parte de un continuum a lo largo de nuestra historia a la hora de explicar y justificar la desigualdad y la exclusión de grupos humanos. Antes fue la 'raza' ahora es la 'cultura'. Hace años que la antropóloga Verena Stolcke alertó de este exceso de culturalismo en Europa como una nueva retórica de la exclusión social. Un exceso que se sustenta en un grave reduccionismo: creer que la cultura manda por encima de cualquier otra cosa y es la causa del comportamiento humano.

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Las investigaciones muestran una y otra vez que las diferencias en rendimiento escolar, por ejemplo, están relacionadas con la clase social y no con las diferencias culturales. Las dificultades y la discriminación en el acceso al mercado de trabajo tienen que ver, sobre todo, con las variaciones nacionales en estereotipos y prejuicios de nuestra sociedad. Estereotipos y prejuicios construidos históricamente en contextos coloniales y que son la consecuencia, como señala el profesor de antropología Manuel Delgado, de problemas sociales vinculados a la desigualdad, pero que se enmascaran cuando la diferencia es empleada para justificar a posteriori la desigualdad.

Las diferencias culturales que tanto se mentan en el discurso público provienen de procesos de estructuración y segmentación social, económica y política. Son las desigualdades, históricas y estructurales, las que moldean la diversidad cultural y no al revés. Es por ello, que la integración no dependerá de recetas culturales sino de nuevos marcos jurídicos y canales de participación.

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Sería conveniente, por tanto, abandonar la 'culturalitis' en los análisis y explicaciones sobre los procesos de integración de las personas migradas y volver a colocar en el centro del debate la equiparación en derechos. Entre otros motivos porque como ha expuesto Hein de Hass en su reciente obra 'Los mitos de la inmigración', las pruebas muestran que la mejor política de integración es la concesión de la ciudadanía.

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